¡Hazlo simple!

15 enero 2018

Un empresario hotelero californiano viajó a Bombay. Era su segundo viaje a la ciudad india, dos años después del primero. En su nuevo viaje repitió hotel, de categoría sensiblemente inferior a los de su cadena. Al llegar al hotel, el empleado de la recepción le sonrió ostensiblemente y le saludó afectuosamente: “Bienvenido nuevamente, señor. ¡Qué placer tenerle de nuevo en nuestro hotel!”. El empresario americano se quedó gratamente sorprendido de que, tras dos años, en el modesto hotel indio detectaran que ya había estado alojado antes allí. Ese simple gesto de acogida le hizo sentir muy bien, por lo que decidió imponer el mismo sistema en sus hoteles.

Obviamente, pensó que la identificación de su estancia previa en el hotel de Bombay no era porque el empleado indio tuviera memoria de elefante. Habría que investigar en profundidad cómo hacerlo. A su regreso a California, el empresario inmediatamente puso a trabajar en este asunto a sus empleados. Tras el preceptivo estudio del tema, su equipo le propuso una solución a su petición, pero el empresario no acabó de verlo claro. Le dijeron que la solución consistía en buscar el mejor software de reconocimiento facial y de voz, dotado de cámaras especiales y con un sistema ultrarrápido con tiempos de respuesta en microsegundos. Todo ello complementado con una sofisticada base de datos y la formación tecnológica específica para los empleados. El coste del sistema ascendería a 2,5 millones de dólares. Era tan complejo y caro que el empresario prefirió viajar nuevamente a Bombay y sobornar al recepcionista de aquel hotel para que revelara la tecnología que aplicaban. El empleado del hotel no aceptó soborno alguno, sino que humildemente comentó al huésped norteamericano cómo lo hacían:

«Mire señor, tenemos un arreglo con los taxistas que traen a los huéspedes. Ellos le preguntan al visitante si ya se ha alojado en el hotel, y si la respuesta es afirmativa, mientras el huésped deja su equipaje aquí en el mostrador, el taxista nos hace una señal, y así se gana un dólar».

La moraleja de esta historia es clara: ¡No te compliques la vida! O, dicho al modo de John Maeda, profesor del MIT Media Lab y autor de “Las leyes de la simplicidad”: la tecnología y la vida se vuelven complejas si se lo autorizamos, es decir, depende de nosotros.

“El poder de lo simple”, defendía Jack Trout en su famoso libro con ese título. “Pensar de forma compleja y comunicar de forma sencilla”, señalaba el experto en comunicación Enrique Alcat. “KISS! = Keep It Simple, Stupid!”, enseñan en las escuelas de negocio. “Clint Eastwood, alguien que puede contar las historias más complejas y los sentimientos más intensos con la sencillez y fuerza expresiva de los clásicos”, argumenta el crítico de cine Carlos Boyero. Y así podríamos seguir y seguir…

Los expertos de áreas muy diversas coinciden. ¡Se debe recurrir a la simplicidad!: comunicando, creando, estableciendo metas, gestionando el tiempo, decidiendo, diseñando estructuras y organizaciones y, por supuesto, relacionándonos. La simplicidad es más eficiente. Y es también más estética: en arquitectura, en moda y en casi cualquier disciplina, lo recargado, lo barroco o lo churrigueresco está desfasado. Lo accesorio, excepto en el vestir (como forma de diferenciarse), está pasado de moda y es incómodo. En la gastronomía nos podemos dejar subyugar, de uvas a peras, por la sofisticación, pero lo que siempre triunfa es la simplicidad: donde esté una (simple) buena materia prima, que se quiten salsas, acompañamientos y otros artificios. ¡La simplicidad es más sabrosa!

Vivimos en la era de la tecnología. Y esto no ha hecho más que empezar. Pero es que…  ¡la (buena) tecnología también busca la simplicidad! Ken Segall, el que fuera director creativo de Apple durante más de una década, publicó hace pocos años el libro ‘Increíblemente simple’. Trata sobre la simplicidad como la fuerza impulsora de Apple. Y es que, efectivamente, nuestro idolatrado Steve Jobs enarbolaba la bandera de ‘enfocarse y buscar lo simple’.

Hace años, un profesor universitario me explicó que existían tres niveles de evolución: el primero era el primitivismo; el segundo, la complejidad y el tercero, la simplicidad. ¡A la simplicidad se llega pasando por la complejidad! Es decir, la simplicidad (a no confundir con la “simplonería”) es, en realidad, compleja, tal como aludían algunos de los expertos señalados más arriba.

La naturaleza, esa que proclamamos que es sabia, también nos brinda innumerables ejemplos de simplicidad —sabe eliminar lo obvio y superficial sin perder la función o el sentido—: el sistema de almacenamiento de agua en los cactus o en las jorobas de los camellos, la forma cóncava de las hojas para recoger las gotas de rocío, la falta de visión de los topos porque no la necesitan o la perfecta geometría de los paneles de las abejas.

En comparación con la eficiencia y simplicidad de la naturaleza y del mundo animal, los humanos tendemos a complicarnos la vida. Solemos caer con facilidad en una espiral de complejidad. Como dice José Antonio Marina, los humanos hemos conformado una sociedad excesiva y demasiado sofisticada. Tenemos de todo (¡ojo!, casi dos terceras partes de la población mundial no tienen de nada) y aun así somos infelices. ¿Estamos creando una sociedad cada vez mejor? O simplemente, ¿no sabemos salir de nuestra dinámica de complejidad creciente y de culto a lo accesorio? Es simple complicar las cosas, pero es complicado simplificarlas… Lo ideal sería que pudiéramos aprovechar la magia de nuestro cerebro para ser capaces de procesar complejamente y actuar sencillamente. ¡Hazlo simple!

Artículo escrito por Enrique de Mora

Consultor estratégico, conferenciante y escritor.

4 Comentarios

  1. Gonzalo

    Creo que es más correcto hablar de sencillez, ser sencillo es una virtud, ser simple un defecto. La sencillez es compleja, lo simple no puede ser complejo.

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  2. Enrique

    ‘Simplicidad’ es sinónimo de ‘sencillez’, como indica el DRAE o cualquier otro diccionario. No hay que confundir simplicidad con simpleza o simplonería.

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  3. Gonzalo

    No digo que no sea correcto, aunque en el artículo se habla de hacer las cosas simples, no de simplicidad. A mi no me suena igual: «Pensar de forma compleja y comunicar de forma simple» que “Pensar de forma compleja y comunicar de forma sencilla”.

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  4. Gonzalo

    Pero no resta que el artículo sea muy interesante, sólo es un matiz literario.

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