La pausa ||

9 marzo 2023

Primero lo intenté con ChatGPT pero no tuve ni opción: “ChatGPT is at capacity right now” —me dijo. O sea, que estaba a tope, aunque tuvo la delicadeza de pedirme un email para avisarme cuando tuviera un momento. Es lo que tiene la fama, que llegan los paparazzi del conocimiento y te acribillan a preguntas.

La pregunta era simple: ¿de dónde proviene o quién diseñó los dos palotes verticales que representan la Pausa de cualquier artilugio tecnológico? El asunto me tenía intrigado porque algunos signos universales y unívocos merecen una mínima curiosidad genealógica, Quizá parezca irrelevante, pero después de mi mes sabático a efectos de escritura era lo menos que debía conocer.

Tras el plantón de ChatGPT me fui a Perplexity y ahí sí, la respuesta fue inmediata y al detalle. Resulta que fue la empresa Ampex la que, en la década de los 60, creó el símbolo para insertarlo en las antiguas grabadoras de carrete. Surgió al parecer del rasgo cesura que se usa en literatura para separar versos y en música para hacer una pausa. En todos los casos las dos líneas verticales (a veces con una cierta inclinación) nos dictan la posibilidad o la orden de interrumpir lo que estemos reproduciendo.

Los dos “palotes” siempre me han dado la impresión de contundencia, más que los signos de avance o retroceso, por ejemplo. Parecen anclados con firmeza en una imaginaria base, y mientras una raya detiene lo que está ocurriendo la otra marca el inicio de lo que espera a continuación. Es fantástico comprobar cómo la simplicidad encierra tal cantidad de posibilidades y significados. Deberíamos aprender.

Satisfecha la intriga, hora es de hacer un elogio de la PAUSA, ese espacio-tiempo entre el antes y el después, entre lo que ya ha escapado de nuestras manos y voluntad y lo que se nos ofrece para moldear a nuestro antojo.

La pausa no es un vacío, tal y como yo la veo. Es la interrupción de nuestros hábitos y quehaceres, por lo general repetitivos, pero no la ausencia de intereses y posibilidades. Esta es la pausa colocada en medio de nuestras actividades cotidianas. Y sí, se parece a lo que llamamos “vacaciones”, el dolce far niente, pero hay –creo— otras perspectivas a considerar.

Me seduce más la pausa emocional y también la intelectual; los “palotes” que separan un sentimiento del siguiente y que éste mire hacia delante de una forma distinta; y los colocados para distinguir un aprendizaje, unas convicciones, un pensamiento de otros que, tras la pausa, comenzarán su propia vida apenas mirando de reojo lo que dejaron atrás.

Esta es la pausa enriquecedora, la que nos obliga a replantearnos dogmas, opiniones y rasgos de nuestra personalidad, en su sentido más amplio, con la intención de ponerlos en cuarentena y comprobar su resistencia al abandono y al escrutinio al que podemos someterles en el “entretiempo”.

La reflexión hoy no tiene buena prensa, qué le vamos a hacer. Al igual que con la comida, la diversión, la política… en el pensar y el hacer tendemos al precocinado. Creemos que poder pasar directamente al disfrute y consumo de lo que otros han perpetrado es un signo de evolución y desarrollo… y yo, aprovechando la pausa, me permito ponerlo en duda.

Por ejemplo… El libro ha pasado a ser algo casi vintage que solo sabemos digerir si viene en formato serie o película. Ideologías y programas políticos deben llegarnos en píldoras hechas de frases sueltas, imágenes, exabruptos desde una u otra tribuna y juicios ya prefabricados de comentaristas y tertulianos orgullosos de su contribución al aumento del coeficiente intelectual de sus conciudadanos. La música o se nos sirve en formato video-clip o le hacemos oídos sordos.

Los bares como lugares de relación personal convienen que tengan wi-fi porque, salvo que sea online, como que nos cuesta hablar con el prójimo. Y así todo: la brevedad de un tuit, el minimalismo de un emoji, el toque mínimo en la pantalla con el que pedimos o rechazamos amigos… convierten nuestra vida en una suma de instantes, de breves gestos de voluntad, de atisbos de creatividad, de apenas chispas de reflexión.

Lo escribía no hace mucho Arturo Pérez-Reverte:

si uno practica de vez en cuando el interesante ejercicio de dejar quieto el dedito y olvidar un rato la pantalla del teléfono móvil, alzando la vista para dirigir en torno una ojeada tranquila, la vida y la gente que la transita se muestran de nuevo reales, en carne y hueso. Dándole tal vez a quien observa lecciones que en este mundo absurdo en el que nos han metido como ratones en la ratonera —o nos metemos voluntarios, pues nadie te obliga a morder el queso— cada vez parecen quedar más lejos.”

En esta vida sincopada que llevamos, en gran medida por su creciente digitalización, la pausa sin prisa, pues, nos devuelve la posibilidad de ser los protagonistas y autores de nuestros propios pensamientos y conclusiones. Somos nosotros y un vacío a llenar en libertad. Es más laborioso, sí, pero mucho más gratificante.  

La pausa como ingrediente de nuestra vida, tiene, además, otras posibilidades. La catarsis es una de ellas.

La “purificación y purga de las emociones” o “la liberación de los recuerdos que nos perturban” se alcanza mejor entre paréntesis, concentrados en la labor sin otras distracciones. Soy yo con el trapo de la limpieza emocional para dejarme el alma como los chorros del oro. Incluso cuando la catarsis tiene un componente de cierto enfado con uno mismo o/y con el prójimo, expresarlo en pausa y libertad nos libera del pudor que nos limita en circunstancias normales.

Detenerse a un lado del camino nos ayuda a analizarnos también en dos facetas que en nuestra vida tenemos constantemente a punto de ebullición: el puedo y el quiero. Evaluar nuestras capacidades y nuestros deseos con tranquilidad, como viéndolos desde fuera puede arrojarnos conclusiones sorprendentes. ¿De verdad debo empeñarme en alcanzar tal objetivo para mi vida? ¿En serio estoy capacitado para lograrlo? Ese deseo, siempre insatisfecho, que me carcome de pura frustración ¿es tan importante?

El querer no siempre es poder, y el poder a veces merece mejores deseos.

Si aplicamos lo dicho al mundo empresarial me atrevo a aventurar que la pausa, como territorio para la reflexión y la renovación, debería formar parte de la estrategia de cualquier organización. Las prisas a veces arrastran las decisiones empresariales tras las urgencias que impone el mercado, la cuenta de resultados, las exigencias de los accionistas, etc.

Cambiar el foco de observación y mirar desde otra perspectiva la realidad de la empresa o de alguno de sus componentes en particular suele aportar vías nuevas de solución a problemas, o posibilidades interesantes de mejora que el sofocante devenir diario nos impedía vislumbrar.

La pausa purificadora y reflexiva; ese vacío paradójicamente lleno de contenido; los palotes entre el antes y el después son signos de inteligencia y no precisamente artificial.

Artículo escrito por Javier Ongay

Consultor de Comunicación. Prof. ESIC Business & Marketing School

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