Azul petróleo, casi negro…una reflexión sobre el problema energético de España

4 junio 2015

España es netamente importadora de energía. Importa un millón de barriles de crudo al día. Somos energéticamente dependientes. Un hecho objetivo. Irrefutable.

No disponemos de recursos petrolíferos convencionales propios (entiéndase, yacimientos de extracción directa) y en consecuencia, dado que el consumo de hogares y empresas no queda satisfecho con la producción doméstica, nos vemos obligados a comprar energía externa. Nuestros principales suministradores de crudo y gas son México y Argelia, respectivamente. Aunque si miramos al ámbito de la electricidad encontraremos en Francia a nuestro proveedor directo que, curiosamente, nos ofrece energía de origen nuclear. La misma que nos hemos empeñado en desprestigiar de manera sistemática en base a criterios poco técnicos y muy ideológicos durante la mayor parte de nuestra historia reciente.

Energia_España_Sintetia

El problema de no contar con una política clara y definida en el ámbito energético, presupone desembocar en errores de planificación que, al final, terminan pagando los consumidores – de forma directa – y siempre, los contribuyentes. Cambiar de modelo y fijarlo es una prioridad, casi una súplica. La cuestión requiere un amplio debate y, claro está, es difícil que exista entendimiento entre posturas diversas cuando una de ellas es impermeable a los argumentos objetivos que avalan como mínimo, plantear una discusión seria. Cuando nos encontramos con un No de entrada y cualquier planteamiento se presume irreversible y abiertamente opuesto al cambio…

En general, y al margen de la manipulación que ciertos grupos de presión ejercen sobre la opinión pública para predisponerla en contra de la utilización de nuevas tecnologías y, en particular, contra cualquier tipo de fuente energética que no sea considerada “verde”, lo cierto es que se abren alternativas reales en el horizonte de la producción, como el fracking.

Teniendo en cuenta los datos macroeconómicos, deberíamos al menos plantearnos la posibilidad. La puesta en marcha del fracking supondría un incremento del empleo (en base a creación de puestos de trabajo, directos e indirectos), una mayor inversión y un impulso al crecimiento del PIB en términos cuantificables, ya que una rebaja sostenida de hasta 10$ en el precio del barril de crudo se traduce en un incremento adicional del 1%. En el contexto de la zona Euro, el abaratamiento del crudo ha supuesto en el primer trimestre de 2015 un crecimiento del PIB del 0,4%, dato que los expertos coinciden en atribuir a la mejora del gasto de los consumidores imputable al ahorro energético previo.

Atendiendo a las prescripciones de Mariano Marzo, catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona a quien he tenido ocasión de leer con detenimiento, debemos ampliar las perspectivas. Como experto propone razonar teniendo en cuenta el trinomio economía – ecología – energía. Según el cual el fracking ayuda a la economía, garantizando una menor dependencia de la energía exterior y afrontando riesgos ecológicos (que no conlleva necesariamente aparejados) más que asumibles.

Arabia Saudí y Estados Unidos han protagonizado en los últimos meses una curiosa disputa. Rivalizan por el control del nuevo orden mundial del petróleo. Los primeros, han recurrido a una estrategia de sobreproducción (a sabiendas de perjudicar directamente sus propios intereses) para colapsar al enemigo, depreciando. Los segundos, en lugar de rendirse al mercado, han reaccionado y están preparados para incrementar su producción, previa reducción de costes en cuanto el entorno sea favorable.

En este contexto hostil, que la AIE ha diagnosticado y en el que la OPEP está lejos de haber ganado la batalla, la cuestión es qué lugar queremos ocupar. En una realidad que fluctúa, con reglas cada vez más exigentes y orientadas a la competitividad y en mercados globalizados y deslocalizados, tenemos dos opciones: ser meros espectadores, empeñarnos en negar la evidencia y oponernos a los cambios que ya se están produciendo o adaptarnos (y si es posible hasta anticiparnos). Cualquier posicionamiento es válido, siempre que sea realista, claro.

Son de sobra conocidos los argumentos a favor y en contra del fracking. Algunos de ellos, casi obvios. La pregunta es si invalidar la técnica a priori tiene algún sentido fuera de la “rabieta” de quienes no entienden que ser moderno no es protestar como norma y empeñarse en ignorar los cambios y la adaptación necesaria que se reclama frente a ellos. Si en España, somos deficientes en términos energéticos, pero hay hidrocarburos; si el país consume hidrocarburos y si el fracking es una técnica válida (utilizada ya en muchos de los países de nuestro entorno y autorizada en otros tantos) de explotación de hidrocarburos, parece poco razonable que no los aprovechemos. Existen precedentes contrastados, como EEUU, donde el mix energético ha resultado una combinación ganadora que demuestra cómo la coexistencia no sólo no es incompatible, sino un acierto. Máxime, si tenemos en cuenta los informes de la Comisión Nacional de la Energía donde la apuesta única (sólo renovables) se traduciría en un aumento de la factura de hasta 6 ó 7 veces.

Y la decisión, presumo, no es una cuestión que deba afectar únicamente a la singularidad y voluntad del emplazamiento directamente afectado, ni a los políticos que lo gestionan. Ni siquiera a las plataformas, mareas, movilizaciones y grupos ecologistas en exclusiva. La decisión corresponde también al resto de fuerzas económicas e interesados, que somos todos. No cabe una nueva oportunidad perdida. La sola propuesta es un suicidio. Si como sociedad seguimos instalados en la tesitura de enfrentarnos por oposición sistemática a todo lo que es diferente, incluso antes si quiera de valorar con objetividad y responsabilidad lo que significa, desde luego el empobrecimiento a todos los niveles será más que evidente. Y a lo mejor, en el convencimiento de que reducir la pobreza energética es atacar propuestas de producción y métodos alternativos, olvidamos que endeudarnos generacionalmente sin fecha límite es trasladar un problema estructural en el tiempo para reincidir de nuevo en el error de ser perpetuamente dependientes de los combustibles fósiles, por ejemplo.

Amplitud de miras. Los hidrocarburos extraídos contribuirían a reducir nuestra dependencia energética y monetaria y el ahorro resultante podríamos destinarlo a otras cuestiones. Personalmente preferiría por una vez, dejar de costear ineficiencias y errores de planificación. Que si en algo somos expertos es en ir siempre en el vagón de cola y pagar deuda. Que alguien vendrá que la asuma y ustedes, como yo, saben perfectamente quién será. O mucho cambian las cosas en lo que a materia energética y nivel político se refiere o a nuestros hijos les auguro un futuro… azul petróleo, casi negro.

Sobre la Autora:

María Jamardo, síguela en Twitter o en Linkedin

Artículo escrito por Colaboración

2 Comentarios

  1. Carlos Martínez Cano

    Una duda, ¿es Francia un proveedor de electricidad neto?????

    ¿alguien tiene cifras????

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  2. Fernando

    No al fracking.

    Responder

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