Más de 1.000 millones de personas pasan hambre en el mundo (I)

9 junio 2011
El hambre en el mundo

Esther Duflo y Abhijit Banerjee son economistas en el MIT y directores del Poverty Action Lab. Este artículo ha sido publicado inicialmente en la revista Foreign Policy.

Para muchos occidentales, la pobreza es un sinónimo de hambre. El anuncio de la ONU de que 1.000 millones de personas sufrían hambre en 2009 acaparó muchos más titulares que cualquiera de las frecuentes estimaciones de pobreza extrema del Banco Mundial.

Pero, ¿es realmente verdad? ¿Existen realmente 1.000 millones de personas que se acuestan cada noche con hambre? Nuestra investigación sobre este tema nos ha llevado a pueblos rurales y suburbios urbanos alrededor del mundo, recogiendo datos y hablando con los pobres acerca de qué comen y qué más compran, desde Marruecos hasta Kenia, Indonesia o India. También hemos examinado una ingente cantidad de investigación de colegas académicos. Lo que hemos encontrado es que la historia del hambre, y más generalmente de la pobreza, es mucho más compleja que cualquier estadística o gran teoría; estamos en un mundo en el que aquellos que tienen poco para comer, en vez de ello, ahorran para comprar una televisión. Un mundo en el que el dinero no se traduce necesariamente en más comida, y donde abaratar el arroz puede llevar a la gente a comprar menos arroz.

Desafortunadamente, no este el mundo que ven los expertos. Demasiados de ellos todavía promueven soluciones ideológicas a problemas que desafían a las respuestas universales, argumentando a favor de la ayuda al desarrollo, por ejemplo, mientras los hechos en dichos lugares tienen poco que ver con las fieras batallas políticas que propugnan.

Jeffrey Sachs, asesor de las Naciones Unidas y director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, es uno de esos expertos. En libros e incontables discursos y apariciones de televisión, ha argumentado que los países pobres son pobres porque son cálidos, infértiles, infectados por la malaria y a menudo sin salida al mar; estos factores dificultan el ser productivos sin una gran inversión inicial que les ayude a solucionar dichos problemas. Pero no pueden pagar dichas inversiones precisamente porque son pobres –se encuentran en lo que los economistas llaman la “trampa de la pobreza”.- Hasta que algo se haga con estos problemas, ni los mercados libres ni la democracia harán mucho por ellos.

Pero hay otros, igual de válidos, que creen que todas las respuestas de Sachs son equivocadas. William Easterly, quien lucha contra Sachs desde la Universidad de Nueva York, al otro lado de Manhattan, se ha convertido en uno de los críticos más influyentes a través de sus libros: “En busca del crecimiento” y “La carga del hombre blanco”. Dambisa Moyo, un economist que trabajó en Goldman Sachs y en el Banco Mundial, ha unido su voz a la de Easterly en su reciente libro, “Dead Aid”. Ambos argumentan que la ayuda hace más mal que bien. Evita que la gente busque sus propias soluciones, mientras corrompe y socava las instituciones locales, creando un lobby de agencias de ayuda que se auto-perpetua.

La mejor apuesta para los países pobres, argumentan, es confiar en una simple idea: cuando los mercados son libres y los incentivos están bien alineados, la gente puede encontrar formas de solucionar sus problemas. No necesitan regalos de extranjeros ni de sus gobiernos. En este sentido, los pesimistas de la ayuda son en realidad muy optimistas acerca de cómo el mundo funciona. De acuerdo con Easterly, no existe ninguna trampa de la pobreza.

Este debate no puede ser resuelto de forma abstracta. Para hallar si efectivamente existe la trampa de la pobreza, y, si así es, donde se encuentra y cómo ayudar a los pobres a salir de ella, necesitamos entender mejor los problemas concretos a los que se enfrentan. Algunos programas de ayuda son más efectivos que otros, ¿pero cuales? La búsqueda de la respuesta nos ha sacado de nuestros despachos y nos ha hecho observar de forma más cuidadosa el mundo. En 2003, fundamos el “Poverty Action Lab”. Una parte clave de nuestra misión es la investigación basada en los ensayos aleatorizados –similares a los experimentos utilizados en medicina para probar la efectividad de un medicamento- para entender qué funciona y qué no en la lucha contra la pobreza en el mudo real. En términos prácticos, ello quería decir que debíamos empezar por comprender cómo los pobres viven realmente sus vidas.

Pongamos, por ejemplo, a Pak Solhin, que vive en un pequeño pueblo en Java Occidental, Indonesia. Una vez nos explicó cómo funciona exactamente una trampa de la pobreza. Sus padres tenían un trozo de tierra, pero también tenían 13 niños y habían tenido que construir tantas casa para cada uno de ellos y sus familias que ya no les quedaba tierra para cultivar. Pak Solhin había estado trabajando como un trabajador agrícola ocasional, por lo que cobraba unas 10.000 rupias al día (alrededor de 2 dólares). Una reciente subida del precio de los fertilizantes y del gasóleo había obligado a los granjeros a economizar. Los granjeros locales decidieron no bajar los sueldos, nos contaba Pak Solhin, sino dejar de contratar trabajadores en vez de ello. Como resultado, durante los dos meses anteriores a nuestro encuentro con él en 2008, no había encontrado trabajo en la agricultura ni un solo día. Estaba demasiado débil para los trabajos más físicos, tenía poca experiencia para los trabajos más cualificados y, con 40 años, era demasiado mayor para trabajar como aprendiz. Nadie le contrataba.

Pak Solhin, su mujer y sus tres hijos tomaron medidas drásticas para sobrevivir. Su mujer se marchó a Yakarta, a unas 80 millas, donde encontró un trabajo como sirvienta. Pero no ganaba lo suficiente como para alimentar a sus hijos. El hijo mayor, un buen estudiante, dejó la escuela a los 12 y comenzó como aprendiz en una obra. Los dos hijos menores fueron enviados a vivir con sus abuelos. El propio Pak Solhin sobrevivía con las nueve libras aproximadas de arroz subsidiado que recibía cada semana del gobierno y de pescado que pescaba en un lago cercano. Su hermano lo alimentaba de tanto en tanto. En la semana anterior a nuestra última conversación, había comido dos comidas al día durante cuatro días, y solo una los otros tres.

Pak Solhin parecía estar sin opciones, y atribuía claramente su problema a la falta de comida. Tal y como él lo veía, los granjeros no estaban interesados en contratarle porque tenían miedo de no pagarle lo suficiente como para evitar la inanición; y si no comía, sería inútil en el campo. Lo que describía era una clásica trampa de la pobreza basada en la nutrición, como se conoce en el mundo académico.

La idea es sencilla: el cuerpo humano necesita un cierto número de calorías para sobrevivir. Cuando alguien es extremadamente pobre, toda la comida que puede permitirse solo sirve para realizar los movimientos mínimos para vivir y conseguir el magro ingreso utilizado para comprar esa comida. Pero, cuando la renta de la gente aumenta, pueden comprar más comida y dicha comida extra ayuda a construir una mayor fuerza, permitiendo a la gente producir mucho más de lo que necesitan para sobrevivir. Esto crea un vínculo entre la renta de hoy y la renta de mañana: los más pobres ganan menos de lo que necesitan para realizar un trabajo significativo, pero aquellos que tienen suficiente para comer pueden trabajar todavía más. Ahí está la trampa de la pobreza. Los pobres se vuelven más pobres y los ricos más ricos y comen mejor, y se vuelven más fuertes y todavía más ricos, y la diferencia continúa agrandándose.

Pero, a pesar de que la explicación de Pak Solhin’s acerca de cómo alguien puede verse atrapado en la inanición parecía era lógica, había algo vagamente turbador acerca de esta narrativa. No nos lo encontramos en un Sudán azotado por la guerra o en un área inundada de Bangladesh, sino en un pueblo de la próspera Java, donde, incluso tras la subida de precios de los alimentos en 2007 y 2008, había claramente mucha comida disponible y una ración básica no costaba mucho. Comía lo suficiente para sobrevivir; ¿por qué nadie estaba dispuesto a ofrecerle la nutrición extra que lo hiciese productivo a cambio de un día de trabajo? Más generalmente, aunque una trampa de la pobreza basada en el hambre es una posibilidad lógica, ¿es relevante para la mayoría de los pobres de hoy? ¿Cuál es la mejor manera, si es que existe, en que el mundo puede ayudarles?

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Artículo escrito por Colaboración

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