Una pizca de optimismo digital

27 julio 2018

Confieso que todo lo que lleva el apellido digital me produce un cierto desasosiego, seguramente por los mismos motivos por los que a muchos nos suele inquietar aquello que nos saca de la zona de confort.

«Lo digital» es un pura sangre al que no resulta fácil dominar, entre otras cosas porque las bridas capaces de hacerlo están en muy pocas manos, mientras que a los demás apenas nos quedan pequeñas dosis de metadona analógica para aliviar nuestra adicción o casi.

Se entenderá entonces por qué me seducen conceptos como «ciberutopía» (creencia en que las nuevas tecnologías de la comunicación, especialmente Internet, favorece a los oprimidos más que a los opresores), fantasía que el «desengañado de internet» Evgeny Morozov se encarga de destronar; y también la idea de «rebaño digital«, comprensible en su misma denominación, que el algo excéntrico Jaron Lanier acuñó en su libro You Are Not a Gadget: A Manifesto (2010); al igual que el término «deletionismo» (de delete: borrar) que, según proclama Nicholas Carr, parece imponerse en una plataforma de conocimiento tan aparentemente democrática como Wikipedia, como síntoma de que el sistema global que estamos creando a la vez nos descarta.

Está claro que Morozov, Lanier y Carr, entre otros muchos, son cuando menos ciberescépticos, demostrando una inteligente prevención —creo yo— ante los supuestos valores universales e indiscutibles del mundo digital, que otros proclaman sin más argumentos ni matices que su pasión por una vida «plug & play«. Estamos, por el contrario, aún en una fase de ensayo-error por mucho que hayamos ya incorporado a nuestra existencia (y sin vuelta atrás) la tecnología digital en sus múltiples vertientes y formas.

Y SIN EMBARGO…

… no todo, ni mucho menos, debe verse a través de este cristal de tintes algo pesimistas. Al contrario, me voy a permitir apuntar siguiera unos mínimos detalles del vaso medio lleno que superan a la intranquilidad inicial y permiten albergar esperanzas de que terminaremos por controlar y someter a este caballo desbocado criado en las cuadras de Silicon Valley.

Como ante todo avance, la primera pregunta a hacernos respecto a la tecnología digital es qué nos aporta: ¿nos es útil? ¿añade algo a nuestra forma y nuestros objetivos de vida? ¿ayuda o estorba?… y así numerosos interrogantes, seguramente sin encontrar respuestas unánimes ni satisfactorias para todos. Un «depende» podría aparecer en todos los resultados posibles.

Sin embargo, me atreveré a sintetizar en una sola palabra todas las respuestas favorables: comodidad.

Pienso que la tecnología digital nos ha traído, en el fondo y al igual que otros muchos descubrimientos de la humanidad, una dosis extra de comodidad a añadir a la que ya nos trajeron el fuego, la rueda, la máquina de vapor, la electricidad o la anestesia mediante sustancias químicas. Ciertas actividades, de importancia mayor o menor, se hicieron más fáciles favoreciendo, además, unos mejores resultados sea en la alimentación, el transporte, la producción, la energía o la salud. Así, la computación nos aporta también múltiples ventajas dirigidas a aumentar nuestro bienestar.

Esta comodidad se hace visible en áreas diversas y con resultados de alcance e influencia variados. Por ejemplo, nunca hemos estado mejor en:

.- Acceso a los datos. La información acumulada, organizada y vinculada que sostiene el conocimiento humano está ahora más a mano que nunca, tanto por la facilidad de búsqueda y alcance como por la diversidad de la información. El Big Data es el nuevo Grial porque el análisis y la combinación de los datos ya conocidos es el punto de partida para alcanzar el conocimiento por descubrir. Eso sí, conviene no olvidar que los datos se conjugan siempre en pasado. En otras palabras, Google no sabe más que lo que sabemos.

Ahora es más cómodo conocer lo conocido, pero sigue siendo igual de laborioso descubrir lo desconocido.

.- Ejecución de procesos. Una de las visualizaciones más llamativas de la tecnología digital es la robótica. Los robots, esas máquinas capaces de reproducir de modo autónomo las instrucciones recibidas en forma de código, fabrican ya por si solos desde casas a microchips, y pueden incluso operar con mayor precisión que el mejor de los cirujanos y hasta darnos conversación, al menos, como el más superficial de nuestros amigos.

.- Obtención de resultados. Leonard Kleinrock, uno de los fundadores e internet y el primero que fue capaz de hacer login entre UCLA y Stanford (aunque se quedó en «log» porque el sistema se colgó), nos deja claro que un ordenador sólo es bueno en dos cosas: capacidad de almacenamiento y capacidad de cálculo. De la acumulación de datos y de su gestión (cálculo) se llega a los resultados.

La máquina supera las limitaciones humanas como el cansancio y casi siempre también el error. Pero eso sí —siempre hay un pero—, como el mismo Kleinrock afirma, «Los ordenadores son el peor enemigo del pensamiento crítico».

.- Elaboración de razonamiento. La mal llamada Inteligencia Artificial (mejor la denominación del MIT «Inteligencia extendida») es ya capaz de aprender (machine learning), imitando procesos similares a los de la mente humana (redes neuronales) y siguiendo un camino predefinido causa-efecto (algoritmo) que llega a conclusiones, como nosotros en un proceso de razonamiento lógico. Es cómodo tener a nuestra disposición esta facilidad y muy rentable, por cierto, para Amazon, Google, Facebook y todas aquellas empresas que viven de «predecir» el comportamiento y los deseos de usuario porque lo han «aprendido» con anterioridad.

Así pues, la mejora en el uso de los datos y procesos, y en la obtención de los resultados y el razonamiento podrían ser buenos exponentes, aunque no únicos, de las consecuencias positivas de la tecnología digital para todos nosotros.

Estas ventajas lo son porque, si bien —como ya dije en alguna ocasión— la digitalización de nuestra vida se nos vuelve en ocasiones de digestión pesada, es justo reconocer que nunca como hoy hemos disfrutado de beneficios como los indicados y de otras muchas facilidades como las impresas en un microprocesador. Si esto ya de por si es importante, creo que lo son aún más algunos de los efectos derivados.

Los dos primeros surgen de la experiencia que de forma vertiginosa vamos ya acumulando de esta convivencia entre máquina y hombre. Me refiero a la sustitución y a la complementariedad.

La tecnología digital hace —en el sentido más amplio del término— cada vez más labores y funciones que apenas unas décadas antes eran solo posibles para las manos o/y el cerebro humanos. Un simple robot de cocina es un buen ejemplo: no hace falta pensar en la receta porque nos llega vía wifi, ni vigilar la cocción y mezclar de los ingredientes, porque eso está ya programado y esperando una simple pulsación en On.

A medida que aumentamos la importancia de la labor encomendada a un algoritmo y un procesador obtenemos un incremento exponencial del valor directo e indirecto de sus resultados.

Otra consecuencia es la complementariedad. La robótica colaborativa establece vías de interacción con el ser humano. En un entorno colaborativo, una persona aporta destreza, flexibilidad y resolución de problemas, mientras que un robot colaborativo ofrece fuerza, resistencia y precisión en la realización de la tarea encomendada.

Máquina y hombre están destinados a entenderse, iba a decir que por interés mutuo, pero dudo que un artilugio digital sea “sensible” a tal aliciente. En serio, de esta colaboración somos nosotros los más beneficiados.

LA COMODIDAD DIGITAL ES LA OPORTUNIDAD DE CRECER

Pero la tecnología digital, además de los indicados y en parte como consecuencia de ello, nos ofrece un efecto que es el que quizá aún no estamos sabiendo aprovechar como es el tiempo y las herramientas para cultivar las otras capacidades humanas, ésas que sólo pertenecen a nuestra inteligencia. Todo un regalo, si nos paramos a pensar en ello. Tiempo para la reflexión, la creación, el debate, la convivencia…, y herramientas como las que nos permiten llegar a todo lo que ya se sabe, a lo que más nos inspira, a todas las opiniones y perspectivas, al contacto y comunicación con todos, en todo momento y en cualquier lugar.

Lo que nuestros dispositivos digitales ya hacen por nosotros nos da la oportunidad de dedicarnos con mayor intensidad a aquellos intereses del espíritu que quizá teníamos descuidados.

Creo que los tiempos nos han traído un tesoro en forma de tecnología y que no lo es sólo por lo que hace sino también por lo que nos deja hacer. Pero seguramente todavía estamos demasiado absortos con el nuevo «juguete» y creo que aún no hemos descubierto el valor añadido que contiene. Estamos como el niño ante la puerta transparente de una lavadora, ensimismado viendo cómo la ropa da vueltas de forma vertiginosa. No habremos asimilado la tecnología digital en nuestra vida mientras sigamos pendiente de ella.

Artículo escrito por Javier Ongay

Consultor de Comunicación. Prof. ESIC Business & Marketing School

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