¿Dónde está la productividad? La ansiada llegada de la electricidad del siglo XXI

4 octubre 2017

«Me parece obsceno hablar de inmortalidad cuando aún no podemos curar un solo caso de alzhéimer». Todo un golpe a la línea de flotación intelectual del profesor López Otín. Tenemos 6.000 enfermedades hereditarias que no sabemos tratar, todavía. En 1984, en pleno auge y máxima preocupación por el virus del VIH, la Secretaria de Estado de Estados Unidos declaró que en dos años tendríamos la solución, con una vacuna. Llevamos unas cuantas décadas de retraso. Las zapatillas que se ataban solas en Regreso al Futuro (1985) acaban de llegar, por parte de Nike, unas cuantas décadas después. Hemos usado, usamos y seguiremos usando durante un tiempo indeterminado combustibles fósiles a niveles insostenibles ambientalmente. Los coches no vuelan y contaminan (incluso vehículos los eléctricos tienen problemas ambientales). Te pasas una mañana en la sala de espera en cualquier hospital y rápidamente asumes que estamos lejos de curar todas las enfermedades. Las crisis, los ciclos, la pobreza, el desempleo, los problemas de movilidad en las ciudades, la contaminación de las aguas internacionales, el agotamiento de los caladeros, el cambio climático, la sequía, la seguridad… como sociedad seguimos enfrentándonos a los mismos problemas durante décadas.

Con internet, las apps, el software y, en general, toda la digitalización de nuestras vidas hemos asumido, casi como una religión, que nuestro progreso sería imparable. Pero esto se lleva cuestionando durante bastantes años. En el año 2000, tuve la oportunidad de conocer a Robert Gordon. Su visita a España, a Oviedo, estaba motivada por la celebración del primer congreso internacional sobre productividad que se hacía en nuestro país. En aquel momento, Gordon no era tan conocido en los medios, pero sí en la academia. Ahora es famoso, le ha medido el pulso a la innovación disruptiva —la que transforma, de verdad, nuestras vidas—, ha declarado que está muerta o en la UVI y su charla en TED es una de las mismas vistas.

Gordon fue un académico clave por la profundidad de sus estudios sobre productividad y sobre la digitalización de nuestras economías. En aquel congreso del año 2000, se preguntó: ¿la digitalización aporta cada vez más productividad, valor y riqueza a nuestras vidas? Decir que no en pleno auge de Internet y empresas de software, donde el dinero corría a raudales y todo el mundo creía que llegaba poco menos que «El Dorado» de los negocios productivos, parecía una locura. Pero Gordon sentenció que la digitalización está en todos los sitios —en la boca de políticos, empresarios, inversores— menos en las estadísticas. La productividad (de los factores) de la economía americana estaba cayendo, de hecho, está estancada desde los 70. El siguiente gráfico es de su último libro (TPF es la productividad total de los factores).

¿Si internet y la digitalización es tan relevante para los negocios, por qué la economía no crece con más fuerza? Sí que se observaron cambios profundos tras la máquina de vapor, la expansión de la electricidad, la introducción de las las vacunas, las políticas de salud pública —el retrete, esa gran tecnología que salva vidas todos los días—, los electrodomésticos (¿qué impacto social y económico ha traído la lavadora? La respuesta es que increíblemente elevado, sobre todo porque facilitó entre otras cosas incorporar a la mujer al mercado de trabajo). Cuando se analizan las estadísticas de los cambios que trajeron la primera y la segunda revolución industrial, rápidamente se ven fuertes crecimientos de la productividad, de la renta, del crecimiento económico y, en definitiva, de riqueza. En cambio, desde los años 70 hay un estancamiento importante en la productividad. ¿Por qué?

Los grandes optimistas de la innovación, con McAfee a la cabeza, consideran que la Inteligencia Artificial será (es) la nueva electricidad del siglo XXI. Que los robots nos invadirán, los coches se conducirán solos, habrá una genética a la carta, se podrán predecir muchas enfermedades antes de padecerlas y la productividad crecerá de forma imparable. El problema será de distribución de esa productividad, no generarla. El futuro que está por venir es apasionante y las máquinas nos darán un nuevo poder para crear riqueza y luego distribuirla.

La pregunta es ¿y dónde está todo eso? Como suelen decir en el pueblo pesquero donde vivo: «en la rula no preguntan, apuntan». No te preguntan si te llevó más o menos horas pescar, si la mar estaba bien o mal, si había poco o mucho pescado. Lo que cuenta es tener cajas llenas de pescado para rular, ver qué ha hecho la competencia y llevarte la recompensa. Es decir, posiblemente estemos ante la llegada de una nueva oleada de productividad de futuro, pero la realidad es que la productividad (de todos los factores) en España no crece desde el año 2000, de hecho, el crecimiento es del -0,1% de media anual (es decir, somos menos productivos). En Estados Unidos, cuna de la digitalización, la productividad desde el año 2000 ha crecido al 0,93% anual, inferior al 1,62% del período 1970 y 2014, analizado por Gordon. Ya sabes, en la rula no preguntan…

El prestigioso portal de divulgación académica en Economía, VoxEU.org, acaba de hacer público un artículo que resume las conclusiones de diversos trabajos sobre este ámbito. El título lo dice todo: no es que haya menos ideas, es que cuesta mucho más abordarlas. Los datos de su investigación son muy rotundos:

Se necesitan 20 veces más investigadores que hace 80 años para conseguir la misma ganancia de productividad de la economía.

— Hasta cumplir con la propia la Ley de Moore —el poder del procesamiento de una computadora se duplica cada doce meses— hoy cuesta 18 veces más, en términos de investigación, que en los 70.

Inspirado por ese artículo, tras consultar los datos de la OCDE, he sacado dos gráficos, uno para España y otro para Estados Unidos. Se ve con fuerza cómo el número de investigadores, por cada millón de empleados, crece muy fuerte, pero la productividad no lo hace.

Otra nota sobre estos gráficos: las diferencias entre Estados Unidos y España son brutales. Mientras que en Estados Unidos hay 9.100 investigadores por cada millón de empleados, en España hay 2.500 menos. Para igualarnos a los americanos, el sistema científico español tendría que tener casi un 40% más de investigadores.

¿Y por qué sucede esto? No tengo recetas, así que comparto algunas ideas.

1.- La competencia perfecta incentiva la innovación, pero la que está más próxima al mercado, no las grandes ideas que cambian el mundo.

Los economistas estamos obsesionados con la competencia perfecta. La destrucción creativa, el darvinismo del mercado que incentiva siempre a ser mejores, diferentes, a crear nuevas ideas y llevarlas a la práctica. Y esto es sano, positivo y en muchos ámbitos es absolutamente imprescindible. Uno de esos ámbitos es la economía digital. Como me decía una amiga empresaria del mundo del software:

«diseña un software durante años que, como funcione y tenga éxito en el mercado, te lo fusilan en menos de 6 meses. Rentabiliza rápido tu inversión o estás muerto».

Pero esto puede tener consecuencias no deseadas si se generaliza en todos los sectores. Piensa en el siguiente caso —un ejemplo que tengo muy reciente, porque trabajo mucho en el sector—: entras en una gran superficie de una gran ciudad. Tienes unas 30.000 referencias de productos alimentarios a tu disposición para elegir. Hay una gran presión entre los fabricantes de marcas por invertir fuerte en innovación (nuevos tipos de yogures, galletas, pasta, salsas, quesos, leche…) pero rápidamente, si funciona, aparece el distribuidor, que quiere —casi impone— su marca blanca —producto similar bajo una gran marca de supermercado, a precios entre un 50 y un 70% del “original”—.

Consecuencia: a los costes de innovar del fabricante, y el marketing, se suma la presión en los márgenes por parte de la distribución.

Esto es como si tras una década tratando de descubrir un fármaco, invertir más de 30 millones de euros (como poco) y, por fin, lograrlo, se convierte en genérico al día siguiente. Posiblemente no recuperes la inversión en décadas. ¿Quién tiene incentivos a seguir investigando en los nuevos fármacos?

Esta destrucción creativa, con la digitalización, ha creado verdaderos instrumentos para matar los márgenes comerciales. Pones el producto en Google, la referencia concreta, y te sale un listado de tiendas con precios donde elegir. Sabes qué precio es el más bajo y dónde está. Y a partir de ahí, eliges. Esto te da poder como consumidor. Pero es mortal para las empresas que fabrican, que invierten en crear esos productos nuevos. Si no tienen claro que puedan recuperar rápidamente la inversión y generar resultados positivos, ¿cómo se van a involucrar en nuevos proyectos?

La productividad es, en el fondo, un indicador del valor añadido que se genera con todos los recursos de una empresa. Y todo parte de una diferencia, el margen bruto, entre los precios de venta y los costes de los productos vendidos. Por muy innovador, eficiente, digital, global y excelente que seas en costes, éstos tienen un límite. Si ese límite cada vez se estrecha más por la presión en precios de venta, los problemas están a la vista. O, si no están los problemas, sí los incentivos: invertir sobre seguro, descartando experimentos: 

Aquello donde hay más riesgo, donde te pueden «copiar» de forma más fácil o donde tu poder de mercado sea menor, ahí dejarás de invertir. Si dejas de invertir, al final los problemas de productividad llegarán tarde o temprano.

La digitalización ha traído grandes ganancias en alternativas, ocio y recursos para los consumidores. Pero también modelos de negocio basados en el gratis total (en la quimera de que algún día se rentabilizarán, sobre todo con publicidad). Ha lastrado márgenes, negocios y generado dificultades para competir en grandes sectores. Y esto ha afectado a la capacidad de generar importantes recursos para innovar. El foco en la eficiencia y en los precios tiene un gran beneficiario, el consumidor. Pero es un océano rojo de sangre entre empresas que compiten por buscar esa diferencia con márgenes cada vez más pequeños. Y sin márgenes, repetimos, hay pocos experimentos. Y los experimentos son necesarios para crear grandes ideas que cambien, de verdad y de forma profunda, el mundo.

Esa innovación más “ligera”, si se me permite la expresión, es positiva, hace mucho ruido y nos da mucha vida: surgen nuevas empresas, nuevas formas de hacer, más productos y servicios, más opciones, más posibilidades para los consumidores que, en definitiva, somos todos nosotros. Pero, ¿y si nos estamos disparando en el pie sin saberlo? No tengo la respuesta, dejo la reflexión ahí, sin ser capaz de resolverla con garantías.

2.- La digitalización crece como un virus que se expande con fuerza, pero aún hay una gran parte muy importante de nuestra economía ajena a ella.

Allí donde la digitalización ha calado fuerte, ha obligado a tecnificarse o morir, a hacerlo mejor o morir, a dar un buen servicio o morir. Donde esto no existe, los incentivos desaparecen. Por eso un camarero, un peluquero, alguien que limpia, un administrativo, un gimnasio, un restaurante, una panadería o cualquier otro trabajo menos digital tiene unos niveles de productividad similares a los de hace varias décadas. Son servicios sin gran presión digital, que no escalan en ventas (no venden muchísimo más con los mismos recursos) por el hecho de estar en red. Esos negocios, intensivos en personas y pocas máquinas copan entre el 60 y el 80% del PIB de una economía moderna.

Hay varias velocidades, diferentes necesidades de empleo y capacidades. Dedicamos cada vez menos recursos a hacer lo que se nos da bien (automatizar un almacén de logística o una planta industrial de piezas para coches) y muchos recursos (personas, horas) a lo que no somos tan buenos para hacerlos escalar. El peluquero de los años 40 no hacía muchos menos cortes de pelo que uno hoy, ni su valor añadido era muy inferior. Claro que ahora la productividad y la renta nos permite tener más ocio, poder pagarnos spas, clases de yoga, ir a correr y, en definitiva, crear todo un mundo nuevo de negocios. Pero son negocios donde la productividad no es siquiera comparable a las de una empresa industrial o de servicios digitalizada que vende desde cualquier punto del mapa a cualquier otro punto del planeta.

Lo que está claro es que habrá una fuerte y creciente desigualdad entre unas actividades y otras, entre unos empleos y otros, entre unas capacidades y otras, entre unos profesionales y otros. Esa desigualdad se traslada y se trasladará aún más a la población. La dualidad se palpará: sectores y personas muy productivas, con altas rentas, por un lado, y sectores menos productivos, menos tecnificados, más intensivos en personal, la mayoría poco cualificado (y fácilmente sustituible) y con bajos salarios (relativos), por otro lado. Aquí posiblemente estén las raíces de la desigualdad que tanto nos preocupa (y que está erosionado también a la clase media, lean a Moisés Naim), y aquí es donde quizás entra el debate de la renta básica universal. Pero, de momento, en la rula no preguntan, apuntan, y la productividad NO se está disparando.

3.- A vueltas con la complejidad.

Las máquinas nos aportaron productividad gracias a que fueron y son capaces de convertir el esfuerzo físico de una persona en un gran valor añadido. Hay una relación casi de 1 a 10 entre lo que producía un agricultor en los 40, en términos de valor añadido, y lo que hace ahora. Por eso no necesitamos 5 millones de agricultores en España, y nos podemos dedicar «a otra cosa».

La diferencia entre la electricidad del siglo XX y la del XXI, la Inteligencia Artificial, es que ésta aporta productividad a nuestro cerebro, al conocimiento. Este cambio es sustancial. Podemos llegar a analizar más datos, tomar mejores decisiones, llegar a hacer análisis hasta ahora imposibles, a realizarse tareas automatizadas que eran impensables hace unos años. Pero la clave está ahí, aportar productividad a nuestro conocimiento.

Por lo tanto, la electricidad del siglo XXI, una vez más, cuando llegue con fuerza no será como la electricidad del siglo XX que alcanzó de forma masiva a toda la sociedad, a todos los sectores y nos trajo la lavadora a nuestras casas. Aportará más productividad a ciertas actividades muy concretas. Aquí está el debate, esas actividades concretas, ¿transferirán rentas y recursos al resto de la sociedad? Casi por definición toda renta que se crea, o se consume o se ahorra. Y si se consume, acaba en el resto de la economía. Si se ahorra, acaba en la inversión y, por tanto, en más renta de futuro. Por lo tanto, casi por definición aunque sólo sea una pequeña proporción de personas, empresas y actividades las que tiren con esa electricidad del siglo XXI las renta crecerá en toda la economía. Pero las desigualdades serán más abruptas, pensemos en ello. No es una solución fácil, pero quizás sin esas desigualdades matamos los incentivos, y sin incentivos seremos aún más pobres.

En definitiva, no se trata de que no haya ideas, problemas o desafíos. Más bien de que estos son cada vez más complejos. Requieren mayor cantidad de conocimiento, equipos más sofisticados, recursos más específicos, para lograr nuevos avances. Es impensable ya que el progreso dependa de científicos que trabajen aislados, ni siquiera de pequeñas empresas sin recursos, una vez más el tamaño empresarial es clave. No se trata de que ahora la investigación sea menos eficaz, sino que tiene que abordar una complejidad nunca antes vista. ¿Nuevos fármacos? ¿Tecnología prácticamente gratis y accesible para producir energía limpia? ¿Resolver el problema de la movilidad en las ciudades y la contaminación? Esto no es fácil, Tim Harford lo dijo de forma clara en Adáptate:

«Como el software en código abierto y las aplicaciones del iPhone son una fuente muy visible de innovación y se pueden inventar en una residencia de estudiantes, solemos dar por sentado que cualquier innovación se puede inventar del mismo modo. No es así. Sigue pendiente la curación del cáncer, la demencia y las enfermedades coronarias…»

Investigar es más caro, requiere de muchos recursos, muchos incentivos y muchas mentes pensantes especializadas y complementarias. El propio Harford habla de la importancia de tirar el dinero —para algunos sería catalogado así— destinando importantes recursos a experimentos, a cosas nuevas, a resolver y crear soluciones disruptivas. Dinero que podría no generar nada, o pueden aportar la nueva solución a un gran problema. Hay verdaderos laboratorios de innovación en el mundo, por ejemplo el propio MIT, y habría que incentivar la creación de muchos más, trabajando con equipos heterogéneos, especializados y en un contexto global.

No busquen soluciones inmediatas, porque no las hay. No busquen que lo haga el sector privado porque, como decía, si no ven rentabilidad inmediata no lo harán, estarían suicidándose. Las políticas científicas, industriales y educativas recobrarán más fuerza que nunca. El mercado es bueno llevando las cosas a los consumidores, crear incentivos para matar márgenes y generar presión en la olla. Pero no es tan bueno creando incentivos para resolver problemas de largo plazo, complejos, sin derechos de propiedad claros y sin una Excel fácil de predecir.

Entre los economistas más matemáticos hay un dicho, porque siempre sale en todas las ecuaciones: a largo plazo la productividad lo es todo. Pero no hay soluciones fáciles, ni atajos, vivimos tiempos complejos que requieren actuaciones complejas. Estaremos atentos a esa nueva electricidad que viene, y esperemos que pasen por la rula pronto 🙂

Artículo escrito por Javier García

Editor de Sintetia

5 Comentarios

  1. Manuel Gutiérrez Ruiz

    He leído Sintetia de éste día, y no encuentro la referencia a la universidad de cambridge que leí la primera vez ? Por favor incluyala.
    Gracias,
    Manuel

    Responder
    • Javier García

      Ummm no recuerdo. Si me das más pistas te busco la referencia 🙂

      Responder
  2. Francisco Perello

    Fantástico articulo y reflexión.
    Enhorabuena.

    Responder
  3. David Sánchez

    Estupendo post. Para enmarcarlo y estudiarlo.

    Pienso que la situación puede ser consecuencia de que se sigue pensando en la productividad en los mismos términos que hace años. La economía de entonces no es la misma que la de ahora, ni la de ahora será la de dentro de varios años.

    Además, se mantiene socialmente la idea de que una mejor productividad es sinónimo de hacer más. Esto puede ser válido para trabajos estrictamente manuales pero no para el trabajo del conocimiento del que nos hablaba Drucker. Y, no nos engañemos, la gran mayoría del trabajo en la sociedad moderna es trabajo del conocimiento o tiene una buena componente de éste.

    Por último, comparto esta reflexión de Peter Drucker: «La productividad del trabajador del conocimiento es el mayor de los desafíos del siglo XXI. En los países desarrollados, es el primer requisito para su supervivencia».

    Un abrazo y enhorabuena de nuevo

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  4. Carlos Leiro

    Es que se confunden cosas, la energía es la base de la producción.
    la productividad depende de tener energía a disposición y barata, el petroleo ha sido un elemento extraordinario, pero cada vez es mas difícil encontrarlo de manera barata, entonces vuelve el carbón o el gas que debe comprimirse hasta ser liquido para trasladarlo y esto lo encarece , incluso lo que llaman biomasa es lo que se utilizó siempre de manera básica para transformar energía en trabajo.

    la generación de electricidad en el mundo se obtiene en un 70% por combustibles fósiles. Lo que denominan energías limpias, eolica y fotoeléctrica son energías intermitentes y eso es un problema difícil de solucionar, y no hay hoy elementos que puedan albergar energía de manera eficiente y en cantidades tan enormes como para miles de millones de personas.
    Esto no se quiere aceptar porque la teoría económica nunca lo tuvo en cuenta porque a medida que avanzaban los siglos XlX y XX la energía era barata.
    No pido que me crean solo busquen ustedes los datos en distintas fuentes
    Un saludo a todos

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