El mundo empresarial vive tiempos inciertos, muy inciertos, en un entorno cada vez más complejo. Y necesita líderes con vocación de servicio.
La globalización nos da oportunidades, pero también provoca que cualquier problema, derivado de cambios regulatorios, políticos, conflictos bélicos, que se produzca en cualquier parte del mundo nos pueda afectar.
Actualmente estamos viviendo la crisis de los aranceles iniciada por Estados Unidos que puede tener graves consecuencias en las compañías que no estén sustentadas en pilares sólidos y sean capaces de establecer nuevas estrategias que les permitan convertir los problemas en oportunidades.
Así mismo, las empresas ya no están orientadas sólo a la obtención de beneficio económico. La Responsabilidad Social Corporativa supone que las compañías se exigen un código de buen gobierno corporativo, en el que la integridad y la transparencia son valores irrenunciables. Tienen que contar con los Stakeholders (grupo de personas afectadas por las decisiones de una empresa) ya que su satisfacción influye en los resultados y objetivos establecidos por las empresas. El gran reto de sus gestores es encontrar objetivos comunes entre todos los individuos y organizaciones impactados por su negocio.
La cultura empresarial y la reputación se han convertido en elementos esenciales en este nuevo paradigma empresarial. Alinear a las personas que trabajan en nuestra empresa con los Valores, Visión y Misión no es fácil.
Todos hemos escuchado alguna vez que los valores sólo sirven para ponerlos en la web, porque lo que vivimos dentro no se corresponde con ellos. Esta percepción tiene un gran coste reputacional, y, lo que es más grave todavía, conlleva una pérdida de confianza y del espíritu de pertenencia por parte de los empleados.
La falta de espíritu de pertenencia provoca, entre otras cosas, aumento de la rotación del talento, incremento de las bajas laborales y una disminución importante de la productividad. Pero hay algo más, que muchas veces no tenemos en cuenta: la imagen negativa de la empresa que está transmitiendo esa persona —que no se siente orgullosa de formar parte de ella—, así como su capacidad de contagiarla a otros.
Cuando viene a nuestra casa Juan, operario de una determinada compañía, a instalarnos la lavadora pueden suceder dos cosas. Si es simpático, tarda poco y nos lo deja todo limpio, lo más probable es que hablemos bien de su empresa y alabemos su funcionamiento. Pero también puede ocurrir que Juan haya venido protestando de su compañía, y, aunque al final nos deje montada la lavadora, prevalezca en nosotros el impacto negativo que han dejado sus críticas.
Cada una de las personas que trabajan en nuestra empresa tienen la capacidad de difundir nuestra marca, ya que nos representan. Y eso no lo deberíamos olvidar nunca.
Vivir en un entorno incierto donde constantemente se producen acontecimientos que no podemos controlar, que afectan a nuestras decisiones y por ende a los resultados hace imprescindible reforzar aquellas cosas que sí dependen de nosotros y utilizarlos de pilar de seguridad.
La cultura empresarial de la compañía, que es lo que nos define y en torno a la cual deberíamos estar todos unidos, es el elemento clave sobre el que sustentar esa seguridad. Debería ser nuestra brújula en la toma de decisiones.
Otro elemento fundamental debería ser el Código de Buen Gobierno. Si nos fijamos, los problemas más importantes a los que se enfrentan las empresas tienen su origen en la falta de ética de una determinada decisión. Por otra parte, las quejas de los empleados suelen basarse en comportamientos inadecuados por parte de otros compañeros, jefes etc.
La excelencia del talento —no sólo en la parte técnica sino en la humana— va a ser determinante a la hora de afrontar los cambios y la incertidumbre.
Howard Gardner tiene razón cuando dice que “las malas personas no pueden ser profesionales excelentes. No llegan a serlo nunca. Tal vez tengan pericia técnica, pero no son excelentes.” Gardner, en una entrevista realizada para La Vanguardia por Lluis Amiguet, afirma que “Lo que hemos comprobado es que los mejores profesionales son siempre excelentes, comprometidos y éticos.” Y añade:
“No alcanzas la excelencia si no vas más allá de satisfacer tu ego, tu ambición o tu avaricia. Si no te comprometes, por tanto, con objetivos que van más allá de tus necesidades para servir las de todos. Y eso exige ética.”
Estos grandes retos que las empresas tenemos que afrontar en nuestro día a día nos han llevado a plantearnos si el liderazgo que hasta ahora había servido sigue funcionando… O si necesitamos incorporar otro tipo de liderazgo capaz de generar confianza, autoridad e influencia en las personas y en la sociedad.
El liderazgo de servicio que define James Hunter en su libro “La Paradoja” como “El arte de influir sobre la gente para que trabaje con entusiasmo en la consecución de objetivos en pro del bien común” es, sin duda, el liderazgo que necesitamos.
Para implementar los cambios necesitamos líderes en toda la estructura de la empresa. El liderazgo de servicio nos lo permite. Este liderazgo no queda limitado a aquellos que tienen determinadas habilidades, sino que todo el que se lo proponga lo puede lograr aprendiendo y adquiriendo las mismas.
Un líder de servicio es auténtico, transmite confianza, autoridad y tiene capacidad de influencia en los demás. En su comportamiento están integrados valores como el amor, la generosidad, la integridad, la lealtad, la humildad, la justicia y la libertad. De ahí nace la confianza que despierta en los demás y su capacidad de influir en otros mediante el ejemplo.
- Un Líder de servicio escucha, ayuda a brillar y genera líderes.
- Un Líder de Servicio está comprometido con la excelencia personal y profesional, lo que facilitará que se adapte a los cambios y ayude a otros a integrarlos.
- Un Líder de Servicio, dada su vocación de servicio a la sociedad, trabaja por un propósito que alineará con la Visión y Misión de la compañía y hará que otros le acompañen para lograrlo.
En definitiva, promover el liderazgo de servicio en nuestras empresas nos ayuda a afrontar la incertidumbre, a reforzar la cultura empresarial y el espíritu de pertenencia. Además, genera confianza, reduce la rotación del talento y ayuda a cumplir con las exigencias de ética empresarial y sostenibilidad.
Un beneficio indudable del liderazgo de servicio es que multiplica nuestros embajadores de marca, trayendo como consecuencia un incremento significativo de la reputación empresarial. Y todo ello se consigue desde la AUTENTICIDAD, tanto del líder de servicio como de sus más destacados seguidores.