La empresa que viene

14 marzo 2019

No está claro si Sebastián de Covarrubias y Horozco (1539-1613) puso especial interés en el estudio etimológico de la palabra Empresa por el hecho de ser en un momento dado de su vida Canónigo «racionero», es decir, con derecho a renta, de la Catedral de Salamanca. El caso es que este apreciado lexicógrafo de la llamada «generación Cervantes» —a pesar del despecho con que Quevedo trató su obra—, nos ofrece en su Tesoro de la lengua castellana o española la primera aproximación al concepto de Empresa.

Escribe Covarrubias que el término proviene del latín apprehendere, o sea:“Determinarse a tratar algún negocio arduo y dificultoso”… “porque se le pone aquel intento en la cabeza y procura executarlo y de alli se dixo empresa el tal acometimiento”

Empresa, por tanto, tiene que ver con emprender o acometer una tarea difícil con decisión y coraje.

Podríamos referirnos, por utilizar diversos trazos para dibujar una misma idea básica, al término Organización. En este caso, su origen es griego, de organon, es decir, instrumento, utensilio, aquello con lo que se trabaja. Y también podemos poner sobre el tapete la palabra Corporación, del latín corpus (cuerpo), donde subyace la idea de reunión de diferentes miembros que conforman un todo en el que cada uno cumple su función.

Empresa, Organización, Corporación…, al gusto del consumidor, el caso es que, de la mano de la evolución que el mundo está experimentando, porque es consustancial a la propia vida —crecer, cambiar, desarrollarse—, tales estructuras productivas están en permanente adolescencia, por tanto, en crisis y puro sobresalto del cambio que no cesa.

Que el cambio que nos toca vivir es global, vertiginoso y sin escapatoria es ya una obviedad próxima al perogrullo. Mi objetivo en estas líneas es precisamente intentar visualizar de qué forma dicho cambio está afectando y afectará aún más a la Empresa que Covarrubias definía.

Los pilares

Creo distinguir tres soportes básicos que sustentan toda empresa y que, como ha ocurrido antes, adquieren en estos tiempos unas características peculiares. En mi opinión, y a efectos del propósito de estas líneas, los fundamentos de toda organización productiva son las personas, los procesos y el entorno. Veamos cómo se vislumbran cada uno de ellos en un próximo futuro.

Las personas fueron en un tiempo fuerza bruta, «mano de obra», una pieza más en el engranaje de producción, supervisada por una cúpula directiva que no dejaba de ser algo parecido, solo que mejor pagada y sin callos en las manos. El manido «activo más importante de la empresa», refiriéndose a los trabajadores, ha formado y forma parte de todo Código ético, Manual de identidad, Plan de negocio y hasta felicitación de navidad corporativa que se precien. Sin embargo, me temo que es ahora cuando estamos empezando a intuir que conviene ser coherente con tal calificación so pena de que dicho activo quede obsoleto a la misma velocidad que el resto.

Las personas en la empresa de hoy se justifican en función de sus conocimientos, sus habilidades y sus valores; pero hay además un comodín: su actitud. De los primeros algo he dejado escrito aquí mismo.

Creo que se equivoca aquel Departamento de recursos humanos y sus responsables de selección si priman las habilidades e incluso los conocimientos sobre los valores.

No digo que no sea imprescindible «saber» y «saber hacer», pero estoy convencido de que, de ahora en adelante, la inteligencia laboral y profesional va a evaluarse tras pasar el filtro ético que arroje luz al qué y al para qué, y sobre todo al cómo, en el uso de tales conocimientos y habilidades. Las máquinas ya saben y, además, aprenden. Hacen y hacen bien, sin cansarse, sin reclamar más allá de un poco de energía y mantenimiento.

Pero ninguno de esos activos de la empresa, que no sienten más pálpito que el de sus algoritmos ni más aliento que el que marcan su On-Off, es capaz de sentir la utilidad de su trabajo, ni de decidir hacerlo mejor, ni de aplicar el human learning voluntario, crítico y consciente que las personas poseemos.

La mayor parte de los conocimientos (en tanto que datos o información) ya están digitalizados y al alcance de un teclado. Cada vez más habilidades son susceptibles de programación o cuentan con el apoyo de aplicaciones diversas.

No hay, por el contrario, ni servidor ni código que almacene u organice los criterios que rigen el comportamiento humano y el infinito cóctel de emociones posible que condicionan nuestras decisiones.

Así pues, entre los requisitos exigibles al trabajador adquirirán cada vez más importancia precisamente los rasgos y capacidades que seguirá poseyendo en exclusiva y ninguna máquina puede emular. En este sentido es clave el «comodín» al que hacía referencia.

Podrán ser manifiestamente mejorables su preparación técnica y su capacidad operativa pero una actitud proactiva hacia el aprendizaje, la cooperación, la autocrítica y el esfuerzo compensarán cualquier deficiencia porque dicha actitud tendrá consideración de «inversión» con rentabilidad casi garantizada.

El segundo soporte son los procesos

Poco que añadir a lo que ya es evidente: la producción pende cada vez más de la digitalización, último paso histórico tras sus predecesores mecanización y automatización. El internet of things avanza hacia el internet of everything. Los ecosistemas digitales en la empresa se harán cada vez más completos y más complejos porque se extenderán desde la producción y la gestión de datos a la experiencia del cliente.

Éste, el cliente, está inmiscuyéndose cada vez más en los consejos de administración de las organizaciones porque, sin estar, aparece más y más presente en todas sus decisiones.

La comunicación tradicional y unidireccional es ya, y así se está redefiniendo, una comunicación de ida y vuelta entre marca y consumidor. Además, lo que en mi opinión es primordial, esta comunicación irá aparcando etiquetas de mercadotecnia —marca, consumidor, transacción, precio…— en favor de la humanización de los protagonistas: marca como fruto del trabajo humano, consumidor como persona con deseos y necesidades, transacción comercial como intercambio de bienes, precio como coste no sólo monetario, etc.

El ser humano, en cualquiera de los apartados del proceso entre productor y mercado, será el elemento clave de la cuenta de resultados porque ésta ampliará su visión de los «beneficios» a aspectos aún hoy descuidados.

Y en tercer lugar la nueva empresa se va a sostener más que nunca sobre su entorno social

No se trata tanto de globalización porque ésta, de momento, se vincula sobre todo al libre intercambio de capital, productos, inteligencia, mano de obra… En este caso me refiero a un entorno más próximo, con más roce entre la piel empresarial y la social. La relación de la Empresa con la sociedad va a ir mucho más allá de la mera vinculación mercantil.

Es un hecho que la empresa crea sociedad desde los tiempos de los viejos burgos medievales que reunían a gremios y sus familias en un microcosmos casi autosuficiente dentro de los límites de una calle o un barrio.

Ahora y en el futuro, sin embargo, cuando ya no es posible tal vinculación física, las organizaciones deberán «atarse» a su entorno mediante un compromiso, una suerte de contrato social que modifique la visión puramente utilitarista de la comunidad más próxima por parte de la Empresa, y la consideración de simples vecinos —generalmente molestos— por el lado de la comunidad.  

La Responsabilidad Social Corporativa va a tener que ser, más que un capítulo obligado en cualquier memoria o estrategia empresarial que se precie, un pacto efectivo, un acuerdo relacionado no solo con la reputación de la Organización sino con su íntima razón de ser.

O la empresa se siente sociedad y actúa con la visión del bien común y una perspectiva humana o quedará marginada a la categoría de una expendedora vending de productos y servicios.

Afirmar que las personas, los procesos y el entorno serán los ejes de la empresa que ya está llamando a la puerta puede sonar a obvio. ¡Siempre ha sido así! —me dirás, con razón—. Pero, como casi todo en esta vida, el cambio no está en tales ingredientes sino en la nueva forma de tratarlos y mezclarlos. La alquimia empresarial debe variar en sus objetivos y vestirse de una nueva filosofía y comportamiento.

… Y, por cierto, ahora que me fijo, el término alquimia resume bien la idea de fondo que pretendo transmitir.

Henry M. Leicester, en su libro The historical background of chemistry, afirma que la alquimia nació como fusión de tres concepciones: la filosofía griega, el misticismo oriental y la técnica egipcia. ¿Acaso la empresa no es también la suma de reflexión, fe y capacidad?

 Si logramos una reacción positiva a tales principios activos poniéndolos en contacto, en sus dosis adecuadas, con las personas, los procesos y el entorno social no habremos encontrado la piedra filosofal que buscaban los alquimistas, pero sí la receta para una empresa con visión de futuro y larga vida.

Artículo escrito por Javier Ongay

Consultor de Comunicación. Prof. ESIC Business & Marketing School

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