Alberto Barea: «La sinceridad no garantiza la verdad: la memoria puede engañarnos sin que lo sepamos»

24 agosto 2025

“Lo vi con mis propios ojos.” Esta frase, tan contundente como cotidiana, encierra una trampa: nuestros ojos —y, sobre todo, nuestra memoria— no son tan fiables como creemos. Los recuerdos no son grabaciones objetivas, sino reconstrucciones maleables, llenas de vacíos y distorsiones. Y, sin embargo, sobre esa arena movediza se construyen juicios, sentencias y certezas cotidianas.

De esa paradoja parte la obra Enfoque multidisciplinar del valor del testimonio: retos actuales en el ámbito forense (Tirant Lo Blanch, 2025), coordinada por la Dra. Lourdes Miguel Sáez y el Dr. Alberto Barea Vera.

Alberto es psicólogo, criminólogo, académico y experto en neurociencia cognitiva. En su capítulo Estudio y análisis de los procesos psicológicos del testimonio en aras a la apreciación de credibilidad, explora cómo la memoria, la percepción y la emoción afectan a lo que decimos haber visto.

Con él hablo de verdad, error y credibilidad en un mundo saturado de desinformación.

— Dices que la memoria no funciona como una cámara de vídeo. Pero todos pensamos que recordamos las cosas tal y como pasaron. ¿Estamos equivocados?

Sí, estamos equivocados. La memoria no registra los hechos de forma literal, como si grabara una película. Lo que hace es reconstruir el pasado a partir de percepciones, emociones y conocimientos previos. Por eso, lo que recordamos es siempre una versión, nunca una réplica exacta de lo vivido. En cada evocación rellenamos vacíos e interpretamos, más que reproducir fielmente la realidad.

— ¿Significa eso que, aunque una persona crea estar diciendo la verdad, puede estar completamente equivocada?

Sí. Alguien puede estar absolutamente convencido de que dice la verdad y, sin embargo, estar equivocado. La sinceridad no asegura exactitud: los recuerdos se distorsionan, se transforman con el tiempo y con las circunstancias, sin que la persona sea consciente de ello.

— ¿Podemos llegar a recordar hechos que nunca ocurrieron?

Sí. Es lo que llamamos falsos recuerdos. La mente no solo almacena, también reconstruye, y en ese proceso puede incorporar información externa, sugestiones o simples expectativas.

El resultado es inquietante: experiencias que jamás existieron, pero que para quien las recuerda resultan tan vívidas y convincentes como las verdaderas.

— ¿Cómo se distingue entre alguien que miente y alguien que simplemente se equivoca de buena fe?

La diferencia está en la intención. Mentir supone querer engañar de forma consciente, mientras que el error de buena fe nace de las propias limitaciones de la memoria y la percepción.

El problema es que, en la práctica, no siempre es fácil trazar esa frontera.

Por eso resulta clave analizar la coherencia del relato, el contexto en que se produce y, sobre todo, contrastarlo con pruebas objetivas que permitan separar el engaño deliberado del simple fallo humano.

— Si la memoria es tan frágil, ¿por qué seguimos confiando tanto en lo que dicen los testigos en los juicios?

Porque, a pesar de sus limitaciones, el testimonio sigue siendo una fuente directa e insustituible. Es la voz humana que acerca al tribunal a lo sucedido, la experiencia vivida en primera persona. Ahora bien, la justicia es consciente de su fragilidad y por eso lo complementa con peritajes y pruebas técnicas, que actúan como contrapeso para reducir errores y dar solidez al proceso.

— Un atraco, un accidente, una agresión… ¿se recuerdan mejor o peor los sucesos cargados de miedo o angustia?

Los sucesos emocionales se graban con más intensidad, pero eso no significa que se recuerden con más precisión.

El miedo o el estrés pueden dejar huellas muy vívidas en la memoria, pero también distorsionar lo ocurrido. A veces recordamos con claridad el arma o el gesto amenazante, mientras que los detalles que rodeaban la escena se desdibujan o se pierden.

— ¿Qué ocurre con los niños y las personas mayores? ¿Son testigos menos fiables por naturaleza?

Niños y mayores son más vulnerables a la sugestión y al olvido, aunque por motivos distintos: los primeros porque su memoria y su capacidad de discriminación aún están en desarrollo; los segundos porque con la edad puede aparecer un deterioro cognitivo que afecta al recuerdo de los detalles.

Pero eso no significa que deban descartarse como testigos. Su fiabilidad depende, sobre todo, del contexto y de cómo se formule la entrevista. Adaptar las preguntas a su nivel de comprensión es clave para obtener un testimonio válido.

— ¿De verdad factores como la luz, la distancia o el ruido pueden alterar de forma tan radical lo que creemos haber visto u oído?

Sí, sin ninguna duda. La memoria empieza en la percepción, y si esta es deficiente, el recuerdo también lo será.

La luz, la distancia o el ruido no son detalles menores: condicionan cómo registramos lo que vemos y oímos. Una mala iluminación, un exceso de ruido o estar demasiado lejos pueden hacer que la escena se codifique de forma incompleta o distorsionada, impidiendo después un recuerdo sólido y fiable.

— ¿Hasta qué punto las preguntas de un juez, un policía o un abogado pueden influir en los recuerdos de un testigo?

Muchísimo.

Un interrogatorio mal planteado puede sembrar dudas, alterar recuerdos e incluso generar vivencias que nunca ocurrieron.

Las palabras no son inocentes: una pregunta sugestiva puede llevar al testigo a omitir detalles, distorsionarlos o incorporar información falsa. Por eso es fundamental que las preguntas sean neutrales, abiertas y cuidadosas, para no contaminar el relato.

— ¿Qué riesgos añade vivir en una época de bulos, noticias falsas y rostros creados por inteligencia artificial?

El riesgo es enorme. Estamos expuestos a una avalancha de desinformación y de estímulos ficticios que hacen cada vez más difícil distinguir lo real de lo inventado.

Esa saturación no solo confunde, también fragiliza la memoria: terminamos incorporando imágenes o relatos falsos como si fueran auténticos. En este contexto, la credibilidad se vuelve un terreno resbaladizo, y con ella la confianza pública y nuestra capacidad de verificación.

— Como psicólogo forense, ¿cómo te proteges de tus propios sesgos al evaluar un testimonio?

La clave está en no confiar nunca solo en la intuición. Es fundamental apoyarse en protocolos estandarizados, revisar de manera crítica cada interpretación y contrastar siempre con distintas fuentes de evidencia.

A esto se suma algo igual de importante: la autorreflexión y la formación continua. Solo así es posible mantener a raya los sesgos que, de lo contrario, podrían distorsionar tanto como los recuerdos que se analizan.

— ¿Existen técnicas o entrenamientos que puedan ayudar a un testigo a recordar mejor lo sucedido?

No se trata tanto de entrenar la memoria como de crear las condiciones adecuadas para que esta funcione mejor.

Una entrevista bien diseñada, libre de sugestiones, ya marca la diferencia.

Y técnicas como la entrevista cognitiva permiten que el testigo recupere con más claridad lo que percibió, sin añadir ni forzar recuerdos que no estaban ahí.

— ¿Podría compartir un ejemplo en el que un error de memoria haya sido determinante en un juicio?

Sí. Existen numerosos casos en los que una identificación errónea en una rueda de reconocimiento acabó provocando una condena injusta.

Años después, pruebas genéticas demostraron que la memoria había fallado y que la persona señalada no era culpable. Estos casos nos recuerdan hasta qué punto un recuerdo equivocado puede cambiar el destino de una vida.

— Si tuvieras que dar un consejo a cualquier ciudadano que un día tenga que declarar como testigo, ¿cuál sería?

Que se limite a contar solo aquello de lo que está realmente seguro, lo que percibió directamente, sin añadir suposiciones.

Reconocer que algo no se recuerda no es un signo de debilidad, sino de honestidad.

Y, además, mantener la calma es clave: cuanto más sereno esté el testigo, más clara y fiel será su declaración.

— Después de estudiar tanto el testimonio, ¿qué lecciones deberíamos aprender todos sobre nuestra memoria y lo que llamamos “verdad”?

Que la memoria no es un espejo fiel de la realidad, sino un proceso flexible, maleable y, en muchas ocasiones, falible.

No podemos esperar encontrar en un recuerdo una verdad absoluta, sino una aproximación que siempre necesita ser contrastada y verificada. La lección más valiosa es asumir esa fragilidad para no convertir la memoria en algo que nunca ha sido: infalible.

— Coordinar un libro con tantos expertos no debe de ser fácil. ¿Qué fue lo más enriquecedor —y lo más difícil— de ese proceso?

Lo más enriquecedor fue integrar miradas muy distintas que, al unirse, ofrecieron una visión mucho más completa del testimonio. Lo más difícil, sin duda, fue dar coherencia a esa diversidad de voces.

Aun así, el rigor y la generosidad de cada autor hicieron posible que el resultado final tuviera unidad sin perder riqueza interdisciplinar.

— ¿Qué necesidad profesional o social visteis para lanzar esta obra justo ahora?

La necesidad surge de una evidencia cada vez más clara: el testimonio es fundamental en la justicia, pero también tremendamente vulnerable.

Y en un momento histórico como el actual, donde la memoria está más expuesta que nunca a la influencia de la tecnología, la desinformación y los sesgos, se hacía imprescindible dotarnos de herramientas críticas que permitan analizarla con mayor fiabilidad.

— Cuando pensasteis en este libro, ¿a quién queríais llegar: a jueces, a psicólogos, a abogados… o también al ciudadano de a pie?

La obra está pensada para muchos públicos a la vez. Queríamos que sirviera a los estudiantes que se están formando, a los operadores jurídicos y a los psicólogos forenses, pero también al ciudadano común.

Porque todos, en mayor o menor medida, necesitamos entender que nuestra memoria no es infalible y que cualquiera de nosotros puede estar expuesto al error.

—¿Cuál es, en tu opinión, la gran problemática que atraviesa hoy la valoración del testimonio en la justicia?

La gran problemática es la sobrevaloración del testimonio sin un análisis riguroso frente a la evidencia objetiva disponible. Porque con frecuencia se le sigue colocando en un pedestal que no siempre resiste el análisis científico, lo que puede generar errores judiciales graves.

— La inteligencia artificial empieza a analizar gestos, voces y palabras. ¿Cree que algún día podrá ayudarnos a valorar mejor un testimonio… o corremos el riesgo de fiarnos demasiado de una máquina?

La inteligencia artificial puede ser un apoyo valioso, siempre que se utilice con cautela. El riesgo aparece cuando se le concede una especie de infalibilidad y se sustituye el juicio crítico humano por un algoritmo.

Uno de los capítulos del libro aborda precisamente estos retos: la IA puede aportar herramientas útiles, pero no está libre de sesgos técnicos. Y confiar ciegamente en ella sería tan peligroso como confiar ciegamente en la memoria.

Artículo escrito por Sonia Pardo Fernández

Directora general y socia de la empresa de comunicación y de producción 21x

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