Ciencia regional: una ciencia consiliente

12 diciembre 2013

«Si todo ocurriese en el mismo lugar, no habría particularidad. Si todo sucediese en el mismo momento, no habría evolución» (A. Lösch, 1944).

El palacio de Exposiciones y Congresos “Ciudad de Oviedo” acogió hace unos días la trigésimo novena Reunión de Estudios Regionales de la Asociación Española de Ciencia Regional. Este congreso se celebró en nuestra ciudad gracias a la organización del grupo de investigación RegioLab, dirigido por el profesor Fernando Rubiera. El congreso dio comienzo con la conferencia de apertura a cargo del Dr. Mario Polèse y que los organizadores dedicaron a la memoria de Julio Alcaide Inchausti, persona indispensable para el desarrollo de los estudios regionales en España, y que falleció el pasado mes de octubre. Un gran y merecido reconocimiento para un artesano de la medición y observación, pues la ciencia económica es una ciencia empírica y sin buenas medidas, sin buenas identidades sobre la realidad, es imposible saber de dónde se viene, dónde se está y adónde se va.

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Es un buen momento para realizar un congreso en una región del norte de España, como es Asturias, sobre ciencia regional, para hacer memoria y para avanzar con paso firme. A finales de los años sesenta, los técnicos del instituto regional de estadística asturiano (Sadei) comenzaron la labor de construcción de una tabla input-output para la región y ello dio lugar a la visita de los profesores Paelink y Klaassen, seguida después también por un autor fecundo, Harry Richardson, a quien pudimos leer en español gracias a la traducción de uno de sus tratados por el profesor Cuadrado Roura. Asturias ha sido pues, un foco y un cluster de investigación en este campo, que continua muy vivo. A pesar de ello, algún cortocircuito debe haber para que no se filtre bien hacia los últimos destinatarios una investigación razonada y razonable. Pero más allá de las implicaciones de política, para la definición de los cursos de acción económica -siempre brumosos y objeto de disputa- me gustaría glosar para el lector la importancia de un congreso cuyo título era «Smart Regions for a Smarter Growth Strategy» (en inglés) y que se celebra en 2013, cuando se cumplen 75 años de la publicación de un importantísimo artículo en este campo, obra del economista alemán August Lösch («The Nature of Economic Regions», 1938).

La ciencia regional es un campo pionero de investigación multidisciplinar creado a finales de la Segunda Guerra Mundial por Walter Isard, en la Universidad de Harvard y, más adelante, en el departamento de Ciencia Regional de la Universidad de Penn. Desde entonces ha llovido mucho, la ciencia económica se ha desarrollado como mainstream y ha recorrido caminos muy formales, aderezado por el fuego graneado de los estudios empíricos. Pero lo que deseo destacar aquí es que esa ciencia, incomprendida en sus orígenes por sus ambiciosas metas, es una ciencia consiliente, en el sentido de Wilson*, es la ciencia que se abre paso en el siglo XXI. Voy a mostrar de qué modo el legado genial de Lösch cobra hoy un enorme valor intelectual y cuadra el hexágono de la especialización inteligente. Un hexágono que las sociedades que se consideren de tal sazón deberían conocer y descubrir de forma integrada, poliédrica, estructural.

La ciencia económica puede ser abordada y definida de muchas maneras pero, por encima de todo, es la ciencia que examina y estudia las consecuencias de la especialización y del intercambio, causa y consecuencia del crecimiento económico. A lo largo de dos siglos se ha construido un edificio, el análisis económico, que como toda obra humana no está exenta de tensiones. La teoría económica es una suerte de arquitectura intelectual que intenta explicar y comprender los intercambios e interacciones realizadas por individuos en esencia no altruistas que aprenden, lenta e imperfectamente, a usar la información canalizada por los precios determinados en un sistema incompleto de mercados. Individuos que aprenden a usar la información en beneficio propio o en beneficio de las organizaciones en que se enrolan -familias, comunidades de vecinos, tribus, ciudades, ayuntamientos, empresas,…- y donde aprovechan las ventajas de la división social del trabajo y de la especialización.

Sin riesgo de equivocarnos mucho, podemos postular siete mecanismos claves, siete principios que permiten explicar la especialización de los holones** arriba enunciados y que conducen a una administración inteligente de los recursos escasos. Todos estos principios están, como no, presididos por el gran mecanismo organizador descubierto por David Ricardo, el principio de la ventaja comparativa, «la madre de todas las ideas», según Kenneth Arrow. Por tanto, nuestra ciencia humilde tiene una sólida roca de grafeno donde comenzar a construir un mecano más amplio, que ha sido completado con el resto de los mecanismos subyacentes en el proceso de especialización, de creación de comercio y de localización de la actividad.

A mi modo de entender, la ciencia que estudia el orden espacial de las cosas ha proporcionado tres mecanismos que ayudan a entender y explicar el proceso de diferenciación del espacio (gráfico 1). Se trata de las economías de urbanización -que generan una diversificación interindustrial, una mezcla de actividades sobre el territorio-, las economías de localización -que producen una concentración intraindustrial, de actividades semejantes- y el principio de mínima diferenciación (PMD), establecido por Harold Hotelling en 1929. Si añadimos a ellos la lógica subyacente en la tecnología de la producción -economías de escala, de alcance y las economías de trabajo en equipo- tenemos en mapa capaz de describir buena parte de los fenómenos de comercio y localización, desde la óptica de los economistas.

Gráfico.1

Como simple profesor de economía, no deja de sorprenderme el nivel de hiper-especialización alcanzado por la investigación en una disciplina –me refiero ahora a la economía en su acepción más amplia- relativamente sencilla de entender. Un hecho que conduce a una investigación que, en lugar de reunir y religar, separa y fragmenta ad infinitum, con un precio muy alto, porque lo que termina generando es confusión y entropía. Teniendo en cuenta que el último generalista (Samuelson) tuvo una parte de responsabilidad al definir de forma incompleta, en su gran manual, una de las tres preguntas básicas, intentemos matizar esta laguna ubicando correctamente el espacio en el mapa de las ideas (que es el mapa de la producción). Porque la localización importa para la eficiencia de la producción y porque una buena brújula o un buen GPS son indispensables para moverse en el mundo de las ideas y para comenzar a aprender bien los principios desde el principio, con menos fricción y con la cantidad óptima de fundamentos, como muy bien nos enseñó Alfred Marshall.

***

Paso a limpio estas ideas después de asistir a un buen congreso, organizado en un momento  muy complicado, muy bien trabajado y presentado por el equipo local de Regiolab. Un hecho que me deja una interesante conclusión, tal vez prematura lección, pero que me gustaría traer a este blog original liderado por antiguos ex-alumnos. Las fuerzas centrípetas que concentran la actividad pueden no actuar cuando lo que crea valor es el talento, talento bien organizado y liderado. Desde de las tierras de Kaleva, en Finlandia, a cualquier otro lugar del planeta, hoy como ayer, lo que puede terminar decidiendo la localización de las cosas es la capacidad creativa del ser humano y su capacidad para descubrir, reunir y atraer a su alrededor recursos complementarios (denominemos a esta idea puzzle de Jacobs-Lucas). La labor de RegioLab es muy significativa y la XXXIX Reunión de Estudios Regionales lo prueba, como también la de otros grupos de investigación en ciencia regional que trabajan en España y que se abren paso en el ámbito internacional, para hacer visible su presencia en el mapa.

Pero esa visibilidad no puede ganarse a cualquier precio. Queda dar el paso más difícil en el mundo del conocimiento y de las ideas, el gran salto adelante: minimizar la entropía propia de los sistemas de investigación institucionalizados, propensos a consumir grandes cantidades de recursos por unidad de output (ideas) realmente observables. Nos queda a todos dar el paso, en el mundo de la docencia y de la investigación, hacia la ejemplaridad académica. Algo que no es tan difícil, al fin y al cabo, porque se reduce a replicar el trabajo de los buenos agricultores: aprender, todos los días, a separar concienzudamente la paja, del trigo o, puesto que escribimos desde Asturias, a no aguar la leche.

(*) Edward O. Wilson, Consilience. La unidad del conocimiento, Galaxia Gutemberg, Barcelona, 1998.

(**) Elinor Ostrom, Comprender la diversidad institucional, KRK, Oviedo, 2013, pp. 40-44.

Sobre el autor:

Manuel Hernández Muñiz,

Profesor Titular, Universidad de Oviedo.

Artículo escrito por Colaboración

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