La Economía Colaborativa como una etiqueta…con más marketing que colaboración

4 noviembre 2015

El pasado día 23 se celebró en Valencia un encuentro organizado por la Fundación Inndea, Ouishare Valencia y el Ayuntamiento de Valencia centrado en la economía colaborativa: Smart City. De las ciudades inteligentes a las comunidades colaborativas. Al encuentro acudieron Antonin Léonard, fundador de Ouishare, María Amigo, de Economía del Bien Común Valencia, Albert Cañigueral, de Ouishare España, Ricard Espelt, experto e investigador de la economía colaborativa, y Javier Creus, uno de los gurús de la economía colaborativa (desde mi punto de vista a nivel mundial), y al que entrevisté en este mismo foro hace un tiempo.

Economía_Colaborativa_Sintetia_Juan_Sobejano

Independientemente de lo bien o mal que saliera el encuentro, que dicho sea de paso fue uno de esos eventos que deberían ser de asistencia obligada para empresarios, políticos y sociedad civil en general, dado lo relevante de los contenidos allí compartidos, a mí me sirvió para hacerme una serie de preguntas y reflexiones sobre el tema, que nunca vienen mal para revisar conceptos e ideas.

Hace tiempo que vengo observando una especie de prostitución del concepto de Economía Colaborativa aplicándolo a proyectos y empresas que poco o nada tienen que ver con ella. No estoy juzgando la bondad o maldad de estas empresas, pero sí la conveniencia o no de incluirlas dentro de esa etiqueta. Posiblemente uno de los casos más claros sea el de AirBnb. Esta página se ha convertido en un canal muy potente de intermediación, pero ha perdido gran parte, por no decir todo, su componente colaborativo o p2p. En AirBnb se publicitan empresas con cientos de casas o Pepe Pérez que tiene una de la que quiere sacar un pequeño beneficio. Y vuelvo a decir que no estoy en contra de AirBnb, al contrario, pero sí de que se ponga como ejemplo de este tipo de economía. Y tal vez lo mismo podríamos decir de Uber, Windu o Blablacar.

Este tipo de empresas han entrado a formar parte del modelo capitalista más clásico, aunque con un cierto “barniz colaborativo”, y ésta es una de las preguntas que surgieron en el debate: Cómo va a evolucionar este tipo de economía y si el “capitalismo tradicional”, para entendernos, va a terminar asimilándola y llevándola a su redil. Si AirBnb es un ejemplo, el futuro no es muy halagüeño si de lo que se trata es de crear una segunda (o tercera o cuarta) vía económica y alternativa a ese capitalismo tradicional. Se comentó el caso de que Blablacar no había optado al sello de BCorp porque sus inversores no lo habían visto claro.

A esto se le une que la economía colaborativa se convierta en una etiqueta o sello de marketing en la que se busque más la relevancia comunicativa que el desarrollo de un nuevo modelo estratégico y de gestión. Así se queda la economía colaborativa en un mero recurso de marketing y un barniz de prestigio bajo el que no hay nada, o poca cosa.

Es importante también tener en cuenta que dentro de esta economía colaborativa hay proyectos que se financian por canales tradicionales y no necesariamente por modelos de crowdfunding. ¿Puede haber aquí también alguna tensión entre los objetivos de esos financiadores y los de los proyectos?

Sea como fuera una de las primeras conclusiones que me vienen es que hace falta un mayor rigor y una auténtica selección de proyectos para depurar las listas de proyectos y empresas aparentemente bajo la etiqueta de economía colaborativa.

Un elemento clave, dado el entorno en el que estamos es de la tecnología. Está claro que la tecnología social está permitiendo mejorar el impacto de la economía colaborativa añadiendo más actores a la misma y multiplicando las oportunidades de uso. Sin embargo hay que tener cuidado con la tecnología y no convertirla en el centro de la reflexión. Se señalaron las palabras de Carlota Pérez, que considera que lo único que hace la tecnología es marcar el escenario, mientras que la decisión de a quién beneficia esta tecnología es una decisión política y social. De un modo similar se ha pronunciado Julen Iturbe, que cree que no nos podemos dejar emocionar por la tecnología y olvidarnos del impacto social y global de la misma y de los proyectos que la utilizan.

Otro tema fundamental es el de las relaciones entre economía colaborativa y la administración. Para Javier Creus las administraciones públicas deberían facilitar el uso que los ciudadanos hacen de los recursos excedentes dentro de este modelo de economía colaborativa. Sin embargo no parece que sea esa la intención de la administración en España tras el reciente “impuesto al sol” que ha establecido el gobierno del PP. Además, dada la dimensión que tiene la economía colaborativa y su enfoque en muchos casos muy local, no sé si la municipalidad podría ser el entorno natural en el que tener mayor impacto. Aunque esto, evidentemente se puede dimensionar para desarrollar un modelo más global.

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Es interesante, siguiendo el tema de la dimensión de la economía colaborativa que, como dice Javier Creus, ésta suele suponer un trasvase “del tema al asunto”, es decir, de la generalidad (la movilidad) a lo particular (los atascos). A los ciudadanos no les preocupan tanto las grandes políticas globales como los problemas particulares que se les presentan. Y sería conveniente ver si aquí podemos escalar de lo particular a lo general a partir de acciones puntuales y con impactos muy concretos. Se pasa así, como añade Javier Creus, de los datos a las historias, de las redes que ya existen a las que se crean nuevas para solucionar los nuevos problemas que aparecen o no han sido resueltos de la manera tradicional.

Todo esto gira en torno al ser humano como centro de todo el proceso. Trabajar con ciudades informatizadas y tecnológicas no tiene sentido si no somos capaces de centrarlas en el ciudadano. Un poco en esa línea está la afirmación de Ricard Espelt cuando dijo que “todas las ciudades son inteligentes, hay gobiernos que ponen en valor esa inteligencia y otros no”. En efecto, la clave de una ciudad inteligente, aunque parezca obvio, es el conocimiento, y por supuesto la transformación de ese conocimiento en inteligencia. Pensar que el fin de una ciudad inteligente está en la tecnología es como creer que un ciclista gana el Tour de Francia porque utiliza la mejor bicicleta.

En este sentido Javier Creus comentó que la clave de la tecnología está en su capacidad de aumentar el impacto, pero que el centro de la reflexión está en la inteligencia y el conocimiento humano y en su capacidad de crear redes y modelos de participación y compartición colectiva.

Sin duda, siguiendo las palabras de Javier Creus, puede que sea ahora momento de reflexionar si tenemos que cambiar el foco de nuestra reflexión y pensar si no debemos pensar más en definir lo social por el impacto que genera más que por el origen de la acción o el proyecto. El problema, creo yo, es si este cambio de perspectiva no puede llevar a una especie de despotismo ilustrado social (todo para el pueblo pero sin el pueblo) en el que el fin justifique los medios. En ocasiones el camino es tan importante como la meta.

En definitiva, desde mi punto de vista la economía colaborativa está en un momento clave. Ha de pasar de ser una moda y una herramienta de marketing a un modelo sólido y eficaz, y no creo que ello se consiga si no se hace un trabajo de rigor en torno al concepto y a los que forman parte del grupo. Además, veo complicado que no haya una cierta contaminación de elementos de la “economía capitalista tradicional”, aunque eso no debería ser tan malo si se trabaja para que también ésta se contamine de la economía colaborativa. ¿Aparecerá un híbrido? ¿Una “tercera vía”?

Sea como fuere no es conveniente plantearse el escenario como un “o ellos o nosotros”. Veo más interesante establecer redes con nodos de contacto entre otros tipos de economía (¿proyectos colaborativos financiados por bancos? ¿Proyectos de economía capitalista, con un componente social, y financiados por crowdfunding?).

Artículo escrito por Juan Sobejano

Fundador de Innodriven, consultor de innovación en Innolandia y profesor

3 Comentarios

  1. Enrique Titos

    Yo creo que la etiqueta de la economía colaborativa puede hacer perder la perspectiva del auténtico debate. Lo que nació como una desintermediación de las relaciones habituales empresa-proveedora y usuario-consumidor enmascara un fenómeno más profundo: el de la economía de las plataformas o marketplaces frente a los modelos de las empresas tradicionales. Ahí está el verdadero debate, sobre qué sistema es mejor para la sociedad, y cómo abordar los retos que la economía de las plataformas plantea en términos de impactos en el empleo, sistema social, capacidad instalada de los incumbentes, protección y seguridad del usuario, y adaptacion de la legislación y regulación.

    Si la economía de las plataformas es colaborativa o es una reedición del capitalismo envuelto en una etiqueta «amable» me parece secundario, y todo se reduce a una cuestión de dónde se retiene el valor en la cadena del producto o servicio. En la economía de las plataformas, el valor lo obtienen ellas y los usuarios a expensas de los operadores tradicionales.

    Para quien esté interesado en una posible reflexión sobre la economía de las plataformas, ver http://elalcazardelasideas.blogspot.com.es/2015/10/la-economia-de-las-plataformas-o.html

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  2. Miguel Benavent de B.

    Buena visión de un sector en constante evolución, que puede desvirtuarse por el camino si no ponemos atención!

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  3. Miguel Benavent de B.

    Acertada visión de un sector incipiente pero en continua evolución, que puede perder su vocación social, si no estamos muy atentos!

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