Elogio a la lentitud

7 julio 2022

Si tienes prisa no leas este artículo, porque hablaré de la lentitud. No es un artículo al uso, más o menos estructurado y buscando transmitir varias ideas claras. Es más bien una tarde de reflexiones perezosas, a veces inconexas, pero siempre sinceras. Una especie de diálogo conmigo mismo, luego entenderás por qué.

Seguramente, si sigues leyendo, sentirás que estás perdiendo el tiempo, y ya sabemos que perder el tiempo hoy es casi un delito (aunque posiblemente es lo mejor que podemos hacer). Nuestras agendas son como biblias llenas de anotaciones, y todos hemos sufrido el síndrome de la agenda vacía, ese momento en que te das cuenta de que tienes unas horas (¡a veces incluso un día!) sin nada programado, sin reuniones agendadas. Es entonces cuando tienes esa sensación de vacío, de pérdida de tiempo, de malgasto de ti mismo.

Un ser humano con tu inteligencia, con tu responsabilidad y sin nada que hacer, sin las prisas que la agenda nos marca. Y buscas algo que llene esas horas: leer algún informe, programar una reunión de seguimiento, algún encuentro de última hora… Algo que sea útil, que forme parte de ese día a día intenso del que tanto “disfrutamos”.

Porque nos puede la velocidad, el hacerlo todo y tenerlo todo. Ya, ahora. Y que sea práctico, que de resultados concretos. Rápido, aquí y ahora.

Ya en 1909 Filippo Tommaso Marinetti, en su Manifiesto Futurista, decía:

“Afirmamos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad.”

Y desde entonces no hemos parado de correr.

Los griegos sabían que la velocidad no se lleva muy bien con el pensamiento, Por eso dialogaban y pensaban mientras paseaban por el jardín (epicúreos). Se reunían plácidamente en el pórtico del ágora (estoicos) o charlaban durante horas en la academia (Platón) o el liceo (Aristóteles). Ya sentados, ya paseando, dejaban que el pensamiento fuera tomando forma, Que las conexiones que nuestro cerebro hace tuvieran tiempo de consolidarse, de crear otras nuevas. Paseaban o conversaban o reflexionaban, solos o en grupo, pero siempre dando tiempo y espacio a las ideas.

Comprendían que la razón no llega con las prisas. Que la primera idea no siempre es la mejor y que frente al vicio de la inmediatez está la virtud del diálogo sinuoso, profundo y constructor. El poder de la lentitud.

Esto del diálogo tiene su aquel, porque poco a poco hemos ido perdiendo su uso como herramienta de conocimiento. Y es que este uso requiere de tiempo, de crear poso. No podemos conocer a través del diálogo si no escuchamos al otro, si no partimos de nuestra propia ausencia.

Primero nos desnudamos intelectualmente. Aceptamos nuestras posibles debilidades cognoscitivas, escuchamos con honestidad. Compartimos nuestras ideas, volvemos a escuchar, volvemos a compartir… Y así vamos construyendo conjuntamente, desechando y adoptando ideas, pensamientos, enfoques. Con honestidad, sinceridad y humildad.

Demasiado tiempo para todo eso. No me lo permite mi agenda.

Como sustituto proponemos una batalla dialéctica. Tú das tus opiniones, yo muestro las mías, y ambos tratamos de convencer al otro. Pero no nos damos cuenta de que no nos escuchamos, sólo nos escuchamos a nosotros, que estamos preparando nuestro vómito discursivo.

No hay tiempo de escuchar, sólo de atacar, de convencer. Y si no lo consigo a la primera lo doy por perdido y sentencio que el otro no tiene capacidad para comprenderme. Fin del asunto. A otra cosa.

Y así nos relacionamos.

O puede que prefiramos (no tenemos tiempo para otra cosa y además da tanta pereza…) aceptar las “ideas” y “razonamientos” (más bien consignas) del jefe de mi tribu; ya sea esta roja, azul, morada o verde.

Twitter es un magnífico ejemplo de diálogos tribales, en los que caemos todos, yo el primero. El primer paso para resolver un problema es reconocer que lo tienes, y en Twitter, y las redes en general, es el hogar de los conceptos sin matices, de los posicionamientos inamovibles. O tienes razón o estás equivocado. Si no estás conmigo lo estás contra mí. O eres bueno o eres malo. No es lugar para matices, no hay tiempo para ello. Twitter es el lugar de los monólogos, cortos, pero monólogos.

La rapidez de la propagación en las redes de supuesta información es la principal causa de las fake news. Si tuviéramos la pausa de revisar, de confirmar lo que queremos transmitir nos convertiríamos en el mejor filtro contra las noticias falsas. Pero nos puede la prisa, el ser los primeros, en ganar relevancia.

Y lo malo es que esto no se ha quedado sólo en las redes, sino que ha saltado a la sociedad. Los matices han saltado por los aires y el pensamiento crítico ha dado lugar al dogmatismo ideológico. Vemos a autoproclamados garantes de la libertad y la democracia (de uno y otro lado) que niegan el otro el derecho a opinar, a hablar. Mejor pasamos a la acción e impedimos el discurso razonado del otro, porque no tenemos tiempo para los matices.

Dar lugar al debate tiene dos problemas:

  • primero, pierdes mucho tiempo argumentando, escuchando y contraargumentando (dialogando, en suma),
  • y segundo, igual me doy cuenta de que estoy equivocado. Y eso sí que no, he dedicado muchos años de mi vida a construir esta teoría monolítica, firme, sin fisuras, para que venga ahora uno y le abra una vía de agua. ¡Cuánto tiempo desperdiciado! En lugar de eso corramos a ocupar el poder, gritemos, démonos prisa por callar al otro, no vaya a ser que lo que diga tenga sentido.

Carlos Javier González Serrano publica un interesantísimo artículo en Ethic: Lentitud y atención como rebelión en un mundo acelerado. Todo el artículo merece mucho la pena, pero ya solamente el título nos da una pista de lo que está en juego.

Lentitud y atención como dos conceptos relacionados, porque lo están, sabiendo que uno no puede ir sin el otro: no hay atención sin la pausa de la lentitud, y la lentitud tiene la virtud de multiplicar nuestra atención.

Son dos virtudes (sí, virtudes) que se retroalimentan. Por eso la filosofía es incómoda y estorba, requiere de la lentitud para que quede el poso, de la lectura constante y atenta para que se vaya empapando nuestro cerebro. También necesita de la atención para comprender, para seleccionar lo válido de lo no válido, lo que acepto de lo que rechazo, pero es que, además, y esto es lo maravilloso, cada persona tiene un poso distinto, una base filosófica única, que ha creado con el tiempo, con sus lecturas, con sus asunciones y rechazos, lentamente. Y así es como se hace único, y cómo se hace persona y ciudadano, no por pertenecer a los verdes o a los morados, sino por ser capaz de examinar críticamente a todos.

Sin embargo, Marinetti parece que tenía razón: la velocidad es muy atractiva. Y no sólo la velocidad física, sino también la mental y la emocional. No tenemos tiempo de formarnos como seres que razonan, que tienen un pensamiento crítico propio.

Es más fácil entrar en el grupo, ya está todo hecho: entras y ya sabes cómo has de pensar, lo que está bien y lo que está mal, sin matices, blanco y negro, el bien y el mal. Es mucho más fácil, más rápido y crea menos dolores de cabeza.

Existe también una clara relación entre la velocidad, la prisa y el fracaso y la felicidad.

Hemos creado un modelo de sociedad donde la culpa de la infelicidad recae en nosotros. Patrañas como “si quieres puedes”, “si te esfuerzas lo conseguirás” y otras memeces por el estilo, Vuelcan la responsabilidad en nosotros mismos: si no lo hemos conseguido es porque no lo hemos querido lo suficiente, porque no nos hemos esforzado. No pienses, es así, no te pares a valorar otras posibles causas. ¡Vuelve a intentarlo, deprisa! A ver si se va a pasar la oportunidad.

El éxito se ha convertido casi en una obligación, y el fracaso es sólo responsabilidad nuestra. Y en una cultura como la nuestra, muy influida por el concepto de culpa cristiano, eso puede ser devastador. Genera inquietud, necesidad, urgencia. Y todo a partir de lo que tu grupo considere que es el éxito: puesto que no hemos tenido tiempo de construir nuestro sistema de valores, que nos ha sido dado, puesto que no hemos sido capaces de formarnos interiormente de manera consistente como seres humanos y ciudadanos. Otros lo han definido, nos entregamos y nos defraudamos por no conseguir los objetivos impuestos por otros, no por nosotros. Y eso es una forma de alienación fruto, entre otras causas, de la ausencia de pausa y de autoconocimiento.

No paramos, no pausamos nuestros proyectos, nuestra vida: después de A viene B, y después C, y no te salgas del camino, no te salgas de la metodología, porque vas a perder el tiempo.

Y el mundo empresarial no es ajeno a la urgencia y a la prisa. Hemos de conseguir resultados ya, a corto plazo, sin dar tiempo a diseños estratégicos y planes a medio y largo plazo. Y es cierto que en muchas ocasiones no es culpa de las empresas. La mera supervivencia en ocasiones exige ser veloz en la toma de decisiones, ser superficial en los análisis.

Porque el entorno penaliza la pausa, el sistema económico actual expulsa al lento, al indeciso (curioso cuando al “reflexivo” llamamos “indeciso”).

Se ve también en la forma de gestionar el conocimiento empresarial. Siempre me sorprende que cuando escribo, los artículos que suelen tener más aceptación son los que enseñan herramientas, Canvas varios o procesos definidos. Los que tienen un contenido más estratégico, más reflexivo no suelen tener tanto éxito, porque suponen una pausa, un parar y pensar en profundidad. “Enséñame, muéstrame cómo funciona la herramienta, rápido, que ya me encargo yo del resto”.

Y nos pasa lo mismo con la tecnología. Importa el “objeto” no el “sujeto”. Importa la tecnología en sí. El cómo lo utilizamos y si es una tecnología adecuada para nosotros, para nuestras organizaciones y/o proyectos, ya lo veremos después. Primero la compramos, luego ya veremos.

Me he pasado la vida viendo a empresas que se apuntaban a lo último de tecnología (industria 4.0, digitalización, IA, metaverso…) sin tener muy claro si lo comprendían, si era adecuado para su cultura empresarial y si iban a saber manejarlo. Al final la tecnología se queda en una mano de pintura muy aparente y chula (como diría la vicepresidenta) pero con poco valor estratégico.

La prisa, que crea la necesidad de la inmediatez, del ya.

Por supuesto, no todas las organizaciones son así, pero las que lo son, lo son por culpa de la velocidad mal entendida.

Todo este batiburrillo de reflexiones (ya dije al principio que en muchos casos inconexas) me llevan a las trampas que la velocidad nos pone disfrazándose de lentitud. Para mí, una de las más evidentes es todo el movimiento que en occidente se ha creado en torno al mindfulness. Se ha cogido parte de la filosofía de la conciencia y la consciencia oriental, se ha pasado por el tamiz de occidente, el capitalismo y la prisa y han salido varios engendros que sólo buscan el consumo rápido y, por supuesto, pagado. Como dice Ronald E. Purser, el McMindfulness.

El mindfulness, a la manera occidental, no es sino un producto de consumo, un parche al abuso de la prisa, que al menos reconoce como un problema. Pero, sin embargo, presenta una solución enlatada, de fácil consumo, y además diseñado al por mayor: para ejecutivos, para amas de casa, para universitarios, para emprendedores…

No te preocupes, no hace falta que pierdas el tiempo recorriendo el camino (sólido, pausado, muy valioso y, sobre todo, individual) de la conciencia y el autoconocimiento, ya te he preparado yo los tres ejercicios que tienes que hacer. Canela fina: entras, los haces y sales como nuevo.

Se obvia, porque no interesa, que este camino del mindfulness, el verdadero, es un camino largo, personal, único (volvemos al esfuerzo, al tiempo pausado, al poso). Y no interesa porque buscamos las economías de escala, buscamos el consumo rápido y eficaz (te lo juro por Snoopy, esto te va a venir genial, ya verás que cool, en un par de sesiones verás los resultados). Drogas para el alma.

Y si encima ofreces la imagen del arrepentido que ha visto la luz, como Ajran, mucho mejor, pero eso sí, presumiendo de todo el dinero que he manejado, ferraris, vendiendo todo lo que le rodea en cursos y con todos los focos puestos en mí. Lo explicaba bien mi colega Javi García en esto que escribió sobre el ego.

No hay mejor muestra de la trampa que el marketing que hay detrás. Aparece de pronto un concepto nuevo, mindful travel. “Viaja despacio”, “tómate tu tiempo”, te dicen. Pero nadie dice que esto ya se inventó en el siglo pasado con el slow travel, que es exactamente lo mismo, pero claro, sin la pátina oriental tan cuqui del mindful travel.

Montan un concepto nuevo, una nueva marca, una nueva tendencia, y se pone en marcha toda la industria del engaño: charlas, talleres, productos con la etiqueta correcta, webs, expertos… Ya tenemos creado un nuevo ecosistema sobre algo que ya existía hace 40 años. Marketing del malo.

Al final todo es fruto de la prisa, de la rapidez por posicionarse en el mercado con nuevos productos, nuevos conceptos, nuevas formas de decir lo mismo. No tenemos el tiempo ni la lentitud para analizar todo lo nuevo (¡wow, mindful travel! ¡si es que hasta suena bien!), y los aceptamos como la nueva Coca Cola. Pero la Coca Cola ya existe, y lo demás son sucedáneos.

Cuando somos capaces de parar, pensar, reflexionar con pausa y conscientemente (sin mindfulness ni otras tonterías) nos damos cuenta de que nos están engañando. Aceptamos que nos vuelvan a vender el mismo producto, pero con otro envoltorio. Y puede que esa sea una de las causas por las que no queremos parar, para no tener que darnos cuenta de que estamos haciendo el primo.

Si has llegado hasta aquí ya te advertí que ibas a perder el tiempo, que no lo hicieras. Porque en realidad yo no te quiero vender nada ni enseñar nada, sólo reflexionar un poco en voz alta y estando dispuesto a una conversación, en la que acepto la premisa de que todo lo que he dicho puede estar equivocado.

Creo, sinceramente, que esta prisa, esta ausencia de lentitud y pausa, nos está afectando negativamente a todos los niveles: personal, empresarial, como sociedad, como país… La ansiedad por conseguir la felicidad ya, sin demora, la presión sobre las personas para conseguir el éxito, la búsqueda constante de la eficiencia, de la utilidad finalista, nos está empobreciendo.

Somos incapaces de protestar, somos incapaces de pensar críticamente. La filosofía molesta y se quita porque es lenta. Requiere pararse y puede dar como resultado ciudadanos con conciencia, poco prácticos y poco útiles para el tinglado que hemos montado.

No sé, no tengo todas las respuestas (de hecho, no sé si tengo alguna respuesta), pero sí creo que podemos hacerlo mejor, más lento, pero más consciente. Buscando cada uno su camino, pero en común. No reniego del capitalismo (para mí el mejor sistema posible), pero sí creo que mucho del capitalismo actual es fachada, vacío (como diría Lipovetsky) y barniz.

Por eso, si me permites, paro aquí y voy a perder un poco el tiempo siguiendo la máxima de Ramón Trecet: “Busca la belleza, es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo”.

Artículo escrito por Juan Sobejano

Fundador de Innodriven, consultor de innovación en Innolandia y profesor

1 Comentario

  1. Ricardo Mariño Pardo

    excelente, me hizo recordar un libro con el mismo título escrito por el psicólogo sueco Owe Wikströn, y estos suecos saben de esto, es una cuestión cultural también…"la promesa de una vida sin prisa"

    Responder

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