Hace unos pocos días vivimos una tormenta política en nuestro país. En pocos días se sucedieron una subasta del mercado eléctrico (realmente mercado de futuros de energía eléctrica) de la que surgió una subida del 11%, un registro judicial de 15 horas en la sede nacional del partido en el gobierno y un proyecto de modificación de la ley del aborto.
A raíz del primero de los asuntos, se habló largamente en las redes sociales de la configuración de los mercados, los oligopolios, monopolios, y otros fenómenos de colusión, así como de regulación de los mercados. Las posturas extremas en el debate eran previsibles, tanto abominando del “capitalismo salvaje” como de “cualquier regulación”.
Y sin embargo, ambos extremos coincidían en dos puntos. El desagrado por la situación actual y la incapacidad de apreciar nada de valor en el discurso y marco conceptual del otro.
Regulación
La regulación en un mercado es el marco de referencia, el conjunto de normas y condiciones que se esperan constantes a largo plazo. El mercado –cualquier mercado– es intrínsecamente variable e incluso voluble. Y los competidores en un mercado toman (o necesitan tomar) algunas características como constantes, para reducir el grado de complejidad que afrontan.
El mercado es una continua carrera hacia el futuro intentando vislumbrar lo que aparece por el horizonte y preparándose para ello, intentando ser el que tome la curva por dentro y por lo tanto lo haga con más velocidad… Pero cuando el corredor no puede confiar en que el suelo sea limpio, despejado constante y sin baches, ha de mirar lo que sus pies pisan, en vez del horizonte. En tal caso la carrera es menos rápida y la adecuación a las curvas también peor. Además, por supuesto, del riesgo de tropezar, torcerse un tobillo, o quizá algo peor.
Por eso se espera que la regulación sea constante. Para disminuir los riesgos y dificultades en la competición, ya dura de por sí. Para que los recursos y energías de las empresas se concentren en competir, y no en esquivar baches. Todo el tiempo, la atención, los recursos, las energías dedicados a atender al suelo y sus dificultades, van a faltar en la tarea de afrontar el horizonte.
Regulación y normativa
No me entiendan mal. Con regulación no me refiero a normativa, o al menos no exclusivamente. La regulación, cuando no es impuesta desde un boletín oficial, surge espontáneamente de los intervinientes en el mercado. La falta de una normativa no es la anarquía, ni mucho menos. ¿O acaso en las empresas que no tienen unas directrices escritas de vestimenta los trabajadores aparecen vestidos de cavernícolas? En absoluto. La falta de una normativa escrita supone una regulación espontánea, y por lo tanto adaptable y evolutiva, dinámicamente eficiente.
La objeción típica es que una regulación no plasmada en normativa hace mucho más difícil la adecuación de nuevos agentes en el mercado, pero no es cierto por tres razones.
Primero, la normativa escrita nunca puede cubrir hasta el mínimo detalle de un mercado, aunque lo intente.
Segundo, el aprendizaje a priori de la norma escrita o la adecuación a sus cambios (recordemos los 100.000 folios de boletín oficial que generamos cada año) es muchísimo más costosa que el aprendizaje progresivo; se hace por las sanciones (pérdidas de recursos) y no por los clientes (ganancia de recursos), y ya sabemos que el palo es menos productivo que la zanahoria. La norma escrita ha de cumplirse toda y desde el primer momento, la norma espontánea se cumple progresivamente, y priorizando lo que se considera más valioso. ¿Quieren ejemplos? Pues piensen por qué en nuestro país no surge ninguna start-up en un garaje… incumpliendo toda la normativa laboral y urbanística, como hicieron Apple, Amazon, Microsoft o Google…
Y tercero, la norma escrita cambia muy lentamente, generalmente tarde y a menudo a base de bandazos; dicho de otro modo, la norma llega habitualmente después de los cambios sociales y cuando lo hace antes…
Los agentes se adaptan a la norma… esquivándola cuando contradice la regulación espontánea. Por ejemplo, la prohibición de los pagos en efectivo por importe de más de 2.500€ supuso que en facturas superiores a esa cantidad, los agentes pactasen fraccionar los pagos a muy corto plazo (contado, cinco y quince días, por ejemplo), liquidando todo al contado y firmando recibís con fecha futura. ¿Fraude de ley? Sin duda. La ley de la gravedad se cumplía antes de que fuera formulada por escrito y aunque una norma escrita la proscriba. Un precio máximo será ineficaz o provocará escasez. Un precio mínimo será inane o generará recursos ociosos. Aunque la norma escrita lo proscriba.
La definición del mercado
Porque una norma escrita que regule un mercado parte necesariamente de una delimitación de mercado, pero ¿cuáles son los límites de un mercado? No es una respuesta tan fácil como parece.
La tienda de conveniencia y alimentación de un pequeño pueblo, ¿es un monopolista? Parece que sí, si no hay otro comercio en la población, pero… ¿Dónde se es monopolista? ¿En el pueblo? ¿En la comarca? ¿La provincia? ¿El país? ¿Dónde es un irrelevante oferente más? Parece que la respuesta lógica sea que es un monopolista en el pueblo, pero no es tan sencillo. Sus precios son más caros que los de las grandes poblaciones, pero también afrontan costes más altos y un mercado más pequeño.
Pensemos en el bar del pueblo. Es tan monopolista como la tienda (o tan poco monopolista), y sus precios son menores que los de la ciudad. Sus costes directos son mayores que los de un bar de ciudad, igual que ocurre con la tienda. ¿No es esta una aparente contradicción? No lo es. La clave no está ni en el precio ni en los costes, sino en los márgenes brutos. Habrá comercio o no, habrá bar o no, habrá una empresa o no dependiendo de si puede sostener o no la inversión y los trabajadores necesarios para atenderla.
Volviendo a la definición de mercado, el pueblo no es un mercado cautivo de ese negocio. Los habitantes pueden fácilmente, cada vez más fácilmente, acudir a proveedores fuera del mismo. Pueden coger el coche e ir a cenar y de fiesta a la ciudad, o encender el ordenador y hacer un pedido a una gran superficie. El mercado de ese negocio es el que pueda atraer hacia si, ni más ni menos.
Monopolio Natural
En teoría económica, se define monopolio natural como aquel mercado en el que es más eficiente un único oferente que varios en competencia, y el ejemplo arquetípico es el del alcantarillado. Por los altos costes de instalación, o de mantenimiento, o por la imposibilidad de instalación de dos oferentes exactamente en el mismo lugar, un oferente monopolista es más eficiente que varios. Y sin embargo, de nuevo no se tiene en cuenta al definirlo la movilidad de los demandantes. Si un “monopolista natural” eleva demasiado el precio del bien o servicio que distribuye, hasta donde predice la teoría económica, reduce su mercado porque los demandantes tienden a irse a zonas con un “monopolista menos exigente”.
Desplazamiento de los clientes
Y esto ocurre no solo con las empresas instaladas en un “monopolio natural”, sino también con las administraciones. El desplazamiento de los administrados hacia lugares con monopolistas más “benévolos” ya ocurrió como paso previo a la quiebra de Chicago. La zona metropolitana no perdió población, la ciudad de Chicago sí, y quebró. O como ocurre actualmente en España, cuya evolución política y económica hace que pierda población aceleradamente. Y aún más, pierde la población más formada y adaptable, en un “descremado” que expulsa a los administrados más productivos… porque son los que tienen más posibilidades de afrontar los cambios.
Cliente cautivo
Es por todo ello que el concepto de cliente cautivo, completamente aplicable a corto plazo, no lo es a largo plazo. Como en las dictaduras disfrazadas de democracia en la que las propuestas del gobierno siempre reciben amplios apoyos con abrumadora participación, pero en las que los ciudadanos “votan con los pies” emigrando… Los ciudadanos “votan con los pies”, tras administradores “monopolistas” menos exigentes. O adaptan su comportamiento cuando la administración cambia el marco de referencia.
Es por este proceso que la alteración que genera un cambio en la normativa, solo altera temporalmente las circunstancias de los administrados, volviendo estos progresivamente a la regulación espontánea… o los expulsa, haciendo que busquen el marco de referencia que más les encaje.
Y los particulares
Los particulares también crean su marco de referencia. Crean y transforman su propio mundo según la visión que tengan del mismo. Citando la película Moneyball – Rompiendo las reglas:
El primero en romper el muro siempre sale sangrando. Siempre. Eso amenaza no solo la forma de negociar, sino que lo ven como una amenaza para el juego mismo… pero en realidad amenaza su medio de vida, amenaza sus trabajos, amenaza su forma de hacer las cosas. Y cada vez que ocurre, sea un gobierno, una forma de hacer negocios, o lo que sea, las personas que llevan las riendas, los que tienen el control, se vuelven locos de atar.
Otro día seguiremos hablando de esto.