La agenda olvidada del crecimiento

19 septiembre 2011

Hace poco más de un año en Sintetia presentábamos una sencilla correlación entre el crecimiento del PIB nominal y recaudación de ingresos públicos. La conclusión era realmente impactante: “Cada punto de crecimiento del PIB nominal tiene como consecuencia 2,65 puntos de crecimiento de los ingresos públicos, aunque el crecimiento mínimo del PIB nominal tiene que encontrarse en el 5% para que comience a haber un aumento de los ingresos”. A la vez, PIB y empleo están correlacionados también de forma lineal, como lo está la renta per cápita. Cuanto más empleo, más PIB, más ingresos públicos y menos necesidad de gasto público en prestaciones sociales.

Fuente: Banco de España e INE

En cambio, el debate mediático y financiero se encuentra casi “atrapado” en el discurso de la austeridad, en el recorte del déficit, en el riesgo de impago, en los rescates. La consecuencia es que no hablamos del problema real: la ausencia de crecimiento económico. Un experto mundial de referencia obligada, Daron Acemoglu, escribía un artículo este verano que centraba realmente bien el problema y el cómo lo estamos afrontando. Acemoglu es claro: si logramos aumentar a un 2% la capacidad de crecimiento de la economía americana mediante el fomento del empleo, nuestra renta mejorará también, pero además, en 20 años tendremos aproximadamente una recaudación por impuestos que será un 49% superior a la que tenemos hoy. Y si logramos crecer al 3%, entonces esa recaudación será un 81% más que la que tenemos hoy. ¿No creen que con esa recaudación podríamos pagar nuestras deudas y abordar procesos de inversión?

¿Por qué podemos pagar nuestras deudas? Porque tenemos ingresos. ¿Qué genera el mayor volumen de ingresos? El crecimiento del PIB. Por supuesto que se pueden diseñar sistemas impositivos mejores y retocar muchas cosas, pero sólo el crecimiento del PIB te asegura un aumento sostenido de la recaudación. Lo mismo ocurre con los gastos públicos. El discurso es, tengo menos ingresos, pues generemos menos gastos. De acuerdo, parece razonable; así lo haríamos en nuestra familia. Pero hay que trabajar de forma incansable para saber rápidamente qué te puede hacer generar más ingresos, más calidad de vida y más oportunidades. Y el recurso de una deuda para invertir en lograrlo no debería estar demonizado per se.

Si el gasto público no aportase nada (productividad económica y social), el quitarlo no generaría impacto alguno, y habría que deshacerse de él con o sin crisis. Si se dilapidan recursos creyendo que se trata de una inversión rentable, sin saber realmente si lo es o no, empiezan las dudas de si existe un coste de oportunidad menor donde destinar el dinero. En ese caso se requiere gestión, firmeza y liderazgo político. Si el dinero público estuviese depositado en activos y políticas que nos hiciesen crecer y progresar socialmente, entonces la austeridad generaría estragos y meternos en un círculo pernicioso. Al final lo que importa es rentabilizar siempre la deuda, no el tener más o menos cantidad de deuda. De ahí la importancia del crecimiento del PIB, motor de los ingresos fiscales que nos permitirán rentabilizar nuestra deuda adquirida.

Hemos hecho otro experimento numérico para ilustrar el problema. Hemos tomado el PIB de España en 2010, y le hemos hecho crecer en términos nominales un 2%, un 4% y un 7% (crecimiento anémico, moderado y alto) en 15 años de forma ininterrumpida. España está generando actualmente una deuda bruta de casi 100.000 millones de euros en bonos al año, un 9,4% del PIB nominal anual, en parte debido a la falta de ingresos y en parte debido a las fuertes necesidades de gasto. Supongamos que hubiésemos de mantener otros tres años dicho nivel de endeudamiento, con la sensación de peligro que ello transmite a nuestros acreedores.

¿Cuánto supondría esa deuda captada dentro de 15 años si la economía creciese al 2%? ¿Y al 4% ó al 7%? Esos 300.000 millones de nueva deuda bruta supondrían respectivamente un 20%, un 15% o un 10% del nuevo PIB. Como podemos ver, las diferencias son muy grandes incluso en un horizonte de medio plazo. Es decir, crecer es clave para sostener la generación de deuda derivada de la crisis; no hay reforma fiscal que logre esa recaudación – lo cual no implica que no sean necesarias reformas fiscales-. No nos olvidemos que la deuda la pagan los ingresos menos los pagos de producción o primarios, por lo tanto, el objetivo de nuestra carrera de fondo es siempre crecer sin incurrir en déficit primario. De lo contrario, acabaremos pareciendo un zombie. Por lo tanto, centrémonos en crecer, en salir de la crisis con crecimiento estructural. Ya hemos trabajado en algunas ideas en Sintetia, aunque nos han gustado especialmente algunas de las recomendaciones de Acemoglu, por lo cualitativas e interesantes que resultan:

  1. Acemoglu critica lo burocrático del sistema americano de protección de la innovación. Es llamativo, porque siempre se ha alabado la gran flexibilidad del sistema americano en comparación con el europeo. Por lo tanto, si el “sistema flexible” no lo es tanto, esto demuestra una vez más el gran trabajo que tiene Europa (y aún más España) en crear un verdadero espacio para la innovación, con unas instituciones flexibles y apegadas a la necesidad de las empresas, con un diseño institucional que premie a quien de verdad innova y aporta. La European Innovation Area tiene que ser algo más que un propósito escrito en buenos documentos, sino que se tiene que convertir en una realidad palpable, porque esto afecta al siguiente punto.
  2. Acemoglu habla de cómo Wall Street y sus salarios han hecho que muchas personas de gran talento se alejen de trabajos en investigación, en industria o en diseño y se dedicaran a ganar altas primas en el mundo financiero, lo cual ha lastrado la capacidad de generar más y mejor innovación y productividad en Estados Unidos. En el caso de España, lo peor no son los salarios de trabajar en la Bolsa madrileña… sino los millones de personas que se especializaron en puestos poco cualificados, los incentivos que llevaron a los estudiantes “del instituto a la obra”. Reconvertir a un ingeniero de Wall Street en un emprendedor o reciclarlo para otra industria es más o menos fácil; que un joven de 30 años sin estudios con la construcción como única experiencia pase a tener un empleo cualificado es algo que parece ciencia ficción en estos momentos.
  3. Los mercados fallan, y más en innovación. Hay que hacer política de fomento de la innovación, crear los instrumentos financieros e institucionales adecuados. Trabajar en ello, como se está haciendo ya en España con la Estrategia Estatal de Innovación, algo absolutamente estratégico y donde, siguiendo el ejemplo anterior, si hay que endeudarse para ello, puede ser óptimo hacerlo.
  4. Por supuesto, todo esto no se puede hacer sin una sociedad formada y con alta proactividad por una cultura de cambio, riesgo, innovación y responsabilidad a todos los niveles. Para eso necesitamos confianza de país, trabajar con los jóvenes y lograr que la savia se regenere, lo cual no lograremos sin educación, sin instituciones fuertes –que luchen por generar competencia, incentivos para crecer y crear cosas nuevas- y sin una sociedad que premie a los emprendedores.

En definitiva, creemos que es indispensable hablar de control de gasto público, asegurar la credibilidad financiera como país, jugar a la austeridad (si no resta productividad) y diseñar reformas estructurales de calado, pero todo ello no sirve sin un compromiso claro por el crecimiento económico. Sólo con crecimiento económico podemos tener mejores servicios e infraestructuras públicas. Hay muchas barreras y ámbitos de actuación, pero igual nos estamos pasando de frenada al hablar tanto de gastos y recortes y no tanto de qué se va hacer con el gasto público; qué medidas tomaremos para lograr ese crecimiento. ¡Centrémonos en la agenda para el crecimiento! Porque es la gran olvidada y, sin embargo, la más importante.

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