Educación y capacidades emprendedoras: la palanca que cambiará el mundo

17 mayo 2018

No se discute, la formación empresarial es esencial para crear las sociedades del futuro. Líderes de cualquier campo —académico, empresarial, gubernamental o de organizaciones sin ánimo de lucro— lo tienen claro, lo difunden, lo escriben, lo predican. Lo llevan a las aulas, algunos a las empresas, incluso hay quien logra plasmarlo —sobre todo en otros países— en políticas.

Atención a esta cita de Tony Wagner, de su imprescindible libro Creando innovadores. La formación de los jóvenes que cambiarán el mundo:

«Demasiados alumnos se gradúan en institutos y universidades sabiendo cómo superar los exámenes, pero nada motivados a aprender, y completamente faltos de capacidades esenciales (…) Cada vez más lo que sabes es menos importante que lo que puedes hacer con lo que sabes. El interés en algo y la habilidad para crear nuevas formas de resolver problemas es la capacidad más importante que los alumnos deberían dominar hoy en día (…) Los innovadores de éxito han adquirido la capacidad de aprender por sí mismos ‘en el momento’ y luego han sabido aplicar esos conocimientos de forma novedosa».

No se pueden forjar innovadores sin capacidades emprendedoras, porque están en la base de la pirámide de cualquier modelo económico sólido, que implique mejora continua, creación de empleo y, sobre todo de riqueza. Una idea que se confirma día sí y día también.

El World Economic Forum, la OCDE, la Comisión Europea y así podríamos seguir, constatan la necesidad de incorporar el emprendimiento en todos los niveles educativos. Pero no de forma superficial, no como una actividad “separada” del resto. No como algo que hacer para explorar “si tienes el gusanillo” de crear una empresa, y sino no sirve de nada más. Emprender es una actitud, una forma de ver la vida, de aprender, desaprender y seguir construyendo. Trabajar para uno mismo o para los demás es casi secundario.

Relación directa entre emprendimiento y competitividad

Lo principal es tener arraigado un ADN orientado al crecimiento personal, profesional, ver cosas donde parece que no existen, encajar nuevas formas de colocar las mismas piezas y con ello resolver problemas. Trabajar en contextos con incertidumbre —a veces extrema— y crear capacidades para tratar de sortear las dificultades que siempre surgen en un futuro no predecible. Y eso no es una asignatura, es todo un paradigma educativo.

La gran propuesta para dinamizar el emprendimiento es introducirlo de una forma sólida en la base, en la educación. Esto implica método, implica una nueva forma de enseñar, de aprender, de enfrentarse al conocimiento nuevo, crear inteligencias colectivas y sacarles el mayor provecho económico y social posible. Nuevos modelos educativos para nuevas realidades empresariales y laborales —muy recomendable leer este artículo de Amalio Rey.

Cualquiera podría pensar que las iniciativas de formación empresarial han entrado con fuerza en universidades de todo el mundo, incluso en las aulas de los más pequeños y jóvenes, no sólo universidades. Y es cierto, hemos cambiado en la percepción de esa nueva necesidad social. Pero aún sigue siendo un parche: cool, poco profundo, superficial y con poca capacidad de impulsar un nuevo modelo estructural, que genere cambios sostenidos y sólidos en eso que podríamos llamar capacidades emprendedoras e iniciativas empresariales. Esta debilidad conduce a muchos proyectos educativos que se ponen en marcha hacia resultados mínimos.

La Fundación Kauffman está desarrollando una labor —casi podríamos decir global— impecable en la divulgación de otra forma de educar y enfocar el emprendimiento. Atención a lo que indica en uno de sus últimos mensaje:

«los métodos tradicionales para fomentar el espíritu empresarial no están produciendo los resultados deseados. Deberían ser reemplazados por métodos enfocados al acompañamiento real de proyectos con el fin de lograr mayores probabilidades de ganar tracción. Para ello se tiene que implicar a los actores del ecosistema con más experiencia y un bagaje real».

Para modificar el espíritu empresarial de una sociedad, y colocarlo en el núcleo de nuestros sistemas educativos, podríamos poner foco en al menos 5 ámbitos:

Primero, expandir la definición

Ya toca. Hay que redefinir el término emprender. Hacerlo accesible para todos, independientemente de sus circunstancias, intereses y/o trayectorias.

El espíritu emprendedor, como resaltábamos, es una actitud, un ingrediente fundamental, y como tal tiene un continuo proceso de descubrimiento: encontrar el punto donde se crucen en el camino nuestras pasiones, intereses y capacidades con las necesidades de nuestros semejantes. Y no, no es cuestión de grandes ideas, inversiones millonarias, o de personalidades brillantes, ni siquiera de un MBA en una Escuela de Negocios, por muy cara que sea. Sólo —como si fuera fácil— es necesario crear las competencias que potencien esa capacidad ‘curiosa’. Habilidades que se pueden aprender y entrenar. Hasta ahora nuestro sistema educativo las ha dejado pasar por alto o, directamente, ignorado.

Por desgracia, demasiadas veces vinculamos iniciativas de educación empresarial con historias de éxito de algún fundador de una compañía en Silicon Valley. Incluso llegamos a denigrar la formación en capacidades emprendedoras porque esa persona de menos de 40 años se hizo millonaria sin pasar por nada que suene a formación. Una idea, una pasión, un quiero —y por tanto lo lograré sin dudarlo—, un espíritu, algo que parece viene de serie,… suelen ser las narrativas muchas veces enlatadas, fáciles de digerir, que tendemos a creernos hasta el punto de dejarnos influir en nuestras decisiones. El problema es que o son excepciones o no conocemos toda la realidad. Y no deberíamos tomar decisiones basándose en casos excepcionales.

Hay que sudar para tener capacidades que te convierten en una persona flexible, capaz de gestionar el riesgo, la complejidad, las relaciones humanas, la sensibilidad con el cliente —en general, con todo tipo de personas de tu vida— y averiguar sus necesidades. Capacidades para ver, pensar, escribir, trazar nuevos puentes. Valores, iniciativa, creatividad. Pueden venir de serie, pero se pueden, se deben, trabajar, para convertirlas en verdaderos activos. De hecho son nuestros activos más preciados para navegar en este siglo XXI.

Lo fácil es tomar atajos, pensar que el esfuerzo y el trabajo duro —con nosotros mismos y con nuestro entorno— no son necesarios. Pero no es verdad, por eso tenemos que re-definir el término emprendedor y sus capacidades para incorporar todos estos matices que solemos aparcar —porque molestan, porque cuestan, porque no están tan de moda, pero son básicos.

No potenciemos estereotipos bastante alejados de las realidades de estudiantes y docentes; no conducen más que a la frustración, tarde o temprano, y mermarán nuestras capacidades para emprender.

Segundo, explorar la actitud.

Para entender el ‘cómo’ de la iniciativa empresarial debemos profundizar un poco más. Hasta llegar al ‘por qué’. Descubrir cuáles son las creencias subyacentes que impulsan el comportamiento empresarial. Qué factores alimentan o inhiben el desarrollo de actitudes, comportamientos y habilidades empresariales.

Si el objetivo es incluir la actitud emprendedora en un plan de estudios, debemos partir de la base de que no todos los alumnos quieren montar un negocio. Ahora bien, como seres humanos, a todos nos impulsa la necesidad innata de autonomía, dominio y propósito. Todos tenemos la necesidad de aplicar nuestras fortalezas a algo más grande que nosotros mismos. Y cuando se nos da esa oportunidad, es mucho más probable que participemos en nuestro trabajo.

Ésas son capacidades emprendedoras. Reconozcamos el valor que este tipo de enseñanza puede aportar: implicación de las personas —da igual que creen negocios o no—, capacidades para convertir sus curiosidades en proyectos, en algo que puede transformar cualquier organización, del tipo que sea. Esos objetivos son ambiciosos, y no se nos ocurre ningún lugar mejor donde trabajarlos que en un plan de estudios, y de forma transversal, y que nos acompañe durante toda nuestra vida profesional.

¿Crees que los mejores científicos, médicos, mecánicos o relojeros apasionados por lo que hacen no tienen capacidades emprendedoras? No hace falta ser CEO ni fundador de una compañía para desarrollar capacidades emprendedoras. Pero la pasión, esa gasolina que parece que puede con todo, si no se canaliza y se conecta con el conocimiento, y a la vez permite crear nuevo conocimiento —de forma que se retroalimente— sirve de poco.

Tercero, implicar a los estudiantes

Para hacer bien las cosas en educación la conexión con los estudiantes es fundamental. En ellos ha de estar el foco. Hay que colocarlos en el centro. Comprenderlos. Trabajar para que puedan describir sus pasiones, que hagan ‘clic’ con su don, su talento innato y lo trabajen, lo entrenen, lo acompañen de otras capacidades y conocimientos que necesitarán, sin duda, para lograrlo.

Es necesario conectar las experiencias de aprendizaje con las esperanzas y sueños individuales de los estudiantes. La esperanza es un gran predictor para muchas cosas, es capaz de pasar por encima de la inteligencia, la personalidad y los logros académicos previos. Los realza, los convierte en sus aliados. La esperanza es ese clic conectado con una aspiración de futuro, no la debemos perder de vista. Como dijo Exupery:

«Si quieres construir un barco, no empieces enviando a los hombres a buscar madera, distribuir el trabajo y dar órdenes… En vez de eso, enséñales a anhelar el vasto e inmenso mar».

Aquí con un grupo de emprendedores del grado Leinn en TeamLabs

Cuarto, aceptar el aprendizaje emprendedor

Porque puede ser transformador. Porque es una forma de retar de forma constante a los estudiantes, para que se re-imaginen a sí mismos y a su entorno. Que giren, que aprendan a buscar un cambio positivo, sólido, sostenible… por sí mismos, con sus propios recursos.

Todos somos una startup en potencia: experimentamos, aprendemos de los errores, y con una visión clara podemos crear las capacidades para llegar, como sea, a lograrla. Ese aprendizaje emprendedor es un combustible imparable.

Adoptar este espíritu empresarial en todos los niveles educativos implica asumir que la vida es un experimento, es prueba y error, es usar los conocimientos previos, conectarlos de otra forma y sortear dificultades. Es crear y enfrentarse a retos, a problemas, y brindar a los estudiantes la oportunidad de desarrollar las habilidades necesarias para identificar y resolverlos. Y todo eso conectado con el mundo real: recursos escasos, reglas muchas veces desconocidas y a veces con pocos rescates.

Esta es la vía para desarrollar un verdadera autosuficiencia, el ingenio de los chicos y chicas, su creatividad, su pensamiento crítico, entrenar la comunicación efectiva, el trabajo en equipo y otras habilidades empresariales (¿o mejor, humanas?).

Jaime Casap, responsable de programas educativos de Google, dijo:

«dejad de preguntar a los estudiantes qué quieren ser cuando sean mayores, y preguntadles qué problemas quieren resolver y qué deben aprender para resolver esos problemas».

Y quinto, examinémonos a nosotros mismos

En el pasado hemos estado creando perfiles innovadores y empresariales por accidente, y no por diseño. Aportar un giro radical hacia la educación emprendedora supone mirar hacia dentro, volver a examinar nuestras creencias y prejuicios, nuestros sesgos —que los tenemos. Toca desaprender —como le gusta decir a Xavier Marcet este portal— para aprender nuevos métodos, nuevos marcos y nuevos modelos que alienten a todos los estudiantes a ser innovadores y emprendedores, independientemente del camino que elijan.

Una vez leí «la educación funciona como un instrumento que se utiliza para facilitar la integración de la generación más joven en la lógica del sistema actual y lograr la conformidad. Pero también sirve para la práctica de la libertad, el medio por el cual los hombres y las mujeres se ocupan crítica y creativamente de la realidad y descubren cómo participar en la transformación de su mundo».

Si queremos cambiar el espíritu empresarial actual, y llevarlo al núcleo del sistema educativo, usemos el poder transformador de la educación en capacidades emprendedoras. Son un medio para empoderar a las personas ordinarias para lograr cosas extraordinarias en sus vidas. Es una vía para abrir mentes y puertas, para transformar un mundo lleno de oportunidades, porque está lleno de problemas, que requieren de mentes inquietas, capacidades, pasiones canalizadas, esfuerzo recompensado.

No lo olvidemos: en toda persona hay grandeza y la habrá… ¡siempre!

Este artículo lo escribí a cuatro manos con Javier García, editor responsable de Sintetia.com y co-Autor de La Burbuja Emprendedora.

Artículo escrito por José Luis Casal

Experto en modelos de negocio digitales

4 Comentarios

  1. EnriqueT

    Estoy muy de acuerdo con el contenido de este artículo. Solo resaltaría que me parece que parte del texto se orienta a estudiantes en el sentido de «jovenes» en cuanto a edad. En realidad todos somos estudiantes en estos momentos. Unos tienen que aprender y otros que reaprender, porque la vida laboral será más larga, y hasta los que no son tan jóvenes necesitan tener un espíritu emprendedor.

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    • Javier García

      absolutamente, la etiqueta ‘joven’ tiene que ser más etiqueta ‘persona’ y camino… no dejaremos, y no debemos hacerlo, de estudiar siempre. Está claro. Gracias por comentar.

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  2. Javier Ongay

    Enhorabuena a las «cuatro manos» autoras! Coincido plenamente. Se trata de dotar de instrumentos para desenvolverse en la vida, en todas sus facetas. Por eso es apasionante el trabajo de formador, sobre todo cuando, más que importarnos cómo llega el alumno, nos importa cómo sale.

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  3. MAYTE TORTOSA LASO

    Muy de acuerdo con el artículo y todos los comentarios y yo añadiría..el sistema educativo y empresarial tiene que saber tolerar el riesgo del error y elogiar el acierto. Eso en España es fundamental.

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