Cambiemos la forma de observar el mundo: la tecnología nos hará superhumanos

4 noviembre 2019

¿Os habéis fijado que pese a estar a las puertas de 2020, la mayoría de nosotros pensamos que vivimos en un mundo caótico, lleno de desastres naturales, conflictos y polarización política?

Encendemos la televisión y viendo las noticias, parece que estamos en los peores momentos de la historia, pero no, no es así. Es sólo una percepción… o es lo que quieren que percibamos.

Basémonos en datos objetivos. No hemos dejado de mejorar a lo largo de la historia nuestras oportunidades como humanos de una forma exponencial. No estamos tan mal como creemos. Los datos dicen todo lo contrario y es en lo que nos debemos apoyar, y no fiarnos de los que de refilón nos llega por un tuit de un ‘no sé quién’.

La pobreza extrema, la mortalidad infantil no dejan de descender; la educación básica y la alfabetización aumentan con fuerza y también las vacunas (salvo algunos pirados iluminados de, lamentable, países desarrollados) y la prevalencia de las democracias en todo el planeta.

Vivimos en el mejor de los escenarios posibles y la tecnología, con un buen y ético uso, nos llevará a un crecimiento exponencial que, inevitablemente alterará el cómo somos como especie.

Y no, no es fácil imaginar ese impacto de todas las tecnologías que nos rodean, pero pequeños ejemplos quizás ayuden. Vamos a ello…

 

En 1956 llevar un archivo de 5Mb (menos del tamaño medio de una fotografía hecha con un smartphone) de un lado a otro suponía un enorme trastorno logístico y un desembolso económico exagerado. Hoy podemos llevar en cualquier bolsillo 5 terabytes con total normalidad en nuestros desplazamientos diarios. Resumiendo: un millón de veces más de capacidad por una fracción mínima del coste.

Para explicarlo, debemos apoyarnos en la Ley de Moore, que enuncia que el número de transistores dentro de un procesador se duplica cada dos años y su coste se reduce a la mitad.

Pero bueno, tampoco hay que irse muy lejos para comprobarlo. Nuestro móvil tiene 100.000 veces más potencia, un millón de veces más memoria y siete millones de veces más capacidad de almacenamiento que el ordenador que llevó al hombre a la Luna.

¡Y nosotros utilizando todos esos recursos para hacernos selfies y jugar al Candy Crush!

 

La tecnología que nos rodea ha evolucionado a una velocidad inimaginable. Un millón de veces cada 20 años…

Y eso puede ser ‘peligroso’. Porque no espera a nadie y, con el nivel tecnológico actual, podemos automatizar casi el 50% de los procesos de todas las industrias. Con sus pros y sus contras.

Sí, en todas las revoluciones ha habido agoreros intentando poner las cosas complicadas para el empleo, para la supervivencia de los humanos, y en esta Cuarta Revolución en la que estamos inmersos no iba a ser menos pero, no olvidemos que si bien la tecnología mejora a gran velocidad, la capacidad de los humanos para adaptarse y prosperar no se queda atrás.

A principios del siglo XX, el 60% del empleo en Estados Unidos estaba en el sector agrícola. Se mecanizó el campo y ¿qué paso?

Aparecieron nuevos empleos y se absorbió el exceso de mano de obra. Los precarios métodos de cultivo dieron paso a sistemas de riego, tractores… Hoy ese 60% ha pasado a ser un 3%. 

Así ha sido en muchos sectores ‘históricos’ y lo mismo ocurrirá con trabajos de hoy.

Nos limita nuestra forma de pensamiento lineal a la hora de ver la que se avecina. Como en Londres a finales del s.XIX, cuando su mayor preocupación era la creciente acumulación de estiércol y heces de los caballos, y los ‘expertos’ advertían del riesgo de que la ciudad acabase sumergida bajo nueve pies de estiércol… Haré spoiler: los caballos fueron reemplazados por automóviles. 

O como la celebre frase de Henry Ford: ‘si le hubiera preguntado a la gente qué querían, me habrían dicho que un caballo más rápido‘. Y es que, ¿cómo podrían pedir algo no existente o algo que no se podían imaginar?

Esta tendencia de progreso exponencial nos afecta en todo y a todos, y se está convirtiendo en parte de quiénes somos, difuminando muchas veces la frontera entre lo humano y lo artificial. Algo que muchos no están listos para comprender.

La tecnología nos ha mejorado como humanos durante siglos. Desde las prótesis de dedo de hace 3.000 años hasta los marcapasos y dispositivos inteligentes que son extensiones de nuestros cuerpos. La tecnología nos está transformando.

 

En el futuro la naturaleza de esta transformación humana irá más allá y no se limitará a ‘simples’ herramientas externas para mejorarnos la vida. 

La capacidad para reconstruir nuestro genoma desde cero y modificar el código genético no ha dejado de crecer. La secuenciación del primer genoma humano costó más de mil millones de dólares y tardó 13 años en completarse. Hoy se tarda un par de días y cuesta unos 200 dólares. Cuantos más humanos acceden a la secuenciación de su ADN, mayor es la base de datos genómica y mejor comprendemos nuestro ‘software’, lo que nos permite hacer experimentos que nos permitirán llegar a aislar ‘errores’ con los que no queremos vivir.

La investigación e ingeniería genética nos acerca a pasos agigantados hacia una medicina personalizada y de precisión que permita la erradicación de los trastornos genéticos, haciendo que los organismos hagan cosas diferentes a las que iban a hacer en origen. Herramientas como Cripr ayudan a crear bacterias que producen insulina o animales cuyos órganos pueden ser trasplantados a humanos. 

 

Aparte de debates éticos, ya podemos seleccionar embriones basados en rasgos genéticos, tanto características relacionadas con la salud como características deseables. De forma que la naturaleza ya no dicte qué tipo de humano damos a luz.

Pero, pese a que cada vez somos más inteligentes, fuertes y potencialmente inmortales, todavía no podemos competir con la tecnología. Especialmente con la Inteligencia Artificial, debido a cómo estamos diseñados y nuestras limitaciones biológicas.

No podemos pensar tan rápido como una computadora, no podemos almacenar tanta información en nuestro ‘disco duro’ cerebral y no podemos comunicarnos de forma inalámbrica con otros a través de la telepatía a la velocidad de la luz.

La Inteligencia Artificial puede, en una hora, acumular un millón de vidas humanas de aprendizaje y práctica, algo que sólo llama nuestra atención cuando nos enteramos que una Inteligencia Artificial gana al campeón del mundo de Ajedrez o GO

Pero tengamos presentes las palabras de Garry Kasparov, el primer campeón de ajedrez derrotado por una máquina hace 23 años: ‘Necesitamos mejores humanos, no menos tecnología‘.

Los algoritmos aprenden de la experiencia humana. Como AlphaGO Zero, que fue más allá de su predecesor AlphaGo que se limitaba a observar cómo jugaban los humanos. En el caso de Zero parte de una red neuronal que no sabe absolutamente nada del juego GO, pero después de jugar millones de partidas contra sí mismo va mejorando la red. Son mejoras marginales, pero al ser millones supera en miles de años el conocimiento humano sobre el juego en sólo unos días.

Ya veis, lo siento, no podemos vencer a la Inteligencia Artificial independientemente de lo ‘aumentados’ y genéticamente perfectos seamos.

Pasaremos de una Inteligencia Artificial centrada en tareas concretas (AI débil) a una Inteligencia Artificial Global (AI fuerte) capaz de imitar la capacidad cognitiva humana y superarnos en todas las tareas, no sólo las repetitivas. Es necesario aceptar este hecho y tener claro que necesitamos trascender y fusionarnos con la Inteligencia Artificial o quedarnos atrás.

Y no, no son alucinaciones mías. Ya hay proyectos en marcha que buscan combinar la destreza de nuestro cerebro con el poder computacional de las máquinas. Como Neuralink de Elon Musk, que cambiará las formas de comunicarnos entre nosotros y los miles de millones de dispositivos conectados que nos rodean.

Hoy estamos limitados por nuestros cuerpos, por la cantidad de palabras que podemos decir por minuto, por las que somos capaces de escribir en nuestros dispositivos. Las interfaces cerebro-máquina romperán estas barreras físicas y nos permitirán comunicarnos a la velocidad del pensamiento sin un medio físico que nos detenga.

Una vez que ocurra esta trascendencia humana y saltemos a la era transhumana, podremos desbloquear nuestro verdadero potencial como especie.

Estamos, como decía, en plena expansión exponencial, y con ella llega un momento en la historia donde internalizaremos esta revolución tecnológica y desbloquearemos nuestro potencial como Humanos 2.0. Llamémoslo singularidad o trascendencia humana, pero sucederá antes de lo que pensamos debido al factor de crecimiento exponencial en el que estamos inmersos.

Necesitamos dar un paso atrás y admirar las posibilidades que la tecnología nos brinda en el futuro cercano, y comprender lo transformadora que será para nuestra especie.  La historia se mueve de manera exponencial, no lineal.

Cambiemos la manera en la que observamos el mundo. La abundancia existe en la naturaleza misma, pero nuestra mirada de escasez no nos permite detectarlo. Pensar en abundancia, es pensar en exponencialidad. ¡Ah! y no, no nos vamos a ahogar en estiércol de caballo en los próximos 50 años, nos vamos a subir a la nube y quizás vivir para siempre.

 

José Luis Casal

Artículo escrito por José Luis Casal

Experto en modelos de negocio digitales

1 Comentario

  1. Javer Rey

    Sencillamente brutal.

    ¿Cuándo una segunda parte?

    Saludos y enhorabuena.

    Responder

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