Juan M. López Zafra: «No tiene sentido, un niño de un país desarrollado al nacer ya soporta una deuda de 170.000 dólares»

5 mayo 2014

Esta semana tengo el placer de entrevistar para Sintetia a Juan Manuel López Zafra (Madrid, 1968), Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense, en la que es profesor titular de Estadística e Investigación Operativa desde 1998 (ahora en excedencia). En la actualidad es profesor en el CUNEF. También ha sido docente la UCM, el CEU e ICADE. Sin embargo, muchos lectores lo conocerán mejor por su intensa actividad divulgativa en defensa de postulados económicos liberales, tanto a través de su colaboración con el diario digital El Confidencial en su columna “Big Data” como de su actividad en la redes sociales, fundamentalmente Twitter, en su cuenta @juanma_lz. Es asimismo colaborador habitual de Radio Intereconomía y de Capital Business Radio, entre otros medios. Para redondear su ya de por sí incesante actividad, tiene una empresa de análisis de datos y business intelligence, Statpro 2000 Clima.

Juanma

Juan Manuel es noticia por la reciente publicación de su libro “Retorno al Patrón Oro” (Ed. Deusto), en el que defiende, sin ambages, una vuelta a un sistema económico caracterizado por la existencia de una moneda respaldada por el metal amarillo. La lectura del libro me ha suscitado una serie de cuestiones que planteo al autor en un diálogo que ha resultado denso y enriquecedor.

 ¿Cómo surgió la idea de escribir este libro y cuál ha sido su proceso de gestación?

En marzo 2013 leí un comentario provocador de un especialista, mi buen amigo John Müller, señalando que la vuelta al patrón oro era una entelequia, no sólo imposible sino incluso algo así como un mal sueño. Llevaba tiempo estudiando el tema de la fractura del sistema monetario, y he de reconocer que me sentó mal. Muy mal. «Destroza en 140 caracteres 3000 años de historia económica y monetaria«, pensé; «eso no puede quedar impune». Recogí el guante y le mandé un alegato que bajo el título de «Acabar con el desastre» que tuvo la amabilidad de publicar en su periódico. Pocos días después se presentaba el primer libro de Daniel Lacalle, y en la celebración posterior tuve la ocasión de charlar un buen rato con su editor, ahora también el mío, mi querido Roger Domingo. Él fue quien lo vio claro desde el principio. «Tienes que desarrollar esa idea. No hay nada en castellano. Es el momento«. Y es cierto que no había nada reciente, específico, sobre el tema. Así que me puse manos a la obra y aprovechando que mi mujer se iba a Irlanda 3 meses por motivos de trabajo, cogí a las niñas y nos fuimos con ella un mes y pico. Mientras ella trabajaba en una agencia europea y las niñas iban a campamentos por las mañanas, yo leía, escribía, borraba, leía, escribía de nuevo y volvía a borrar. Eso cuando no me tocaba parlamentar con la cuadrilla de polacos que nuestros vecinos habían contratado para, aprovechando el verano, vaciar literalmente su casa por dentro y rehacerla desde cero. «Mañana haremos algo de ruido», me decía de vez en cuando el encargado, mientras yo pensaba «¿Mañana? ¿Y lo de hoy qué era?»

Lo cierto es que con una conexión 3G (bastante más volátil que el precio del Bitcoin) y el iPad bien cargado de lecturas que viajaron conmigo desde Madrid pude avanzar y dejar prácticamente estructurada la espina dorsal del libro, que como puedes imaginar distaba mucho de la entregada a mi editor unos meses antes. Fue un trabajo duro e intenso, pero realmente edificante pues la tarea de poner en orden las ideas es algo que siempre me ha fascinado. Más aún en un tema que escapaba casi completo del área de conocimiento en la que había trabajado desde siempre. Tres amigos fueron leyendo las distintas pruebas, capítulos, epígrafes, notas, pies de páginas, y con su paciencia y su generosidad pude completar la tarea en el tiempo previsto. Fueron tres los objetivos que me marqué, y creo haberlos alcanzado: que el libro fuese riguroso al tiempo que ameno y que fuese legible por cualquier persona.

Según mi opinión, has conseguido el objetivo con creces. Una de los aspectos que más me ha gustado del libro es que transmites perfectamente al lector tu propio recorrido de aprendizaje, llevándolo de la mano, casi en volandas, empezando por los orígenes del dinero y sus rasgos definitorios, pasando por los metales preciosos, la acuñación de moneda, el establecimiento del patrón oro en sus distintas modalidades, hasta los detallados relatos de sucesivas crisis financieras desde la Francia revolucionaria del siglo XVII hasta la actualidad. En este sentido, la tesis que cabe deducir de tu trabajo es que tales crisis nacen por la injerencia estatal en un fenómeno surgido de forma libre, espontánea y sin intervención externa como es el comercio y, con él el dinero. ¿Qué rasgos comunes has encontrado en los sucesivos descalabros financieros que has estado analizando? 

Me alegra escuchar lo que dices, Sebastián. Efectivamente, uno de los rasgos comunes a las distintas crisis que recorro en el libro es la intervención del estado en el sistema monetario. Por otro lado, sería un engaño señalar que sólo esa intervención es la culpable de las crisis monetarias, pero también lo es la postura que defiende que el estado mitiga y neutraliza este tipo de crisis. Todo lo contrario, lo que pretendo mostrar es que la intervención del estado, bien de forma directa bien a través de entes interpuestos como los bancos centrales, multiplica el riesgo de incidentes monetarios.

La intervención directa es la que recojo en el capítulo dedicado a John Law, la revolución francesa y la guerra civil americana, así como en el epígrafe dedicado a la hiperinflación de la República de Weimar. La indirecta tiene que ver con las dos mayores crisis económicas de nuestro tiempo, la de 1929 y la actual, y que evidentemente también ocupan un buen espacio en el libro. En ambas ocasiones, tal y como pongo de manifiesto, es la intervención de los bancos centrales uno de los principales detonantes, con su no disimulada intención de regular el precio del dinero y con ello el mercado. El «hemos aprendido la lección, no fallaremos» de Bernanke a Friedman en la celebración del cumpleaños del último es sintomático.

No debemos por otro lado olvidar la funesta aparición en escena del FMI a partir de los años 40. La creación de este organismo paraestatal (curioso símbolo para muchos del «neoliberalismo», cuando no es más que una réplica del estado con mandato y capacidad para intervenir en los mercados a la primera ocasión) no ha hecho más que introducir riesgos adicionales, como señalo en el libro.

Curioso que menciones el FMI, puesto que James Rickards, otro defensor del patrón oro, comentaba recientemente que dicha institución financiera es actualmente la única que tiene un balance saneado… Una de las posibles opciones por las que aboga Rickards es la de reinventar el Fondo e instaurar un sistema monetario basado en los SDR (Derechos Especiales de Giro), compuestos por una cesta de monedas respaldadas convenientemente con oro. ¿Qué te parece la idea?

Conozco las tesis de Rickards, a quien respeto. Pero sinceramente, y por muy saneado que esté el FMI, defender una institución de control monetario que no ha hecho más que distorsionar la economía mundial desde su creación dentro de los acuerdos de Bretton Woods es cuanto menos paradójico. Tal y como señalo en el libro, el FMI nació con el objeto de «evitar» las fluctuaciones que provocaron la crisis del 29. Eso supone participar directamente tanto en el mercado del oro como en las economías locales, evitando las salidas del metal (en este caso, de dólares, pues era la divisa de contrapartida) cuando los desequilibrios internos provocaban la fuga de capitales extranjeros. Y la forma era evidente: favoreciendo los incumplimientos del gobierno. En el libro se ofrecen varios ejemplos. Las sucesivas devaluaciones de la libra esterlina (desde los 4.86 dólares por libra hasta los 2.40 con Wilson, «que no supone devaluación para la libra de nuestro bolsillo» «en defensa contra los especuladores» – originales argumentos), las del franco francés (desde los 119 francos por dólar en el período de entreguerras hasta los 500 de 1958, para borrar entonces dos ceros y crear el Nuevo Franco) o las intervenciones en Argentina entre enero y mayo de 2001, ofreciendo financiación por 23.000 millones de dólares, para que en septiembre este país declarase uno de los mayores defaults de la historia (y uno de los más rentables).

En definitiva, saneado o no, el FMI no responde más que a lo que sus objetivos marcaron: intervenir. Desgraciadamente, el pretendido proceso de estabilización que promueve es absolutamente contraproducente. Y en cuanto a sustituir el Dinero (con mayúscula) por un apunte contable (denominado por algunos «oro de papel», claramente más por lo que cuesta que por su valor real) es una entelequia que el Fondo persigue desde su creación – con nulos resultados. La prohibición en el mercado monetario nunca ha funcionado. Y difícilmente funcionará jamás.

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De tus palabras y de la lectura del libro cabe deducir tu convencimiento de que, si no se pone remedio, estamos abocados a una nueva crisis monetaria de consecuencias económicas y geopolíticas impredecibles. En este sentido, dibujas un paralelismo inquietante entre la situación global durante el breve período de paz entre las dos guerras mundiales y el momento económico actual:

«Las monedas, sin referencia alguna en las que apoyarse por deseo expreso de los gobernantes, comenzaron a fluctuar libremente, las unas frente a las otras. Los tipos de cambio ya no expresaban la diferencia de pesos entre monedas referidas a un elemento común, sino que se vieron sometidos a los deseos de los gobernantes de ganar competitividad por la puerta de atrás: mediante devaluaciones competitivas, guerras de divisas y modificaciones arbitrarias de paridades con un único objetivo: ganar tiempo antes de alcanzar el precipicio. Como el coyote en su guerra contra el correcaminos, pero arrastrando con él, al tratar de correr en el vacío, a millones de ciudadanos que nada tuvieron que ver con los deseos de poder sus gobernantes. Posiblemente, la situación no les resulte demasiado extraña a los lectores…».

¿Crees que volvemos a estar muy cerca otro de precipicio? ¿Es demasiado tarde?

Muy cerca de otro precipicio…Si te digo que sí me van a llamar catastrofista, y me van a pedir plazos. Digamos que la distancia es corta. En términos temporales, a menos de una generación, sin duda alguna. La razón es bastante evidente para quien quiera observar (y no sólo ver) la realidad a la que nos enfrentamos: un gasto público sin freno, unas deudas públicas que crecen a ritmos vertiginosos, unos acreedores (como China, el principal de los EEUU) que querrán recuperar su dinero, u obtener al menos algún tipo de contraprestación, unos sistemas de pensiones, en la mayor de Europa (no así en Sudamérica), condenados a la quiebra, unos países emergentes en situación delicada y unos países por emerger que competirán con nosotros y los actuales emergentes en precio y calidad en plazo no muy lejano.

Sólo caben dos opciones: parasitar a esas economías por emerger (las emergentes no se han dejado), convencerlas que nos necesitan para vender y vivir a su costa (una opción no descartable pero difícil, al menos tal y como yo lo veo), o modificar completamente nuestro sistema económico. Esta segunda posibilidad era impensable hace sólo unos pocos años pero la crisis ha modificado completamente nuestra relación con el entorno.

Lo que quiero señalar con esto es que estamos quizá ante la última oportunidad de reacción a los cambios que requiere la situación actual, y que pasan necesariamente, entre otros muchos que no son objeto de esta charla, por una modificación del sistema monetario internacional. No se trata de imponer un patrón oro, o cualquier otro tipo de patrón. En absoluto. Se trata de devolver la racionalidad a la economía.

No tiene sentido que entre 1970 y 2000 las reservas mundiales de divisas (sin considerar el oro) se hayan incrementado un 2000% frente a un incremento del 55% entre 1949 y 1969, fruto de la expansión de la oferta monetaria. No tiene sentido que entre 2000 y 2010 la deuda global se haya duplicado desde los 57 billones de dólares hasta los 109, para volver a doblarse hasta los 233 billones ¡en sólo tres años! No tiene sentido que la deuda que soporta un niño de un país desarrollado al nacer sea de 170.000 dólares. Y esto no sólo es un sinsentido, sino que además es profundamente injusto, puesto que hemos condenado a la represión fiscal a nuestros nietos, no ya a nuestros hijos. Ellos sí podrán declarar odiosa la deuda que les dejamos, pues todo lo que estamos disfrutando hoy lo pagarán, en gran parte, ellos.

Y es asimismo profundamente injusto con los países de nuestro entorno, los menos afortunados, esos a los que, generosamente (permíteme la ironía), pedimos destinar un 0.7% del PIB para lavar nuestras conciencias, mientras les impedimos vender sus bienes y servicios libremente, mientras subvencionamos nuestra agricultura y nuestra ganadería, mientras expandimos la oferta monetaria elevando artificialmente los precios de las materias primas, mientras les impedimos entrar en nuestro mundo tranquilo con vallas y concertinas. Siempre para mantener nuestra calidad de vida, nuestros derechos.

Y sí, claro que la moneda tiene mucho que ver con este proceso. La falta de una reserva de valor, la posibilidad de multiplicar el dinero gracias a la ausencia de un coeficiente de caja que garantice, él sí y no los fondos de garantía de depósitos, la confianza de que al dejar nuestro dinero en el banco, allí estará, son dos elementos fundamentales en la vorágine de dinero y crédito en la que nos encontramos desde hace, al menos, 40 años. Bretton Woods fue un sistema muy malo, pero infinitamente mejor que el actual. Como he dicho antes, no se trata de imponer ningún patrón. Se trata de permitir que las personas escojan, con libertad, qué quieren. Y ahí, sin bancos centrales que manipulen el valor del papel, el oro tendrá su sitio, porque lo ha tenido durante más de 3000 años, actuando como el verdadero contrapoder a los deseos expansivos de los políticos.

Precisamente a este punto quería llegar: el de los posibles remedios. Creo que esta parte del libro la despachas demasiado rápidamente, tras un riguroso y exhaustivo trabajo de presentación y revisión del tema. Según mi opinión, entras en un terreno algo voluntarista, quizás por razones ineludibles de extensión y dificultad, pero aún así me ha resultado llamativo. Literalmente, cito:

«Salvada esta indispensable cuestión (el tema del mantenimiento de un coeficiente de caja del 100%), para que el oro pueda volver a ser considerado patrón de referencia y reserva de valor es necesario resolver diversas cuestiones, muy sencillas todas, siempre que exista la voluntad de hacerlo».

Me disculparás la franqueza, pero no veo esa «sencillez» por ninguna parte, empezando por la primera de las cuestiones que planteas, esto es, «conseguir un acuerdo internacional de implantación simultánea y con voluntad de ser indefinido». Conociendo como conoces la realidad geopolítica global, esa propuesta casi roza la ciencia ficción. Mucho más cuando añades que:

 «La unidad monetaria debería establecerse por cada país de forma autónoma, sin injerencias del resto, pero valorando siempre después de forma conjunta los efectos de la paridad establecida, de manera que no pueda entenderse una ventaja competitiva derivada de la nueva situación».

Como medida imprescindible, propones también la eliminación del curso legal o forzoso. Despachas el asunto tan rápido que al lector puedes generarle más dudas que certezas. Al menos, en mi caso.

El panorama económico global que presentas en el libro tras la eventual implantación del patrón oro es muy atractivo (y deseable, a mi entender), pero me pregunto si, en el ínterin, no has planteado un hermoso y utópico plan de acción. Cualquier solución a un problema debe cumplir ciertos requisitos, esto es, resultar apropiada, practicable, oportuna y completa. ¿Crees sinceramente que la visión que propones cumple los cuatro requisitos? Para alcanzarla, ¿no serían necesarios cambios sistémicos sustanciales y concretos, más allá de tu apelación genérica a la buena «voluntad»?

Creo sinceramente que lo que planteo es sencillo de hacer. Otra cosa es que haya voluntad. Pero voy a responderte de acuerdo con las 4 condiciones que planteas a la solución (que no es otra que el retorno al patrón oro, complementado de un coeficiente de caja del 100% y una muy sustancial reducción del estado, devolviendo al individuo su libertad – y su responsabilidad): que sea apropiada, practicable, oportuna y completa.

Es apropiada puesto que tiene en consideración todas las dimensiones del problema. La monetaria (por supuesto), la económica, la financiera y la social. De la primera sólo añadiré a lo expuesto hasta aquí que se recupera el dinero. Y de esa recuperación surgen las ventajas para las otras tres dimensiones. La economía vuelve a basarse en algo más que la confianza, desde el momento en que reposará sobre bases sólidas. Las finanzas no podrán sobredimensionarse al resultar el exceso de crédito inmediatamente limitado. En este último capítulo hay múltiples ejemplos de tales excesos. Y en cuanto a la dimensión social, sin duda la más importante y la que más me preocupa, la solución propuesta es apropiada desde el momento en que se limitan (que no eliminan) los ciclos de expansión – contracción y sus terribles efectos de paro masivo. Obviamente el precio, en todas las dimensiones, es un crecimiento más lento. Más sostenible. Creo sinceramente que el objetivo no es tener más, sino tener la posibilidad de tener más. Esto significa que el individuo debe tener la seguridad de que lo obtenga de su esfuerzo tendrá valor mañana. Y eso solo puede garantizarlo una escasa inflación, precisamente lo que el patrón oro garantiza.

La solución es practicable desde el momento en que no existe ningún impedimento natural, físico, que obstaculice su puesta en marcha. Es impracticable una moneda gaseosa. Pero algo que sólo depende de la voluntad de las partes en absoluto lo es. Y eso no es ser voluntarista. Es realista pensar que ante la destrucción de valor que nuestro sistema económico realiza, en un momento dado varios se planteen darle la vuelta a la situación. Hoy mismo Martin Wolf en el FT reclama el fin de la reserva fraccionaria. Martin Wolf. El mismo que hace sólo unos meses pedía mayor acceso al crédito, hoy pide limitar los excesos de la creación indiscriminada de moneda por los bancos. ¿Es complicado volver a un sistema del que abominan tanto la clase política como la financiera, por el control que supone sobre su actividad? Reclamamos el poder del pueblo pero lo fiamos todo a quienes nos representan, a quienes sólo pedimos panes y circo. Sinceramente, más complicada es la fisión nuclear. Es hora de tomar la iniciativa.

De la oportunidad creo que doy pruebas bastantes a lo largo del libro. Un sistema económico al borde del colapso por uso y abuso del crédito, de la «confianza» en un dinero de papel,  por la sucesión de burbujas, por la ilusión de riqueza y el posterior despertar en medio de sudores de desempleo y pobreza no es sostenible por mucho más tiempo. Sí, claro, queda lo que venimos haciendo desde hace setenta años. Patada adelante, guerras, estimular la demanda, imprimir, hacer correr el crédito y vuelta a empezar hasta el siguiente reventón, cruzando los dedos para que le toque a otro. No es ético actuar sin advertir de los riesgos. De forma que un retorno a un sistema monetario que se ha probado más eficaz, justo y sostenible no puede ser más oportuno.

En cuanto a que si la solución es completa, creo que de nuevo no deben quedar dudas. Resuelve el problema económico (sin inmunizar contra las burbujas, al menos las retrasa y, sobre todo, las ralentiza, de forma que nunca alcanzarían la amplitud de las actuales) y el social (los niveles de paro se reducirían considerablemente en el medio plazo y, sobre todo, al no existir la posibilidad de derivar dinero público a actividades no rentables, no existiría acumulación de riesgo social en ese tipo de actividades).

Todo lo anterior es realista y es sencillo. Realista porque no apela a la imaginación, sino a la responsabilidad. Sencillo porque depende de nosotros mismos, no de entes superiores ni del progreso científico. Si lo que me quieres decir es que las personas somos complicadas, no te lo voy a negar. Pero el individuo es el resultado de 4000 millones de años de evolución; somos supervivientes. No sucumbiremos al colapso del sistema monetario y con él del económico porque no se producirá. Antes lo cambiaremos. No es voluntarismo; es capacidad de adaptación.

Te agradezco el entusiasmo y la claridad en la exposición de tus postulados, algo que en Sintetia siempre nos esforzamos por conseguir. No quisiera cerrar esta entrevista sin mencionar un detalle de tu libro que me ha llamado mucho la atención: esa sorprendente aparición final de Montesquieu y el razonamiento mediante el que enlazas su figura con el tema del patrón oro. Tengo curiosidad: ¿era una asociación previamente meditada o fue surgiendo durante la escritura?

Entiendo la sorpresa, porque no es el francés un habitual de los libros de economía, y menos aún de los que se ocupan de la moneda. No, no surgió a raíz de la redacción. Hace dos años el profesor Pedro Schwartz estuvo en el CUNEF, centro en el que imparto clase, dando una charla a mis alumnos con el sugestivo título de “Democracia y división de poderes en la tradición de Montesquieu” en la que discutió sobre los problemas que plantea la confusión entre la acepción de libertad como garante de los derechos (con la consiguiente inflación de los mismos y su inviabilidad económica) y la más sencilla de la escuela liberal como posibilidad de decir no. No surgió el tema de la moneda, pero de la charla y de la preparación de la misma con la lectura de su fascinante «En busca de Montesquieu: la Democracia en Peligro» (Ed. Encuentro, 2007) brotó la cuestión de forma casi espontánea.

montesquieu

Una de las críticas que más se escuchan hoy en día es que ‘los mercados’ conforman de facto el cuarto poder, incluso algunos van más lejos y señalan la supeditación de los tres tradicionales al económico-financiero. Desde mi punto de vista, eso responde a un error de concepto, pues lo que se aplica es el sentido común de no gastar más que lo que se tiene. Sin embargo, la tradición keynesiana ha desvirtuado completamente esa idea, señalando que es el estado el que debe hacer el esfuerzo económico para estimular la demanda agregada, llevándose a generar los niveles insostenibles de deuda que hoy padecemos y que, a pesar de no arreglar ninguno de los problemas que pretendían reparar, para algunos siguen sin ser suficientes.

El problema de la deuda no es nuevo, obviamente. Todos los países han acudido a ella para financiar sus gastos, que históricamente se relacionaban con las guerras. ¿Por qué entonces Montesquieu no le dedica un epígrafe al poderoso caballero? Desde mi perspectiva, la razón es clara: porque el dinero no era un mero medio de pago, sino que además suponía una reserva de valor. Eso hacía que tras la devaluación que toda guerra suponía, los países honrasen su palabra devolviendo las deudas, precisamente para no quedar aislados en el mercado financiero. Todos los intentos de sustituir el oro por los frutos futuros de un territorio, el valor de las tierras expropiadas, lo que fuese, fracasaron. El oro se fue conformando, con el nacimiento de las democracias, como su principal garante económico, al evitar el dispendio. ¿Cómo podría cualquiera de nuestros próceres entablar una subasta con sus rivales en términos de autopistas, aeropuertos, túneles y puentes sin efectuar la consabida asignación de medios alternativos en presencia de recursos escasos? ¿Cómo entender expresiones como «no me digas que no hay dinero para hacer política»? Sólo el oro ha maniatado las ansias de gasto del político. Sólo el oro puede permitir que la democracia sobreviva al exceso.

Para finalizar, te rogaría que me contestaras brevemente al siguiente cuestionatio:

1. Si tuvieras que recomendar un libro para conocer mejor ese liberalismo económico que defiendes y divulgas ¿cuál sería?

El liberalismo va mucho más allá de la economía. Es una forma de entender la vida que afecta a las relaciones sociales, a la justicia, a la actitud personal y, por supuesto, a la economía. Así que, si no te importa, recomendaré dos.

El más general, que recoge precisamente esos principios vitales y la insuperable ventaja moral de la defensa de la libertad frente a la defensa de la planificación, es «Camino de servidumbre» de Hayek. Considero su lectura imprescindible para situar la cuestión libertaria en sus justos términos, más allá de los clichés a los que la izquierda bien pensante y liberticida nos tiene acostumbrados.

Dentro de lo específicamente económico, la obra magna de Huerta de Soto «Dinero, crédito  bancario y ciclos económicos» supone una excelente aproximación a la teoría austriaca del ciclo económico.

Por supuesto, jamás un alumno de economía o administración de empresas encontrará ninguna de las dos referencias en ninguna de las bibliografías recomendadas de sus asignaturas. Eso las hace más necesarias aún.

2. Cita un país cuya economía te resulte ejemplar, un político que respetes y un economista (vivo) que admires.

Desde una perspectiva histórica, sin duda los Estados Unidos de América. Partiendo de cero, con unos pocos colonos y un territorio inmenso, construyeron la economía más importante del mundo basándose exclusivamente en el esfuerzo individual y la defensa de la libertad. Admiro la talla política de Reagan, pues consciente de sus limitaciones personales no tuvo reparos en rodearse de quienes consideró eran mejores que él; su falta de complejos le engrandece. Y un economista vivo al que admire… son muchos, en algunos casos la admiración es personal y profesional (es el caso de Daniel Lacalle), en otros la admiración es académica (como Jesús Huerta de Soto). Pero si me tengo que quedar con uno en el que se den las tres características señaladas no tengo duda alguna: Manuel López Cachero, catedrático de Estadística e Investigación Operativa en la facultad de Económicas de la Complutense, que tiene la circunstancia añadida de ser mi padre. Sin ninguna duda.

3. ¿Qué tres cualidades valoras más en un profesional de la economía?

Honestidad, tesón y capacidad de comunicación.

4. Como profesor, ¿qué consejo le darías a un economista recién licenciado?

Que siga esforzándose. Que siga formándose. Que lea todo lo que no ha leído en la carrera. Que sea leal a sí mismo y a quienes lo merecen. Y que aborde los problemas tratando de no dejar ningún cabo suelto, como si cada uno fuese el último.

5. ¿Consideras bueno el nivel que tienen el periodismo y la divulgación económica en España?

Creo que en términos generales es bajísimo. Por supuesto existen excepciones, y muy honrosas. Pero no puede ocurrir que el Ministro de Hacienda participe en una rueda de prensa posterior a un consejo de ministros, lo despache con una serie de lugares comunes y se vaya de rositas, sin una sola pregunta en profundidad. También tenemos el conjunto de los hooligans, aquellos que por ejemplo niegan evidencias tan obvias como la titulación de un economista y que señalan sin vergüenza que son capaces de distinguir un economista bueno de uno malo. En todo caso, lo que me interesa de un periodista económico es que sea honesto; que conozca sus limitaciones y que actúe en consecuencia. De esos conozco unos cuantos.

6. ¿Cuáles son, según tu opinión, las grandes reformas pendientes en nuestro país?

Creo que son dos. Por un lado, la de la Administración del Estado, que debería definir claramente los límites máximos de intervención del estado en la sociedad y reducir el conjunto de las administraciones públicas en consecuencia. Por otro, la laboral. No puede ser que el acceso al mercado laboral tenga un tratamiento de club privado, con cuotas de lujo que dejan fuera a una enorme cantidad de personas. No se puede expulsar del mercado laboral a quién quiere estar dentro, derivándole en el mejor de los casos a la economía sumergida. El mejor derecho del trabajador es el de trabajar. Creo que las reformas deberían tener en cuenta más a quien quiere trabajar que a quien ya está dentro, que es a quien hoy protegemos y blindamos. Es una cuestión de justicia social.

Artículo escrito por Sebastián Puig

Analista del Ministerio de Defensa

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