Las ‘zonas de intercambio’ o cómo los grandes avances no se consiguen solos

14 septiembre 2015

Este verano me he cruzado de diferentes formas con un tema que me interesa y me intriga muchísimo: las famosas zonas de intercambio (trading zones), tan importantes en la historia de la innovación.

Uno de esos cruces ha sido en una oportunidad bastante improbable que se materialice, pero que sería realmente increíble si la consiguiera. Prometo hablaros de ella si sigue adelante.

Y luego, en una de las lecturas del verano, el interesantísimo «Los Innovadores» de Walter Isaacson. Es cierto que en este libro no encontraras recetas respecto a cómo innovar, o análisis en profundidad de los procesos de innovación que dieron pie a los diferentes avances tecnológicos de los que se habla, pero es muy interesante desde un punto de vista histórico, entrando en detalles no muy conocidos, pero sobre todo, dando una visión completa de las personas que colaborando, o simplemente de forma independiente, de alguna forma fueron partícipes de esos avances. Y es que el objetivo del libro es precisamente ése: el disipar la idea de que al menos en el mundo digital, no ha habido inventores individuales, si no que los grandes avances han sido muy corales, una especie de proceso de polinización.

Y como no podía ser de otra forma, en «Los Innovadores» se habla mucho de esas «zonas de intercambio» en las que se fraguaron muchos de esos avances del mundo digital de los que se habla en el libro.

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El término «zona de intercambio» lo acuñó Peter Galison describiendo cómo grupos de «teóricos» habían colaborado con grupos de «prácticos» (principalmente refiriéndose a físicos e ingenieros) en diferentes avances tecnológicos, y cómo estas colaboraciones habían ocurrido en esas «zonas de intercambio». Galison se centró principalmente en los procesos de innovación que a mediados del siglo XX pusieron las bases de la revolución digital. Procesos en los que principalmente físicos teóricos centrados en investigación básica, colaboraron con ingenieros para traducir esa investigación básica en tecnologías prácticas y utilizables en el día a día de la gente. 

Echando un poco la vista atrás, hace ya más de 2 años publiqué en esta misma casa un artículo en el que hablaba de que más que aceleradoras, necesitábamos una especie de miniclústers en los que se generaran espacios para la colaboración interdisciplinar, sin duda tenía que haber hablado concretamente de las «zonas de intercambio». Recuperé hace poco ese mismo artículo para mi blog personal, y reflexionaba sobre la validez del artículo. La verdad es que sí que parece que estamos viendo algunas iniciativas que van en esa dirección, aunque sigo echando en falta más esfuerzos en la creación de zonas de intercambio.

En todo caso, hoy quería hablar de las «zonas de intercambio». Como bien describe Isaacson en su «Los Innovadores», parece que han jugado un papel fundamental en la historia de la revolución digital, y es interesante ver (Galison también lo dice así) cómo en muchos casos estas «zonas de intercambio» fueron diseñadas a propósito precisamente con la finalidad de promover esa colaboración. Esto es muy importante, ya que aunque es cierto eso de que «Dios les cría y ellos se juntan», sí que parece claro que es algo que no se puede dejar a la improvisación. Aquí la arquitectura juega un papel muy importante, el cómo están diseñadas las empresas para incentivar físicamente la colaboración entre los profesionales que la conforman, para que se produzca esa polinización que comenta Javier García en un artículo donde reflexiona si la innovación y el tamaño están conectados.

Y es que si miramos a nuestro alrededor en aquellos lugares donde se intenta generar innovación, es cierto que hay muchísimas iniciativas que intentan generar intercambios entre gente con diferentes procedencias, pero se ven de verdad pocas «zonas de intercambio» físicas y sobre todo con contenido de verdad.

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Y como os decía, esa aparición de las «zonas de intercambio» por diversos sitios durante este verano me ha hecho pensar bastante en este tema y reafirmarme en que cualquier programa que quiera de verdad generar un buen ecosistema para la innovación tiene que mirar en serio a estas «zonas de intercambio», asegurándose que existe ese espacio físico, que tiene contenido real y que se dinamiza adecuadamente.

En general, creo que podríamos hablar de 3 tipos de «zonas de intercambio»:

  • La primera, que es la que describe originalmente Galison: aquella donde colaboran los teóricos y los prácticos. Las universidades americanas entendieron muy bien esto, MIT, Stanford, y quizá el ejemplo más extremo, el del Proyecto Manhattan. Es difícil ver este tipo de ejemplos a este lado del Atlántico, y mucho menos en España, pero no es descabellado pensar que éste es uno de los motivos principales del liderazgo tecnológico de Estados Unidos en las últimas décadas, han sabido hacer colaborar la investigación fundamental con el desarrollo práctico.
  • Después hay una segunda «zona de intercambio» de la que habla bastante Isaacson en su libro que es aquella en la que se juntan gente del mundo de los negocios con los frutos de las innovaciones que vienen de esas primeras zonas. Es decir, cuando los frutos de «bajar al suelo» esas investigaciones fundamentales a través de las «zonas de intercambio» de arriba, se consiguen comercializar y convertir en un producto. Aquí es donde entran en juego nuestras queridas startups. Está claro que hace falta otro ingrediente para que esto funcione, que es el capital, pero sin esa «zona de intercambio» en la que desarrollos prácticos se encuentren con gente de negocios, esas innovaciones no llegan al mercado. En este caso, esas «zonas de intercambio» se han generado a veces de una forma más espontánea, y el ejemplo perfecto de ello es Silicon Valley, en el que la mezcla de esos centros de investigación, que eran capaces de desarrollar tecnologías comercializables, con clientes que tiraran de la demanda (corporaciones y ejército principalmente) y acceso a inversores, crea un círculo virtuoso envidiado en todo el mundo (y posiblemente imposible de copiar).
  • Y finalmente, hay otra «zona de intercambio» de la que no se habla mucho que es la que debería existir entre tecnólogos y artistas/humanistas. Es curioso porque Isaacson habla muchísimo en su libro de la importancia de las humanidades y el arte en la innovación, y sobre todo cómo la mayoría de los grandes innovadores tenían un importante interés por el arte y las humanidades. Yo creo que cada vez más esta «zona de intercambio» será más importante para la innovación, y habría que pensar cómo hacer más fácil que artistas y tecnólogos colaboren juntos. En Euskadi hay un programa que intenta hacer esto y que me resulta muy interesante, Conexiones Improbables.

Alguno pensara en lo anacrónico que es hablar de espacios físicos para colaboraciones interdisciplinares en este mundo digital y global. Efectivamente, quizá no tengan que ser necesariamente físicos. Pero probablemente por esa razón, es más importante no dejar a la espontaneidad que se generen estas «zonas de intercambio». Creo que cualquiera que esté diseñando cualquier tipo de ecosistema para la innovación, grande o pequeño, debería pensar cómo va a conseguir que se produzcan esas conexiones de creatividad y por lo tanto, tener desde el principio muy clara la necesidad de crear «zonas de intercambio» en ese ecosistema, sea físico o digital.

Artículo escrito por Roberto Espinosa

Economista experto en tecnología e innovación Bio

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