La universidad: vivero de conocimientos y valores para convivir con la tecnología

12 julio 2021

Hay días en los que a uno se le trastorna el desayuno y a punto está de comerse el periódico mientras echa una hojeada al cruasán. Matutino impreso, de aquí de toda la vida, y dos noticias destacadas. La primera: “Una empresa de la tierra crea la primera máquina de café que funciona con la mirada”. La segunda: “Iván Redondo invitado a un encuentro con profesores de nuestra Universidad”.

Semejante confluencia planetaria en día y lugar —me digo—tiene que significar algo. Será que la nueva normalidad va a resultar de verdad nueva, aunque no sea normal. O quizás que el mundo empresarial y el político se han puesto sentimentales. Y ahora ambos comparten estrategia mientras clavas en mi pupila tu pupila azul… sea por tecnología eyetracking o por curiosidad académica. El caso es que esto –pienso– merece alguna tecla. Así que, con permiso…

Aulas con mucho mundo

La Universidad y el mundo académico y docente en general, incluidas todas sus etapas y versiones, encuentra su razón de ser en la preparación de los más jóvenes para desenvolverse de forma autónoma en la vida laboral y social.

Se supone que, en este sentido, estarán “mejor educados” quienes mejor hayan descubierto y desarrollado sus capacidades y adquirido los valores y pautas de comportamiento que exige una vida civilizada y enriquecedora en comunidad. La misión es tan difícil como trascendental… y apetecible por el poder. Prueba de ello es la cantidad y variedad de giros que las ideologías de turno imponen constantemente al fondo y forma con los que lograr dicho fin.

Lo cierto es que eso precisamente es lo que estropea la educación buena: los intereses ideológicos que tanto distorsionan el proceso de aprender a vivir en la mayor plenitud posible. Pero no nos dejan y creo que a los jóvenes que ahora se están formando mucho menos aún.

Las función doble de la universidad

En esta función la Universidad tiene una doble misión. Por un lado la obvia, la ya reseñada obligación de enseñar, es decir, de “señalar” (insignare) a los alumnos aquellos datos que conforman la especialidad elegida, dotándoles, además, de herramientas intelectuales que les permitan convertir información en conocimiento mediante la interpretación, la comprensión y el análisis.

Pero la Universidad tiene también la función social, más allá de sus aulas, de usar su inteligencia para diseccionar y estudiar los cambios sociales, económicos, políticos, etc. que acontecen en un momento y en un entorno dados.

La Universidad debe darnos a todos respuestas porque es la más capacitada para hacerse las preguntas que cada época y circunstancia piden. Su responsabilidad, por tanto, trasciende programas y años lectivos porque la sociedad cuenta en ella con una “matrícula” vitalicia para exprimir sus enseñanzas.

Si ello es así, como estoy convencido, ha de existir una fuerte relación entre el mundo universitario y la realidad exterior. El ejemplo lo pone el afán creciente en establecer vínculos efectivos entre la empresa y la universidad, en tanto que ésta tiene entre sus funciones preparar a los profesionales en los que la empresa se sostendrá en el futuro. Pero quizá no es tan claro el nexo con otros ámbitos de la sociedad, salvo excepciones, al menos en cuanto a relevancia y efectos. Por ejemplo, con la familia, con las manifestaciones artísticas, con la política, con la religión… pilares todos sobre los que se sostiene la historia y la vida en común.

No me cabe duda de que, en la decisión de invitar al Jefe de Gabinete de la Presidencia del Gobierno y experto en marketing político, Iván Redondo, se esconde el interés por sintonizar y conocer de primera mano la realidad de la comunicación política por parte de los docentes e investigadores de la Universidad.

Que el profesional del marketing político más influyente ahora mismo del país explique y debata sus estrategias con los investigadores y docentes universitarios acorta distancias entre ambas realidades, permite contrastar conocimientos y, en suma, incrementa el “capital científico” que la Universidad invierte luego en sus alumnos.

Es loable, por tanto, que se busque estar al tanto de sus ideas, opiniones y estrategias. Porque éstas, aquí y ahora, de alguna manera dirigen, o al menos condicionan, el pálpito de nuestra democracia.

La Universidad poniendo oído a la sociedad

Lo perturbador es, sin embargo, que el mayor bruñidor (consúltese tercera acepción de la RAE) del estilo Sánchez entiende el marketing y comunicación políticos como una especie de espectáculo de corto recorrido, mensajes simples y no importa si contradictorios, y control de los mensajeros, todo ello en aras legítimas de conservar la fuerza que da el gobierno. Nada nuevo, por otro lado, solo que ahora es menos disimulado.

Hace bien la Universidad en oír a todos como investigadora de las ideas y conocimientos que se “viven” en la sociedad. Su nombre ya indica que es “universal” y abierta a corrientes, tendencias y movimientos del presente, que se explican casi siempre mirando al espejo retrovisor del pasado y permiten vislumbrar el poso que dejarán en el futuro. Pero esa es solo la primera parte.

Lo primordial de la función de la Universidad debe ser aplicar su sabiduría para cribar, separando la paja del grano, y evaluar los hechos y datos a la luz de su utilidad social y calificación moral.

Las materias científicas convertidas en contenido docente han de incluir ambas connotaciones. Con ello el alumno puede decidir cómo aplicar tales conocimientos a su vida y su desempeño profesional. En suma, como afirma José Antonio Marina:

“Seremos más inteligentes y más libres cuando conozcamos mejor la realidad, sepamos evaluarla mejor y seamos capaces de abrir más caminos o posibilidades en ella.”

Si el capital científico y de conocimiento que atesora la Universidad es de por sí valioso, lo será mucho más con el “interés” añadido de una formación en valores, respeto y libertad responsable.

Sobrevive quien mejor se adapta

La otra noticia, la máquina de vending que nos sirve el café deseado con solo mirarla, como sus mismos responsables afirman, es un claro ejemplo de cómo la tecnología eyetracking ofrece una nueva manera de interacción y comunicación con el entorno.

Que una mirada contenga un mensaje y sirva de transmisor entre dos sujetos es tan antiguo como la misma humanidad. Aunque ahora lo llamamos eyetracking…

Lo de Adán y Eva, sin ir más lejos, empezó con una caída de ojos y un parpadeo insinuante. Incluso el estudio de la mirada mediante ciertos dispositivos digitales hacen hoy del eyetracking un recurso muy usado para estudiar el comportamiento del consumidor en el interior de un comercio, o los puntos de interés de un mensaje publicitario impreso o audiovisual, por ejemplo. La novedad quizá estriba en que esta máquina de café es capaz de captar nuestro deseo según nuestro punto de mira. Sea expresso, capuccino, cortado o sin azúcar, ella nos entiende y nos lo sirve.

Si nos fijamos, es una muestra más de que estos tiempos de cambio están también modificando la función de nuestros sentidos.

Ahora mirar ya no busca solo ver, tocar puede desencadenar todo un conjunto de acciones que se nos escapan de las manos (si lo hacemos sobre una pantalla digital), oler ya hace tiempo que no exige proximidad (se llama Ophone), el gusto da para mucho más que saborear (su nombre es Na-Nose) y el sonido no solo existe para ser oído sino que, a través de la IA (y de los murciélagos) también nos transmite formas y movimientos.

Los bots dirigen…

Esta inteligencia artificial, por cierto, sigue abriendo puertas para mejorar la vida de quienes tienen algún tipo de limitación sensorial, motora o, como le ocurre a Alexandra Kerlidou,  padece parálisis cerebral. Eso no le impide “tocar” el arpa con la mirada. Gracias un programa informático y a la IA, como una muestra más de las posibilidades del reconocimiento ocular.

En efecto, nuestra relación con el entorno también se ha vuelto líquida, adaptable a las circunstancias, los objetivos y las herramientas que manejamos. Esto lo tenemos ya controlado, seguramente, aunque pendientes de las constantes innovaciones que llegan a nuestro día a día. No así la percepción y valoración que hacemos de lo que y quienes nos rodean, cuya realidad nos llega cada vez más “en diferido”. Observamos y evaluamos la vida a través de las redes sociales y de los comentarios que sobre la misma hacen desconocidos; empatizamos con el dolor o la felicidad de otros a partir del “mensaje” que nos transmite uno u otro emoticono; incluso el acceso a nuestro taller mecánico está dirigido por un bot que decide nuestra próxima cita.

El ejemplo de la máquina de café “touchless” (se ve pero no se toca) es un símbolo. Los significativo es que esta asepsia relacional se está proyectando a otros muchos ámbitos, algunos muestran los avances conseguidos. Pero otros, me temo, acumulan en el trastero social cosas buenas que vamos dando por inservibles.

En resumen, la comunicación política y el café de máquina me han guiado a estas dos conclusiones, quizá descabelladas. La Universidad ha de partir de su análisis objetivo de la realidad para ser vivero de conocimientos y referencia de valores. Y la tecnología, por su parte, solo tiene sentido si suple nuestras carencias. Y no tanto si se limita a digitalizar nuestras capacidades sin otro valor añadido.

Artículo escrito por Javier Ongay

Consultor de Comunicación. Prof. ESIC Business & Marketing School

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