El 31 de octubre de 1975 se lanzó al mercado el álbum “A nigth at the opera”, firmado por el grupo de rock Queen. Al decir de los entendidos, Queen es uno de los máximos exponentes, si no el mayor, del rock progresivo de los 80 y 90, destacando sobre todo por su virtuosismo vocal y por la personalidad de Freddy Mercury, su cantante.
El disco contenía una pieza obligada en cualquier “playlist” (que se dice ahora) que se precie. Su título: “Bohemian Rhapsody”, 6 minutos alucinantes, llenos de juegos armónicos, de cambios de ritmo, de caricias y bofetones musicales… y de un cierto misterio en lo que al significado de su letra se refiere. Brian May, Roger Taylor, John Deacon y el propio Freddy Mercury “parieron”, en fin, una obra maestra de ésas que, como las del Bach más juguetón, no puedes dejar de saborear.
Si nos situamos en la época de su grabación eran tiempos aún analógicos. Los registros se hacían en cintas abiertas de ferro-cromo, en mesas de mezcla de 16 a 24 pistas que enseguida fueron insuficientes para las pretensiones de Mercury. La solución fue mezclar y remezclar sobre lo ya mezclado añadiendo voces e instrumentos, multiplicando así su presencia y, en algunos fragmentos, incluso jugando con distintas velocidades de reproducción-grabación. El hecho es que “Bohemian Rhapsody” no es sino la fusión de tres piezas independientes que Fredy Mercury tenía hasta entonces inconexas. Se grabó durante tres semanas en 6 estudios de grabación diferentes, sobre todo la parte del guitarrista Brian May. En suma, es un puzle bien encajado, un caos con sentido, una “locura” como la calificó Elton John al oírla por primera vez.
Cualquier estructura empresarial es como la pieza de Queen, un conjunto de “melodías” en principio desacompasadas, con diversas visiones y formas de “tocar” la partitura que impone un plan de negocio y una estrategia de empresa. Es lógico, además, que aun manteniendo la partitura ésta suene distinta según los músicos que la interpretan.
Estos días estamos asistiendo al traspaso de poderes en la principal empresa de retail de España y una de las más grandes del mundo, Inditex. Su fundador Amancio Ortega, encomienda a su hija Marta la Presidencia del grupo que sustituye así a Pablo Isla, máximo ejecutivo de la compañía desde 2011. Es un cambio generacional, que no de filosofía, pero llegan nuevos “músicos” y seguro que tarde o temprano la melodía Zara, Pull&Bear o Stradivarius sonará algo diferente. Será su “tempo”, será su timbre, quizá varíen algunos instrumentos, pero Inditex continuará siendo reconocida mientras lo sean las notas que la definen.
¿Cuáles son, entonces, las condiciones para que una organización mantenga su melodía productiva, incluso a partir de ideas inconexas, criterios distintos o cambios de personas? La experiencia de Queen construyendo Bohemian Rapsody nos da algunas pautas, y, seguramente, el futuro más o menos próximo de Inditex nos ofrecerá los resultados.
Queen: el valor de un puzzle está en sus piezas
Freddy Mercury tenía las partes de “algo” en su cabeza. Al principio no sabía si iban a formar un todo común porque en realidad eran bastante diferentes: había opera, rock, solos de piano, ideas para armonías, coros… Era un rompecabezas a falta de lo más básico, el modelado de cada pieza para encajar con otra. Porque lo interesante aquí es que cada parte se perfile para que encaje a la perfección solo con otras dos o tres piezas y crear un subconjunto exclusivo y diferenciado.
Muchas veces la organización se encuentra con excelentes profesionales que, no se sabe por qué razón, no terminan de sintonizar con el resto, mermando así sus posibilidades productivas y su rentabilidad. El problema suele ser de ubicación. La labor del responsable en este caso debe iniciarse, en mi opinión, por evaluar muy bien el valor integral del trabajador, sin contaminarse todavía por su entorno laboral. Ese valor bruto es el que hay que preservar al máximo. Es la porción de líneas y colores de la pieza que dará sentido a sus vecinas en el puzle general. Es la pequeña melodía que encontrará su armonía con otros instrumentos y notas hasta encontrar su propia personalidad. Por eso digo que seguramente estudiando dónde puede ensamblarse de forma natural esa pieza, ese trabajador, retocando lo menos posible sus aristas habremos dado un paso importante para obtener su mayor rendimiento.
Es frecuente que las empresas se empeñen en esculpir a su medida a sus profesionales. De hecho, se valora como fundamental hoy en día la capacidad de adaptación de los candidatos al puesto de trabajo. La cuestión está en que esa adaptación, si es necesaria, sea por ambas partes y sea inteligente, es decir hecha de tal forma que se preserven el conjunto de conocimientos y habilidades por los que el trabajador resulta interesante encontrando la mejor ubicación para su mayor rendimiento.
Estoy convencido de que en una empresa la suma del valor de sus individualidades siempre supera al del conjunto. Se me dirá que el valor de una marca va más allá y creo que no. Lo que va más allá es la percepción de ese valor construida a base de estrategias de marketing. Algo distinto es que la suma del activo que suponen los individuos otorgue un nuevo sentido al conjunto, al igual que un puzle completado adquiere un significado diferente gracias a la adecuada organización de sus piezas.
En el estudio realizado por Deloitte “Eficiencia y Rentabilidad 2025” queda claro que uno de los vectores que permitirán asentarse a las empresas en el futuro es poner al trabajador en el centro. Es cierto que la mano de obra, tal y como la conocemos desde la revolución industrial, va a ser cada vez menos “mano” y más algoritmo, y por ello la capacidad laboral de los humanos se centrará más en sus capacidades exclusivas, aquellas que exigen razonamiento, creatividad, intuición…
La personalidad de una organización también es moldeable y se va formando a base de experiencias, de la influencia del entorno, del aprendizaje y, sobre todo, a partir de la propia forma de ser “humana” de los miembros que pasan por ella a lo largo del tiempo. Es una personalidad líquida y, por tanto, adaptable y ese esfuerzo debe ser mutuo.
Hacer de la fusión función
Queen tuvo uno de los momentos más mágicos de su carrera en el concierto más breve que ofreció a lo largo de la misma. Era el 13 de julio de 1985, en el Estadio de Wembley, ante 72.000 personas convocadas al Concierto Live Aid para recaudar fondos con los que paliar la hambruna en Etiopía. La actuación del grupo duró apenas 20’, dicen muchos que insuperables en la historia del rock en vivo. Era el tiempo que tenían y que aprovecharon fusionando en un todo fragmentos de siete de sus canciones más emblemáticas entonces, incluida, claro está, Bohemian Rapsody. El resultado fue impactante.
¿Cómo unas piezas inconexas adquieren tal capacidad de impactar?
En mi opinión por dos motivos principales:
- porque su calidad particular resistía el troceado al que hubo que someterlas
- y porque el grupo dio un sentido al conjunto, un propósito diríamos en términos de management. Ese sentido era hacerse uno con la multitud allí presente.
La fusión musical adquirió así una función, conectar con el público.
Los elementos humanos y materiales que forman esa unidad productiva llamada empresa deben fusionarse. Para que su disparidad no solo no perjudique sino que potencie su rendimiento. Para ello necesita el combustible de un objetivo que le impulse.
Tomemos la innovación como ejemplo. Tres de los tipos de innovación más valiosos para las empresas son las referidas a la Red, la Estructura y los Procesos. Innovar en redes que favorezcan las conexiones con los otros y crear valor. En estructuras que sirvan para alinear talento y activos hacia un mismo propósito y en procesos que se abran a la aportación de los trabajadores incentivada desde arriba. Todos estos factores tienen en común que se apoyan en las partes para mejorar el todo. Pues bien, sirven de poco si, una vez coordinados y lograda su complementariedad operativa, no logran la conexión con el interlocutor que las debe retroalimentar.
Aquel día, si el estadio de Wembley hubiese estado vacío, Mercury y sus compañeros podrían haber hecho también alarde de sus aptitudes musicales. Podrían haber dejado constancia grabada de su calidad para disfrute entre las cuatro paredes de su habitación de fans y rockeros en general. Pero el éxito superó lo previsible a partir de la comunión que lograron con las decenas de miles de personas allí congregadas que dejaron de ser espectadores para formar parte del show que alcanzó más allá de los límites del escenario.
El auditorio es el mercado
Pongamos que cuando la empresa actúa su auditorio es el mercado. Puede dirigirse a él de muchas maneras pero la chispa surge cuando son las personas las que conectan desde un lado y otro, no los logotipos y el perfil psico-socio-económico del buyer persona que corresponda.
¿Por qué están teniendo semejante éxito las plataformas de streaming? No han inventado el lenguaje audiovisual, ni su tecnología, ni ofrecen dispositivos novedosos, ni tan siquiera incluyen las palomitas en su oferta. Creo que el éxito está en que nos han puesto al alcance de un mando a distancia una orgía de emociones a elegir. De rápida digestión. Que se parecen a las de nuestra realidad o a las de nuestros sueños. Y, sobre todo, que se engarzan con nuestro yo más íntimo y auténtico. La marca puede conectar con el consumidor en el punto de venta. Incluso creer que el suyo es un matrimonio indisoluble como certifica el ticket de compra. Pero será amor de un día si el cosquilleo provocado es superficial y además puntual.
“Empatía”, esa palabra tan manida entre los gurús del coaching (que Dios confunda) se añadió a la terminología de la sicología a principios del S. XX y, etimológicamente, significa participar de manera objetiva y racional de los sentimientos y las ideas del otro. Para lograrla hay que trabajar porque no suele surgir espontáneamente. Es un primer paso, sin duda. Pero el salto definitivo surge cuando la unión con el mercado no se sostiene en la empatía. Sino, más bien en la simpatía (del griego “sufrir con”). Es decir, en compartir afectos y emociones, sin saber muy bien por qué, de manera irracional.
En resumen, Queen aporta un par de lecciones.
- La primera. Desde lo diferente e inconexo puede construirse algo nuevo y valioso. Cuando la fusión se hace con coherencia y un propósito definido.
- Y la segunda. Logrado lo anterior, el resultado mejora exponencialmente si, además, se logra conectar con nuestro destinatario. Pero por la vía de la simpatía mejor que por la de la empatía.
Me temo que las empresas que vienen, cada vez más robotizadas a todos los niveles, van a requerir cuidar aún más los latidos “de toda la vida” a uno y otro lado del mostrador.
Javier Ongay