Los nudistas, Coase y la libertad individual

23 septiembre 2013

La muerte de Coase ha servido para que todos corramos a desempolvar sus teorías y a reinterpretar “lo que realmente quería decir”. El teorema es tan sencillo que a nadie se le olvida desde que lo estudia en la carrera. Dice más o menos así: “En ausencia de costes de transacción, la solución óptima a una externalidad se consigue mediante la libre negociación, y el resultado será eficiente socialmente independientemente de quién sea el propietario de los derechos originales”. Es decir, cuando una acción perjudica a un tercero, negociando con él se llegará al óptimo social aunque el derecho sobre la ejecución de la acción esté de tu parte o de la suya. La parte que valore más el derecho, lo comprará y hará con él lo que más le convenga.

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Del teorema se derivan dos interpretaciones extremas y simplistas. Desde la vertiente más liberal se propone la creación de mercados para casi todo, de forma que todo conflicto se pueda dirimir con un buen talonario. Desde la vertiente más estatista se apunta a que el supuesto de partida, la ausencia de costes de transacción, es tan fuerte que el Estado ha de jugar un papel activo en la resolución de conflictos: cuando la negociación no es posible, sí que importa (¡y mucho!) quien es el dueño original de los derechos. Si un anacoreta sentado en el cráter del Teide tuviese en su posesión el derecho a decidir sobre la pertinencia de construir o derruir puertos y aeropuertos en la isla de Santa Cruz, ¿sería socialmente óptimo respetar sus derechos en caso de que se negase a negociar por sistema?

Los problemas que ilustra el Teorema de Coase surgen en los escenarios más variopintos, como el caso del tabaco en los locales (problema en el cual el derecho ha sido transferido de los fumadores activos a los fumadores pasivos), los nudistas de Barcelona (los cuales no pueden ya ni siquiera andar en bañador, para alivio de quienes consideran dicha práctica desagradable), el beso de una pareja de homosexuales en Teherán o las peleas nocturas por el mando a distancia. ¿Quién ha de tener el derecho sobre el nudismo en las ciudades?

En última instancia, el problema gira sobre una expresión popular que dice “la libertad de uno acaba donde empieza la de los demás”. Esta expresión es, en cierto modo, un tanto vacía, en tanto que supone un mapa de libertades con límites claros entre las mismas. Pero a poco que uno empiece a darle vueltas al concepto de libertad comienzan las dificultades para interpretarla. ¿Quién define los límites de dichas libertades? ¿Cómo influyen mis gustos en las libertades de que dispongo?

Este problema, quizás el problema fundamental de la vida en sociedad, resulta mucho más fácil de comprender al enfocarlo desde una perspectiva “Coasiana” -¡sí, tan grande es la influencia de Ronald Coase!-. Las personas tienen una serie de preferencias sobre sus acciones y también sobre las acciones que se desarrollan en su entorno. Nos importa poco lo que suceda allí donde nada podemos ver (“ojos que no ven”), pero hay quienes no soportan ver pobreza a la puerta de su casa, motocicletas emitiendo espantosos ruidos, conciertos de heavy metal en la tasca de la esquina u homosexuales besándose. Incluso hay quienes no toleran ningún tipo de beso en público.

En nuestra realidad, las preferencias sobre el comportamiento de los demás entran en continuo conflicto, y los derechos de propiedad están a menudo bien definidos pero otras veces no. No hay un “límite donde empieza una libertad y acaba otra”, sino un solapamiento continuo de preferencias. Y, de existir algún límite estricto respecto a determinados comportamientos, este toma forma de un “derecho” (se puede lavar ropa en un lavadero pero no en un río) o “limitación” (no puedes beber mientras conduces pero sí en tu casa). Y contra lo que esperaríamos los economistas, bastante favorables a las soluciones de mercado, a pesar de que el Teorema de Coase muestra la eficiencia de este tipo de soluciones, lo cierto es que existen realmente pocas soluciones de mercado a esta infinidad de conflictos sociales.

Los problemas, lejos de negociarse, suelen solucionarse mediante normas sociales y, en última instancia, mediante la segmentación: en última instancia, los grupos sociales se agrupan (forman “clústeres”) minimizando el coste social que supone la convivencia entre sus miembros. Y entre estos clústeres se encuentran, ni más ni menos, las empresas privadas, instituciones en las que los participantes ceden los derechos de propiedad sobre su tiempo libre para evitar la negociación individual y sistemática de cada tarea por separado. ¡Ironías del libre mercado!

Artículo escrito por Abel Fernández

2 Comentarios

  1. Iván Moreno

    Creo, que al revés de lo que opina el articulista, el mercado, o mejor aún, una clara asignación de la propiedad, soluciona todos los problemas mencionados. Quién puede conducir y en qué condiciones por una carretera lo elegirá el propietario de la misma (igual que yo elijo si puedes o no entrar bebido en mi casa). A aquellos que no les guste, no irán por mi carretera (o no entrarán en mi casa). El problema nace cuando queremos imponer a los demás, en su casa, nuestra manera de ver las cosas. Pero eso es justo lo contrario de la libertad: es agresión, es adjudicarme el derecho a decidir sobre la posesión de otro. Y ahí, claramente, es imposible el acuerdo. Ni el mercado, ni la democracia, ni el diálogo: la fuerza, exclusivamente. Todo será conflicto. El más fuerte, se impone.

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  2. Iván Moreno

    Por otro lado, no entiendo la ironía mencionada en el último párrafo (creo que no deja de nacer del prejuicio sobre el libre mercado). El libre mercado no implica individualismo (en el sentido de asilarse del resto de la sociedad), ni egoísmo, ni que todo se base en el dinero (o en el talonario). Es curioso que después de mencionar el talonario se mencione a un anacoreta.

    Implica libertad. Y esta libertad puede ser usada tanto para negar el acceso a mi propiedad al resto e intentar ganar el máximo dinero posible, como para asociarme con una comuna. Y en ambos casos sería libre mercado, y libertad individual. O dar todo lo que gano a los pobres. Eso también es libertad. Y no es ninguna ironía.

    En cuanto a lo que es socialmente óptimo en el caso del anacoreta: ¿acaso la libertad no lo es? Si mi muerte salva a 5 personas porque sólo yo soy compatible con todas y pueden utilizar mis órganos, ¿qué es socialmente óptimo? Mi muerte… ¿deberían matarme por ley?

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