Hace unas semanas iniciamos en Sintetia una reflexión de base sobre el liberalismo y sus principios, sustentados en un inestable equilibrio entre la libertad y la responsabilidad, entre el individuo y la sociedad, entre el cambio y la continuidad.
Nuestro manifiesto sobre el liberalismo punk reivindicaba precisamente el carácter revolucionario de un movimiento político y filosófico que desde sus inicios desafió las convenciones y luchó por la libertad individual, la dignidad y derechos de la persona, el pluralismo y el progreso.
Todo ello contrasta con la naturaleza fragmentada y complaciente de las modernas “tribus liberales”, que tan bien describía María Blanco en un libro de lectura muy recomendable, en el que aborda las contradicciones y las limitaciones de cada una de ellas y, a través de un lúcido análisis crítico, ofrece una visión más completa y equilibrada del liberalismo en su conjunto, cuestionando las narrativas simplistas.
Esa complacencia ha conducido a una visión liberal demasiado centrada en el individualismo y en otros aspectos accesorios y ciertamente atractivos, incluso extravagantes, que fomentan la cohesión ideológica sin prestar suficiente atención al papel crítico que otros elementos desempeñan en la promoción de la libertad y la igualdad, siendo el primero, y posiblemente el más importante de ellos, el marco institucional. Porque las instituciones son las que en última instancia definen el marco donde se configuran y defienden nuestros derechos y nuestra capacidad para vivir de acuerdo con nuestros propios valores y aspiraciones.
Las instituciones forman la columna vertebral de una sociedad libre y justa. Sin ellas, el liberalismo se convierte en una mera expresión de deseos vagos y utópicos.
No cabe imaginar un mundo sin una justicia independiente y efectiva, sin instituciones educativas sólidas que garanticen el acceso a la educación y promuevan la igualdad de oportunidades, sin instituciones económicas que garanticen un funcionamiento equilibrado de los mercados, o sin instituciones políticas que salvaguarden los derechos de los ciudadanos y garanticen su participación en el proceso democrático.
La calidad institucional
Acemoglu (“Por qué fracasan los países”) enmarca la calidad institucional en un conjunto normativo capaz de ofrecer un campo de juego abierto y justo para todos los agentes económicos, en el que los incentivos económicos adecuados estén en su lugar para alentar a las personas a invertir, innovar, ahorrar y resolver sus problemas de forma colectiva, en un entorno estable y que además asegure la eficiencia en la provisión de bienes y servicios públicos. Ahí es nada.
La calidad institucional se compone de varios elementos:
- Separación de poderes: balances y contrapesos.
- Seguridad jurídica: requiere un derecho de propiedad claro y simple, con normas claras que no den lugar a arbitrariedad. El exceso y la mala calidad regulatoria son un lastre para la prosperidad. Implica también la existencia de un sistema judicial eficaz y con recursos suficientes. De lo contrario, las personas acaban recurriendo a otras vías.
- Transparencia: del sector público, tanto en su gestión como en el diseño y evaluación de políticas públicas.
- Mínima designación directa de cargos políticos en órganos constitucionales y en la Administración.
- Agencias independientes de evaluación y control.
Los elementos descritos se sustentan en un pilar común, el de la independencia institucional, esto es, el grado de autonomía que tienen las instituciones públicas para desempeñar sus funciones sin interferencias políticas o de otros agentes. Estas instituciones requieren de un diseño adecuado que les otorgue competencias claras y suficientes recursos para cumplir sus objetivos, así como de mecanismos de control y supervisión que eviten los abusos de poder o las influencias indebidas.
Calidad institucional y prosperidad
Son muchas las evidencias académicas sobre el papel clave que unas instituciones de calidad tienen en el crecimiento económico:
- Protegen los derechos de propiedad y los contratos, lo que reduce la incertidumbre y los costes de transacción, y fomenta el ahorro, la inversión y el intercambio económico.
- Contribuyen a la estabilidad macroeconómica, lo que evita las crisis financieras y los desequilibrios fiscales, y facilita el acceso al crédito y a los mercados internacionales.
- Promueven la eficiencia y la transparencia en la gestión pública, lo que evita la corrupción, el despilfarro y el clientelismo, y mejoran la calidad y la equidad de los servicios públicos.
- Fomentan la participación y la rendición de cuentas, lo que fortalece la democracia, el estado de derecho y los valores cívicos, generando confianza social y legitimidad política.
Estos mecanismos institucionales, como apunta Dani Rodrik, de la Universidad de Harvard, pueden conducir a un aumento de la productividad, la innovación, la inversión y el comercio, lo que puede contribuir a mayores tasas de crecimiento económico. A su vez, los países con un mayor nivel de desarrollo económico y social tienden a tener instituciones más sólidas y efectivas en comparación con los países menos desarrollados. Esto se debe a que el desarrollo económico y social puede proporcionar recursos y estabilidad necesarios para construir y mantener instituciones de calidad. Un círculo virtuoso.
Por el contrario, un déficit de calidad institucional acaba generando ineficiencias, falta de confianza en las instituciones, corrupción e incumplimiento de las normas, lo que puede afectar negativamente la productividad y la renta.
En el caso de España, como apunta un magnífico trabajo de Francisco Alcalá Agulló y Fernando Jiménez Sánchez, una elevación de nuestra calidad institucional hasta el nivel que le correspondería dada la productividad actual del país, podría permitir incrementar el PIB en algo más de un 20% en el largo plazo. Un incremento del PIB de ese tamaño, adicional al que se daría en ausencia de una regeneración institucional, podría traducirse en una elevación del crecimiento medio anual de la economía en torno a 1,2 puntos porcentuales a lo largo de un período de unos 15 años.
El papel económico de las instituciones constituye el objeto de la denominada Nueva Economía Institucional, que cuenta con destacados investigadores como Oliver Williamson, Ronald Coase o el propio Daron Acemoglu. No es, sin embargo, un campo nuevo de estudio; como explica Victoriano Martín, los autores escolásticos españoles del siglo XVI ya establecieron los fundamentos teóricos de la propiedad privada y del Estado como las principales instituciones de la sociedad orientadas a garantizar el orden, la paz social y la eficiencia en la producción de bienes.
Para los escolásticos, el Estado es el resultado de un contrato de los individuos con el soberano para que les proporcione paz, seguridad, protección y justicia. La propiedad privada proporciona los incentivos al trabajo y al esfuerzo, y es la fuente más eficiente de creación de riqueza y de progreso de una sociedad.
Liberalismo punk e instituciones
El liberalismo punk nos llama a recuperar el espíritu combativo y subversivo de los orígenes del movimiento liberal.
Se trata de reconocer que la verdadera revolución no sólo se encuentra en la mera actitud del individuo, sino en la construcción y fortalecimiento de instituciones que protejan y promuevan la libertad individual y colectiva.
La importancia del marco institucional en el mundo liberal radica en su capacidad para contrarrestar los abusos de poder, garantizar la rendición de cuentas y nivelar el terreno de juego para todos los individuos. Las instituciones establecen reglas y límites que aseguran que la libertad de uno no oprima la libertad de otros. Fomentan la confianza en la sociedad al brindar un entorno predecible y justo en el que todos puedan participar y prosperar.
Es hora de que los liberales reconozcamos que no podemos confiar únicamente en la buena voluntad de las personas para construir una sociedad verdaderamente libre y justa. El liberalismo punk no rechaza el individualismo, pero lo combina con una conciencia crítica de la importancia clave de un marco institucional potente, independiente y autolimitado. Merece la pena luchar por ello.