Fracasar también es un arte

27 abril 2012

Emprender significa poner en marcha, crear, insuflar vida a las cosas…. Un emprendedor es una persona de acción, con empuje, con iniciativa y dinamismo. Es importante resaltar esto porque vivimos un momento glorioso (¿otra burbuja?) respecto al emprendimiento: es la solución al paro, es el mejor momento de la Historia para crear una empresa, se buscan “intraemprendedores” por todos los sitios – emprendedores que trabajan por cuenta ajena con el objetivo de dinamizar su entorno laboral –

Son muchas las dudas que me surgen y que quiero compartir contigo, lector: ¿es España un país de emprendedores? ¿Ya no confiamos tanto en la suerte -lotería- para retirarnos? ¿Ya no nos interesa un empleo en el Banco de la esquina o sacar unas oposiciones? ¿Nos hemos convertido, como sociedad, en partidarios de la imaginación y del esfuerzo? Si Steve Jobs resucitara y quisiera encontrar trabajo en España, ¿daría el perfil para los típicos responsables de recursos humanos que pilotan nuestras empresas?

España ha pasado del “cómprate una casa en la costa” al “¡hazte emprendedor!” Y yo soy el primero que se entusiasma con la idea. Pero cuidado con las modas, cuidado con no comprender bien qué significa emprender y qué cualidades se precisan para ello.

¡Y que nadie se sienta mal si no acaba de tener ese carácter emprendedor que ahora parece estar de moda! Emprender es una de las muchas actitudes que se pueden tener ante la vida y cualquier otro espíritu, cualquier otro carácter, es igualmente respetable y útil. De hecho, posiblemente si todos fuéramos emprendedores sería difícil vivir en sociedad.

Decía – y digo – que cuidado con alimentar una burbuja nueva porque emprender es solo la mitad de la historia. No se trata simplemente de poner en marcha un proyecto. Sino de gestionarlo para que llegue lo más lejos posible. Hablamos de CREAR, pero también de CRIAR. Hablamos de crear cosas y de no venirse abajo al primer contratiempo, ni la empresa ni la persona que emprende.

Las estadísticas dicen que la mayoría de las personas que crean un negocio, si les sale mal, no vuelven a intentarlo. Nada más lejos de lo que define a un emprendedor. Un emprendedor “auténtico” sabe que fracasar entra dentro de lo posible, es decir, está preparado para que las cosas salgan mal. Y si llega el fracaso, sortea el obstáculo, pero no se detiene. Simplemente, piensa: “Si por aquí, no, entonces por allí”. Un emprendedor auténtico no llora a sus muertos.

Aprender del fracaso

Brainsins ha publicado recientemente un post titulado “¿Se aprende más del fracaso que del éxito? Pues va a ser que no”. Su autor, Luis Martín, se hace eco de un estudio realizado por Mark H. Histed, de la Universidad de Harvard y, en base al mismo, llega a la conclusión de que se aprende más del éxito que del fracaso. Sin embargo, lo que el estudio en cuestión dice es que el cerebro está en mejor disposición para el aprendizaje después de un éxito que tras un fracaso. Dicho de otro modo: que la voluntad que ha pasado por una experiencia satisfactoria está más receptiva que la que ha pasado por una experiencia insatisfactoria. Obviamente esto no implica que aprendamos más del éxito que del fracaso.

¿Se aprende del fracaso? Desde luego, el fracaso es una lección en toda regla, pero debe haber alguien al otro lado. Podemos afirmar rotundamente que el fracaso enseña, pero no podemos decir sin más que del fracaso se aprende. Todo depende de “estar atentos en clase”, de tomar nota, de no ir a la facultad a jugar al mus.

¿Se aprende del fracaso más que del éxito? En realidad, no hay una regla general que determine que se aprende más de uno o de otro. Aprendemos de la experiencia, sea un fracaso o un éxito.

En cualquier caso, no es fácil aprender del fracaso. Somos reticentes a aceptarlo y solemos echar balones fuera para no profundizar en las causas reales del mismo. Además, la historia parece que la escriben los que han tenido éxito, son ellos los que salen en los medios y a los que se les ovaciona, pero no nos damos cuenta de la gran multitud de fracasos que se tienen que producir por cada éxito. Éste es,fundamentalmente, uno de los argumentos del maravilloso libro de Nicholas Taleb “¿Existe la suerte?”

Por lo general, los grandes fracasos nos alienan y a los pequeños tendemos a quitarles importancia. Tal es la desconsideración que les tenemos a los fracasos “menudos” que los “expertos” los llaman errores y reservan el término fracaso para las grandes tragedias – como si un chihuahua no fuera un perro por ser un chihuahua -.

Pero tampoco es fácil aprender del éxito porque pasa un poco lo mismo que con el fracaso: también les quitamos importancia a los pequeños éxitos y también los grandes éxitos pueden nublarnos el entendimiento.

Es especialmente importante que valoremos los pequeños éxitos. El hecho de que cierto logro sea más o menos corriente no le quita un ápice de valor. Al despreciar los logros “comunes” estamos poniendo en práctica eso de “mal de muchos, consuelo de tontos”, solo que visto desde el otro lado. Un éxito no es menos éxito por el hecho de que otros lo consigan.

Si le preguntáramos a cien personas qué preferirían, si tener un gran éxito o un gran fracaso, lo más probable es que escogieran el gran éxito. Pero el éxito también es peligroso si no lo comprendes bien, si no lo gestionas bien, si no sabes mantenerlo. Amancio Ortega no sólo es la persona más rica de este país, sino que encabeza otra lista: la de los hombres que mejor gestionan su éxito. ¡Cuántos en su lugar hubieran terminado “perdidos”!

¿Cuál es la clave para aprender del fracaso? Haber disfrutado del éxito. ¿Y cuál es la clave para aprender del éxito? Haber conocido el fracaso.  El fracaso y el éxito se necesitan mutuamente. Fracasar es la vacuna para no morir de éxito (nos hace aprender de él) y tener éxito nos puede inmunizar para un fracaso (para aprender de él y gestionarlo a tiempo).

El éxito y el fracaso son la cara y la cruz de una misma moneda y eso significa que:

  1. El éxito esta detrás del fracaso. La segunda vez tenemos más opciones de éxito que la primera. Como dijo Henry Ford: “El fracaso es una ocasión para empezar otra vez con más inteligencia”.
  2. El fracaso está detrás del éxito. Que vayas ganando no significa que hayas ganado. Juega sin mirar el marcador.

Aprender a fracasar

Aprender a fracasar (a perder) no significa aceptar el fracaso (la derrota) sino aprender a sacar partido de él. Aprender a fracasar implica ser conscientes de que fracasar entra dentro de lo posible y que, de hecho, mientras no se tenga la experiencia suficiente, el fracaso será el resultado que obtengamos la mayoría de las veces. Porque para tener éxito hace falta experiencia y la experiencia se adquiere poco a poco, perdiendo siempre al principio y ganando luego cada vez con más frecuencia.

«Lo que no podemos permitirnos es perder cuando tenemos la experiencia suficiente para ganar»

Debemos aceptar el fracaso como algo normal y llevarnos siempre la experiencia que nos aporta. Esas derrotas son buenas. Las derrotas de las que no sacamos nada son malas y nos convierten en perdedores.

¿Cómo gestionar el fracaso?

Para gestionar adecuadamente el fracaso debemos asumirlo como lo que es: la consecuencia de un error, la señal de que nos hemos equivocado. Una señal que indica “por ahí, no”. Por lo tanto, para conseguir lo que queremos “sólo” tenemos que tomar otro camino, es decir, cambiar las cosas y seguir adelante.

Para gestionar bien el fracaso es necesario, ante todo, detectarlo. El fracaso es el detector del error, pero ¿quién nos avisa de que estamos ante un fracaso? O mejor dicho: ¿Hasta qué punto han de funcionar mal las cosas para que proceda cambiarlas?

Aquí radica la clave de la buena gestión: si el cambio es tardío, de nada sirve. Hay que reaccionar con rapidez y la regla debe ser: “en caso de duda, cámbialo”.

El fracaso tiene una parte buena y una mala. Algunos ven lo evidente: tragedia, pérdida de confianza…. Otros, además de eso, reconocen el lado positivo: aprendizaje, impulso, motor de cambio….¿Con qué nos quedamos? ¿Cuál es la perspectiva adecuada?

La realidad es polisémica, es decir, significa mucha cosas y lo que tenemos que asumir es que TODAS SON AUTÉNTICAS. Por tanto, para comprender bien la realidad no podemos conocer solamente uno de esos significados. Debemos conocerlos todos.

Debemos ver la realidad desde todos los puntos de vista posibles porque cada perspectiva nos aporta un conocimiento imprescindible para gestionar la realidad.

Dos cosas debemos tener claras:

  1. No hay perspectiva inútil. Todas aportan algo.
  2. Mirar las cosas de otra manera no supone cambiarlas, pero es un paso imprescindible para cambiarlas»

Mentalidad de fracasados

La crisis está dejándonos al desnudo, evidenciando nuestras limitaciones para “capear el temporal”. Tal vez sea porque somos una generación de “poco fracaso” y mucho éxito, poco preparada para fracasar en dimensiones desconocidas.

¿Cómo es posible que el fracaso nos haga perder la fe en nosotros mismos y en cambio no nos haga perder la fe en nuestras ideas?

Nuestra mentalidad, como nuestra economía, está “parada”. Parece que, de forma general y como sociedad nos resistimos fuertemente a cambiar de mentalidad, a re-enfocar. Pues bien, si no re-enfocamos acabaremos fracasando de forma generalizada. «Y así como de una situación de fracaso se puede salir, de un estado de fracaso no se sale».

Por ello, hoy más que nunca es importante resaltar que fracasar también es un arte que debemos aprender.

Sobre el autor

Ricardo Cortines. Emprendedor, escritor, autor del libro “¿A qué esperas para fracasar?”.

 

Artículo escrito por Colaboración

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