Lo que no enseñamos y la empresa necesita

22 diciembre 2017

Hasta no hace mucho, la relación de la Empresa con el mundo universitario era más bien escasa. De la Universidad salían abogados, filólogos, médicos, arquitectos…, profesionales casi todos ellos que parecían abocados a trabajar bien en estructuras pequeñas como Despachos, Consultorías, etc., o bien en organizaciones que no se entendían como Empresas propiamente dichas, tales como Hospitales o Centros de Enseñanza. La excepción la marcaban la Formación Profesional, que, por otra parte, se consideraba como la “hermana pobre” de la enseñanza que ni tan siquiera llegaba a “superior”, y las Escuelas de Negocios que siempre han hecho la guerra por su cuenta.

Por fortuna, esto ha cambiado. La FP está adquiriendo un nivel de exigencia y calidad equiparable a los estudios universitarios.  Además, los titulados de la Universidad tradicional miran a la Empresa como su destino laboral porque ésta ha abierto las puertas a un abanico más diverso de profesionales. Y, por último, las Escuelas de Negocios han incorporado a sus programas el carácter práctico de la primera y la solvencia científica de la Universidad. Quizá este dibujo peque de optimista y refleje más un deseo que una realidad sin excepciones, pero de cualquier forma estamos en el camino.

 

La producción, sea de bienes o servicios, se nutre de la educación. La maquinaria que sustenta eso que llamamos el “bienestar social” se alimenta del “combustible” que le aporta la formación que reciben los más jóvenes, luego transformada en capacidad laboral. Otra cosa son las oportunidades de demostrarla, pero ese es otro tema.

Lo cierto es que los cambios que la Empresa está experimentando, en forma de nuevos modelos de negocio, tecnologías, relaciones con el mercado…, está afectando a los requisitos exigibles a la educación, en su sentido más amplio.

Gregorio Luri, paisano, coetáneo y filósofo, nos recuerda en su magnífico blog El Café de Ocata, la idea expresada por Carl Schmitt y que ilustra el marco en el que hasta ahora se ha movido el entorno industrial y productivo. Escribió el jurista alemán que, en comparación con la incertidumbre y las dudas que provocan las cuestiones filosóficas, morales, etc.,  “los problemas puramente técnicos tienen una objetividad consoladora”, y es por ello que “fácilmente se comprende que el hombre haya buscado soluciones y asilo en la técnica.” Las empresas se han alimentando en buena medida de este criterio. Las habilidades (mano de obra) eran el factor determinante para evaluar la idoneidad de un trabajador.

En contra de este perfil laboral limitado, pero suficiente para la empresa durante mucho tiempo, ya en 1966, el pedagogo británico Peter Mauger predijo que “los adultos de mañana (o sea, hoy) necesitan un currículum que les enseñe a hacer preguntas, a explorar, a interrogarse, a reconocer la naturaleza de los problemas y cómo resolverlos”. Parece, por tanto, que las meras habilidades ya no bastan. Hacen falta, además, conocimientos, curiosidad, actitud… y de tal ecuación resulta el auténtico valor profesional que la empresa comienza a buscar en los candidatos y a fomentar en su propio personal.

“WANTED” Se busca

En mi opinión, los jóvenes que hoy se preparan para competir en un mercado laboral cada vez más exigente, deben buscar sus fuentes de aprendizaje no solo en los libros o en las aulas. Su formación no puede limitarse a las horas de estudio. La adquisición de conocimiento, o es un mecanismo activo en todos los ámbitos de la vida o no sirve. El propósito docente ya no puede ser convertir a nuestros alumnos en meras “bases de datos” sino más bien en “sistemas operativos” capaces de encontrar información, pero también de interpretar el mundo y la actualidad, de facilitar su creatividad y, en fin, de proporcionarles las competencias que exige su crecimiento integral. Y si se me permite continuar con el símil, un “sistema operativo” sujeto a permanentes “actualizaciones” para corregir errores y para añadir funciones ante una vida cada vez más compleja, y susceptible también de ser “configurado” según la libre elección de cada individuo y su proyecto vital.

Hoy las empresas buscan conocimientos y habilidades, por supuesto. Sin embargo, cuando miro a mis alumnos, empiezo a intuir con claridad que van a necesitar algo más para competir con éxito en el mundo que viene:

— Pasión. La empresa no quiere autómatas del trabajo. No bastará con saber hacer sino que se valorarán las emociones incorporadas a la propia responsabilidad laboral. Se buscan profesionales apasionados por lo que hacen, que no estén “de paso” en su puesto de trabajo, que se impliquen y asuman la cultura de la empresa, que sepan disfrutar y que perciban su jornada laboral como una parte “emocionante” de su vida.

— Experiencias. La vida no es sino un tiempo que espera ser llenado con todo eso que nos hace sentirnos precisamente vivos. Las organizaciones no necesitan gente átona, que funciona por inercia, zombies que cumplen años. Va a querer trabajadores con un bagaje vital ancho en variedad y profundo en intensidad; en suma, gente que haya vivido y viva con intensidad: que viaje, que se mezcle con otras culturas y gentes, que se arriesgue, que incluya también los errores y fracasos en su haber formativo. Personas cuya experiencia no esté sólo confiada el mero pasar de los años sino a la decisión de “enriquecerse” con todo lo que nos rodea, para poder enriquecer también nuestro entorno laboral.

— Con visión 360º. El término, tan de moda, no me gusta demasiado pero sirve para ilustrar otro rasgo que estoy seguro va a ser importante como es la capacidad de observar, analizar y aprovechar no solo las funciones y oportunidades del puesto de trabajo propio sino también las del resto. Tener una visión de conjunto, panorámica, del trabajo y de la empresa a la que se pertenece. Tomar conciencia, y actuar en consecuencia, de la interdependencia de todo y de todos los que componen la organización. El clásico “saber trabajar en equipo” va ser pronto “conocer el trabajo de cualquier equipo” o sección de la empresa. La visión de conjunto como valor laboral frente a las anteojeras de dirección única.

— Reflexión. Las labores mecánicas, encadenadas y repetitivas están siendo ya desempeñadas por robots. Sin embargo, a los seres humanos nos quedan todavía (y ojalá que por mucho tiempo) atributos que no se pueden reproducir en un algoritmo como la intuición, la creatividad, la emoción y la capacidad de resolver problemas y extraer conclusiones a partir de los datos pero también de algo irreproducible en un chip como es, por ejemplo, la voluntad. Las máquinas ya pueden aprender (machine learning) pero aún no poseen un pensamiento autónomo con las características mencionadas. Lástima, me temo, que la política educativa de nuestros Centros de enseñanza superior esté priorizando la acción a la reflexión. De seguir así, las empresas recibirán excelentes “actores”, pero mediocres “autores”.

— Honestidad. Ya sé que no está de moda. La ética profesional, representada en la honradez, la sinceridad, la solidaridad… personales, casi siempre se suponen pero no siempre se dan. En un mundo en el que los “tiburones” financieros, comerciales, profesionales, empresariales se mueven a golpe de carnaza en beneficio propio, la Responsabilidad Corporativa que, por suerte, va entrando en las estrategias de las Empresas, pide ya un perfil profesional en el que las virtudes humanas tienen tanto peso como las meramente técnicas y de conocimiento.

Dudo que en el ámbito docente estemos enseñando con suficiente interés estos temas para las que no hay libros de texto, ni syllabus, ni un triste Power Point de Slideshare que proyectar en clase. Más bien pienso que es posible que seamos nosotros quienes primero debamos aprender esta lección.

Artículo escrito por Javier Ongay

Consultor de Comunicación. Prof. ESIC Business & Marketing School

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