Investigación científica y desarrollo: naturaleza de una relación

18 abril 2012

La secuencia de recortes que han sufrido los presupuestos públicos de investigación durante los últimos ejercicios ha generado una fuerte reacción en contra por parte del estamento científico y de otros sectores sociales. Se argumenta que esos recortes van a echar por tierra los avances en ciencia habidos en España en los años anteriores a la crisis, que se hipoteca así el propio desarrollo científico español de las próximas décadas y que, como consecuencia de ello, también se va a hipotecar el desarrollo y bienestar futuro de la sociedad. En el argumento se suele explicitar que no es posible un sólido desarrollo económico sin un sistema científico homologable al de los países más desarrollados.

El pasado día 10 de abril, se publicó en este portal una visión crítica con esos argumentos, la de Javier Merino, de la corporación vasca Tecnalia. Merino sostiene que el esfuerzo realizado en I+D en los últimos años ha sido poco rentable en términos de generación de valor, pues en vez de haberse traducido en registro de patentes y transferencias a los sectores productivos, se ha limitado a propiciar un aumento en la publicación de artículos científicos. Afirma, además, que esos artículos son de baja calidad y que la crisis debiera servir para reorientar las políticas de gasto en este terreno. Casualmente, al día siguiente, el ministro De Guindos, declaró en el Congreso de los Diputados que “se ha comprobado que un aumento en la inversión en I+D+i no se traduce necesariamente en mayor competitividad”.

La relación entre ciencia, innovación y desarrollo

Parte de las críticas que se hacen a las inversiones en ciencia como factores susceptibles de promover el desarrollo económico tienen su origen en una cierta confusión. Y es posible, además, que hayamos sido los propios científicos los responsables, en parte al menos, de que se haya producido.

Desde una perspectiva histórica no es fácil establecer una clara dependencia del desarrollo económico con respecto a la ciencia. Además, no hay evidencias sólidas de que las inversiones en I+D den lugar por sí solas a innovaciones que generen riqueza. En la comparación internacional no se observa una relación clara entre crecimiento económico y gasto en I+D. No debe olvidarse, en todo caso, que numerosos descubrimientos científicos han tenido un gran impacto sobre el crecimiento económico y el bienestar; sirvan como ejemplos los antibióticos en el terreno de la salud y los fertilizantes artificiales en el de la agricultura. Y tampoco debe desestimarse el hecho de que un alto porcentaje de patentes están basadas en publicaciones científicas, ni que sin los grandes logros científicos del siglo XX no habrían sido posibles los avances producidos en áreas tales como las telecomunicaciones, la astronáutica o la biomedicina.

Pero dicho lo anterior, también debe concederse que las innovaciones -esas ideas que se transforman en nuevos productos, procesos o formas de hacer las cosas- tienen más que ver con las condiciones en que se desarrolla la actividad económica y con el nivel de formación de las personas, que con las actividades de investigación científica propiamente dicha. En otras palabras, sobre todo a corto y medio plazo, son la arquitectura institucional (normas, libertades, sistemas de incentivos, apertura al exterior) y el nivel de formación de las personas los dos factores que más condicionan la capacidad para innovar.

Habrá quien piense que si la actividad científica no es capaz por sí misma de generar valor a corto o medio plazo, entonces no hay razones -y menos en situación de grave crisis económica- para que esa actividad sea financiada. Y sin embargo, sí existen buenas razones a favor de que en un país se desarrolle una intensa actividad científica, esto es, se haga investigación científica, se forme a investigadores y se proyecten los resultados así obtenidos al conjunto de la sociedad.

Es cierto que las inversiones en I+D no garantizan, por sí mismas, innovaciones susceptibles de producir riqueza y desarrollo; pero también es cierto que si se dan determinadas condiciones (a las que he aludido más arriba) en paralelo, la probabilidad de que eso ocurra es más alta con inversiones en I+D que sin ellas. Y en todo caso, no debe pensarse que la generación de ideas que dan lugar a nuevos productos, procesos o servicios se produce de acuerdo con una secuencia lineal simple. No existe tal secuencia; no se trata de que un descubrimiento científico siga un desarrollo que conduzca a un nuevo producto y que este sea manufacturado a gran escala de manera eficiente y después comercializado. Las cosas, normalmente, ocurren de forma más azarosa y, como antes he dicho, el entorno institucional y social resulta determinante.

Y luego están las otras razones. La investigación científica es la actividad que genera el conocimiento necesario para comprender el universo, desentrañar los misterios que esconde la materia, y dilucidar los mecanismos en que se basa el funcionamiento de los seres vivos. Se trata de una actividad que, por el método en que se sustenta, tiene una importante componente crítica y gran potencial. Por eso, las personas con práctica y formación científica están bien preparadas para abordar la resolución de problemas complejos. También son las que enseñan las disciplinas científicas en niveles universitarios.

Y las personas formadas en la universidad suelen ser las más capacitadas para desempeñar tareas de alta complejidad técnica. La actividad científica es la que, en última instancia, nutre el sistema educativo en que se forman los profesionales -desde la economía hasta las matemáticas aplicadas- que desarrollan su tarea en los sectores más punteros y tecnológicamente avanzados, y que generan empleo de más calidad.

En otro orden de cosas, la buena investigación, y no solo la del campo de las ciencias, sirve para seleccionar y formar profesionales de alto nivel. Esto tiene efectos a medio y largo plazo sobre el conjunto de la sociedad, ya que la capacidad, la competencia técnica y el espíritu crítico se acaban extendiendo.

En relación directa con ese fenómeno de extensión social está el papel que juega la cultura científica. En una sociedad que cultiva y prestigia la ciencia es más probable que la ciudadanía cuente con mayor cultura científica que si ese cultivo no existiese o fuese de escasa entidad. La cultura científica, el conocimiento de los valores de la ciencia y las características del método científico, son fuente de racionalidad. Y la racionalidad es el mejor antídoto frente a los perniciosos efectos de la corrupción, la demagogia, la manipulación y, en general, de cualesquiera otras prácticas que se valen de la ignorancia, la credulidad y los sesgos cognitivos de la gente.

Quizás por todas estas razones los países con mayor nivel científico funcionan mejor también en los aspectos políticos y sociales: son mejores lugares para vivir. Y por supuesto, los países que funcionan mejor disponen de condiciones más adecuadas, en general, para crear riqueza y bienestar.

Por las razones dadas en los párrafos anteriores, se requieren plazos de tiempo relativamente largos para que la actividad científica surta sus efectos sobre el desarrollo, y el nexo más sólido entre ambos es la formación.

Publicaciones científicas y rentabilidad de la I+D española

Durante muchos años, los científicos nos hemos dedicado a predicar las bondades de la I+D, bondades que se condensan en el mensaje de que gracias a lo que hacemos se inventarán cosas nuevas y esos inventos nos harán más prósperos. Y sin embargo, ese mensaje es erróneo.

Lo más probable es que casi toda la actividad científica de calidad acabe siendo utilizada en beneficio de la comunidad (a veces también en su perjuicio), pero lo que nadie puede anticipar es ni cuándo ocurrirá eso ni dónde ocurrirá. En ese sentido es una actividad extraordinariamente contingente. Por esa razón, es muy aventurado fiar el desarrollo de un país a la utilización que eventualmente se haga de los resultados de la investigación que se desarrolla en él. Así pues, las críticas a la supuestamente escasa utilidad o rentabilidad de las inversiones realizadas en I+D no son descabelladas si a esas inversiones se les piden esos resultados. Lo que ocurre es que las inversiones en investigación, al menos las que se realizan en universidades y en ciertos organismos públicos (no incluyo aquí a los centros tecnológicos) no tienen por qué tener esa finalidad, sino la de aumentar, con carácter general, el stock de conocimiento y el capital humano de un país.

Por lo expresado en los párrafos anteriores, el número de publicaciones en revistas de calidad es un indicador válido para evaluar la rentabilidad del gasto en I+D ejecutado por universidades y, en cierta medida al menos, por OPIs. Y no creo que, en esos términos, los resultados del sistema científico español sean especialmente malos. Si relacionamos, para el conjunto de países de los que hay información, la producción de artículos científicos (incluso si ponderamos su impacto, expresando esa producción en términos de citas acumuladas) con el gasto en I+D ejecutado por universidades y centros públicos, sospecho que la posición española no estará muy lejos del valor teórico que le debiera corresponder.

Y creo que si hacemos un ejercicio similar con las patentes registradas (aunque mejor sería hacerlo con las patentes en explotación) y el gasto en I+D empresarial (aquí sí habría que incluir a los centros tecnológicos), el valor español también estará cerca de donde debiera, muy abajo, dado el pequeño porcentaje del gasto en I+D que ejecuta en España el sector de empresas. Es más, es posible que sea más abajo aún que el valor que le debiera corresponder, ya que tengo serias dudas de que ese gasto se haya dedicado, de verdad, a financiar actividades de I+D.

De lo anterior no debe desprenderse que este diagnóstico sea complaciente con el sistema español de ciencia. No lo es. Las universidades, principales agentes científicos del país, son en general de bajo nivel, y sospecho que numerosos centros públicos de investigación también lo son; estaría bien saber, por ejemplo, a cuántos miles de euros sale cada artículo de investigación, y estaría bien comparar esos datos con los de otros países. Del sector de I+D empresarial tengo un conocimiento mucho más difuso y lejano. Por eso, aparte de lo que he apuntado más arriba, solo añadiré que probablemente sea el bajo nivel tecnológico y el pequeño tamaño de las empresas españolas lo que explique que la ejecución de I+D por este sector sea baja. Y creo que sería más baja aún si se aplicasen criterios sensatos a la hora de categorizar determinadas actividades bajo la denominación de innovación.

Conclusión

Llegados a este punto, a la pregunta “¿debe la sociedad española apostar por las inversiones en I+D?” Mi respuesta es que sí. Aunque no sea suficiente garantía de progreso y competitividad a corto plazo, la actividad científica genera un clima de excelencia que perdura en el tiempo y propicia una ciudadanía más crítica, exigente y racional, rasgos estos que están en la base del progreso social. Disponer de un sistema sólido de ciencia es esencial para un país que pretenda estar a la vanguardia, ya que de ese sistema depende, en buena medida, el nivel formativo de sus profesionales cualificados y, en última instancia, del conjunto de su población. Y la formación, aunque no sea el único, es un factor determinante de desarrollo.

“¿Se debe apostar por la I+D incluso en tiempos de crisis?” La respuesta vuelve a ser afirmativa, porque la actividad científica es de una naturaleza tal que no admite interrupciones ni paréntesis, y menos si esos paréntesis son prolongados. En ciencia lo que se interrumpe no se detiene, desaparece.

Bibliografía adicional y notas

Nota final: No he querido entrar en otro aspecto del debate, que es el relativo al origen (público/privado) de los recursos con que financiar la actividad científica. Esa discusión es muy importante, pero es otra discusión y quedará para otro momento.

Otros textos de interés para este debate:

Sobre el Autor

Juan Ignacio Pérez es catedrático de Fisiología, responsable de la Cátedra de Cultura Científica (UPV/EHU-DFB/BFA) y fue rector de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) entre 2004 y 2008.

Artículo escrito por Colaboración

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