Boston Consulting Group (BCG) y Hello Tomorrow han presentado en los últimos meses un par de estudios que modelan algo nuevo (aunque ya estaba circulando por aquí desde hacía algún tiempo, pero sin estructurar conceptualmente). Pero, antes de hablar de ello os pregunto si recordáis quién o qué es BCG. Por si no es así, recuerdo que se trata de la célebre consultora americana fundada por Bruce Hendersonen en 1963.
En el mundo académico es conocida por su famosa matriz que relaciona cuota de mercado de la compañía y el crecimiento del mercado. Casi todos, en algún momento, hemos estudiado algo sobre esa matriz y sus cuatro cuadrantes resultantes: Productos o unidades de negocio vaca, estrella, perro y dilema. BCG la formuló en 1968, cuando la estrategia empezaba a situarse como el elemento central de la gestión empresarial. Otras consultoras se añadieron a esa “moda” y aparecieron matrices similares. Fueron los casos, por ejemplo, de la matriz de McKinsey de 1970, que relacionaba factores internos y externos, o, pocos años después, la matriz de Arthur D. Little, que plasmaba en sus dos ejes la posición competitiva de la empresa y, en base al ciclo de vida del producto, la madurez del sector.
Pero debo dejar esas matrices y consultoras. No quería hablar de ellas. Por lo siguiente. Primero, la estrategia ya no está aquí entre nosotros. No ha muerto, pero no es el elemento central. De la mano de Mintzberg, los incrementalistas la han arrinconado. Argumentan que las condiciones tremendamente cambiantes impiden el planificar y desarrollar estrategias. Muchos otros conceptos han venido después para substituirla como centro de reflexión. Hoy lo que encontramos en ese centro del debate es la Tecnología. Y los estudios citados de BCG y Hello Tomorrow lo ponen de manifiesto.
Los estudios son los siguientes:
The Dawn of the Deep Tech Ecosystem
From Tech to Deep Tech, Fostering collaboration between corporates and startups
Pero, ¿qué es la Deep Tech? Dejadme que la traduzca como tecnología poderosa, profunda o sofisticada. Según la definen esas publicaciones, es aquella tecnología con tres atributos esenciales: Tiene un gran impacto, tarda mucho tiempo en adquirir la madurez necesaria para ser ampliamente presente en el mercado y requiere grandes cantidades económicas para hacerla avanzar.
Esa tecnología profunda, sofisticada, utiliza la propiedad industrial e intelectual para crear barreras de entrada. Es una tecnología que tiene el poder de crear sus propios mercados o de introducir una total disrupción en ámbitos existentes.
El blog del BBVA se refería, ya en 2017, a ese concepto. Decía allí: “La tecnología está en todas partes, tanto que cualquier startup se presenta como una startup tecnológica. Sin embargo, no es lo mismo una empresa que comercializa un producto o servicio tradicional aplicando tecnología existente (como Uber o Cabify), que un auténtico avance tecnológico y científico, con implicaciones empresariales. Para distinguir ambos fenómenos se ha acuñado el término deep tech”.
El desarrollo de esa tecnología es exigente. Se basa por supuesto en la I+D. Pero es una I+D distinta, concertada, participativa. El conocimiento, las habilidades, la información…, todos los elementos necesarios para desarrollarla están en muchas manos distintas: centros de investigación, grandes corporaciones, pequeñas startups. Y esas manos están dispersas, no necesariamente en el mismo territorio.
Ello impulsa modelos distintos de colaboración en I+D, en los que se concreta un amplio ecosistema que incluye esos múltiples tipos de participantes. Pero cada uno de ellos se encuentra en ecosistemas más pequeños organizados alrededor de un campo particular de investigación, tecnología, industria o misión. Son ecosistemas distintos a los ecosistemas empresariales que todos conocemos, a las cadenas de valor y clústeres y a los ecosistemas de startups (aunque las startups tecnológicas y sus relaciones con las corporaciones adquieren gran relevancia en el nuevo concepto). Esos “nuevos” ecosistemas de tecnología profunda tienen un poco de todo lo citado. Pero son distintos. Eso hace que las empresas tradicionales pueden tener dificultades para moverse por ellos.
Los estudios de BCG y Hello Tomorrow analizan 8.682 empresas de Deep Tech, relativas a 16 tecnologías agrupadas en 7 ámbitos: materiales avanzados, inteligencia artificial, biotecnología, blockchain, drones y robótica, fotónica y electrónica y ordenadores cuánticos. De ese total de empresas identificadas, 4.198 se hallan en Estados Unidos, 746 en China y 455 en Alemania. Francia tiene 241 y España 66. Debemos impulsar nuestra tecnología para tener más representantes en esos ámbito de futuro.
Los inversores prefieren empresas de tecnología sofisticada. Eso es lo que indican los resultados de los estudios citados. Y así, de la mano del dinero, llegamos a la persona que propuso el concepto y al porqué lo sugirió.
Fue Swati Chaturvedi, cofundadora y CEO de Propel, una plataforma de inversión que conecta los avances científicos y tecnológicos que definirán el futuro con inversores la que acuñó el término Deep Tech en 2014. Deseaba encontrar algo para resumir la idea de una tecnología altamente sofisticada y disruptiva y —elemento muy importante— que pudiese impactar positivamente a la sociedad.
Esa es la última característica de ese tipo de tecnologías. Su impacto. Muchas de esas tecnologías se dirigen a los grandes retos sociales y ambientales de la humanidad. Varias de ellas acabarán aportando la solución a algunos de esos problemas globales más apremiantes.
Y así, con los retos globales, cierro el círculo y llego a la segunda entidad que promovió los estudios citados, Hello Tomorrow. Esa entidad es una red global de emprendedores, inversores, académicos y científicos que operan alrededor del concepto Deep Tech. Una de sus iniciativas es Hello Tomorrow Challenge, una competición global de startups que tengan propuestas científicas y tecnológicas orientadas a la solución de los retos globales principales.