Para innovar, primero inventar

19 noviembre 2020

En España, la innovación es una excepción; un extraño accidente. El famoso y desafortunado exabrupto de Unamuno “¡qué inventen ellos!”, reflejaba una opinión extendida en la sociedad de su época que, por desgracia, se mantiene prácticamente igual hoy.

Es necesario cambiar esta secular aversión cultural hacia la búsqueda de soluciones originales para enderezar la deriva de nuestra universidad y nuestra empresa, durante al menos todo el siglo XX.

“¡Qué inventen ellos!” nos ha impedido aprender a innovar. En consecuencia, cada vez más países nos sobrepasan en los ranking internacionales de innovación.

Para Porter, la innovación es el estado más avanzado en la evolución de las estrategias de desarrollo económico de las empresas y de los territorios. Desde un primer estadio basado en los factores, que fundamenta su éxito en la explotación de los recursos naturales y materiales, las empresas y los territorios pasan a competir por la eficiencia.

Este segundo estadio, que fundamenta su éxito en hacer las cosas mejor que los demás, tiene un límite en el que las empresas y los territorios dejan de diferenciarse y sólo son preferidos por su menor precio. Esto lleva a una guerra de precios que destruye los márgenes, así como la rentabilidad y puede acabar con la quiebra de las empresas y los territorios.

Para superar el estadio de la eficiencia, evitando caer en guerras de precio, las empresas y los territorios deben pasar al tercer estadio de desarrollo económico, que es el dominado por la innovación.

Innovar consiste en resolver problemas reales de la gente de una manera novedosa.

Nos parece especialmente clarificadora la definición del MIT, en la que la innovación es el resultado de la multiplicación de dos variables:

Innovación = Invención x Comercialización

A menudo los términos “innovación” e “invención” se confunden y esto explica que muchas universidades y entidades de investigación aplicada consideren que su actividad es innovadora, al tiempo que reconocen no ser capaces de hacer llegar al mercado sus desarrollos.

Si no hay comercialización no hay innovación.

Por otro lado, muchas empresas, que dicen ser innovadoras, se limitan a la comercialización de productos ya existentes, de la misma manera que lo pueden hacer sus competidores.

Inventar consiste en crear, diseñar, idear o producir alguna cosa nueva que antes no existía. Si no hay algo nuevo no hay innovación.

Los dos factores de la ecuación son necesarios para poder certificar una auténtica innovación. Siendo los dos igualmente importantes y sinérgicos, en este artículo queremos prestarle atención al primero, el de la invención, para vincularlo a una herramienta que, desde el siglo XIX, sirve para incentivarlo y que en España se maneja de manera muy pobre: el sistema que regula los derechos de propiedad intelectual e industrial (PI) y su correspondiente gestión en el ámbito de las organizaciones.

Pensamos que la pobre gestión que se hace en España de los derechos de PI es en buena parte responsable de la pérdida de competitividad de nuestras empresas y de que éstas no sean capaces de transitar desde el estadio de la eficiencia al estadio de la innovación.

Siendo todos los derechos de PI importantes para el éxito empresarial, queremos poner especial énfasis en las patentes, que son los registros de PI que protegen las soluciones tecnológicas novedosas e inventivas.

En este país, las patentes tienen fama de caras e inútiles. La mayoría de las empresas piensan que las patentes no sirven para nada.

Es cierto que, perseguidas como un objetivo empresarial en si mismas, las patentes no sirven para nada, no valen nada. Es más, si algo se puede asegurar de las patentes es que cuesta mucho dinero conseguirlas y mantenerlas.

Lo importante no es tener patentes, sino saber cómo puedo convertirlas en un activo real para beneficio de mi estrategia empresarial.

Lo más importante de las patentes es el proceso que conduce a ellas y es este proceso el que tienen que aprender a gestionar nuestras empresas y universidades. Este proceso y los recursos y personas que se ponen en juego en el mismo son la base de una auténtica ventaja competitiva sostenible.

La clave para una excelente gestión de las patentes comienza en el momento inicial del proceso de invención, el de la ideación.

Resulta imprescindible tener un conocimiento exhaustivo del estado-de-la-técnica, es decir, qué es lo que ya se conoce sobre el asunto a abordar y especialmente otras soluciones patentadas previas. Disponer de este conocimiento permite evitar realizar inversiones en I+D redundante (reinventar la rueda), o posibles conflictos de infracción de patentes de terceros, que limitarían o impedirían la libertad de operación en el mercado (“Freedom-to-Operate” o FTO).

El estudio de FTO es un elemento esencial en la gestión de la PI, que debe realizarse desde el momento inicial del proceso, con lo que ya desde un principio los desarrollos se orientan hacia posiciones libres de la amenaza de infracción, o con el correspondiente riesgo controlado. Este estudio y el correspondiente análisis del estado-de-la-técnica deben realizarse de manera periódica a lo largo de todo el proceso de invención.

La falta de información sobre el-estado-de-la-técnica es resultado del desprecio, a menudo de consecuencias catastróficas, que las organizaciones hacen de un recurso de información esencial para conocer su contexto competitivo: las bases de datos de patentes.

Su conocimiento y manejo por parte de todos los involucrados en el proceso de invención es otro elemento clave para la buena gestión de la PI.

A través del uso de las bases de datos de patentes, las empresas pueden tener una imagen más completa del estado-de-la-técnica, pueden evaluar la FTO, pueden analizar la patentabilidad de sus invenciones, pueden realizar vigilancia competitiva y pueden identificar potenciales clientes y/o infractores.

En definitiva, nuestras organizaciones inician el proceso de invención, que es el germen del proceso de innovación, de una manera muy ineficaz. Sin una clara idea de por qué y para qué del invento, se preguntan demasiado tarde si determinada solución propuesta o en fase de desarrollo pudiera, o no, ser patentada.

Tenemos un ejemplo cercano sobre esto. No es descabellado pensar que el Dr. Francis Mojica no ha obtenido el premio Nobel de este año por hacerse esta pregunta demasiado tarde. El Dr. Mojica ha sido pionero en la investigación que ha permitido el desarrollo del CRISPR. Probablemente en 2005, hubiera podido patentar alguna solución en base a sus investigaciones. No lo hizo hasta 2013. Las ganadoras del premio Nobel, Doudna y Charpentier, lo hicieron en 2012. Si el Dr. Mojica hubiera estado investigando en alguna universidad americana o alemana, seguramente hubiera patentado antes de 2010 y el final del Nobel y del entramado de empresas creadas en torno al CRISPR quizá sería otro.

Los derechos de PI proporcionan más grados de libertad a las empresas a la hora de diseñar sus modelos de negocios. Sólo las organizaciones que tengan registrados, o protegidos mediante secreto, sus activos de PI pueden considerar la concesión de licencias como una fuente de ingresos adicional. Sólo las que cuenten con PI registrada pueden impedir o limitar la actividad de sus competidores. Las empresas con derechos de PI tienen más capacidad para decidir cómo, dónde y a quién vender. En definitiva, la PI otorga soberanía sobre el conocimiento propio.

Adicionalmente, la adecuada protección de los activos de PI también posibilita una rentabilidad fiscal de determinados ingresos generados por esos activos, mediante la aplicación de lo expuesto en el artículo 23 de la Ley 27/2014 del Impuesto de Sociedades. Un artículo que con su título lo dice todo: “Reducción de las rentas procedentes de determinados activos intangibles”.

Las empresas innovadoras, que desarrollan y venden productos novedosos, están obligadas a gestionar la PI ya que de no hacerlo estarían regalando sus invenciones a cualquiera.

En una frase de un conocido libro de estrategia se afirma que “La innovación sin protección es filantropía”. Parafraseando de manera libre a José Mota podríamos concluir que: la innovación sin protección es tontería.

Seamos inteligentes, aprendamos a gestionar los inventos y las patentes para garantizarnos un rendimiento óptimo de nuestras inversiones en I+D y en desarrollo de productos y empecemos a remontar puestos en esas clasificaciones de países innovadores.

Agradecimientos: Muchas gracias a Bart Kamp, Francisco Moreno y Gian-Lluís Ribechini por sus contribuciones en la redacción de este artículo y por las muchas conversaciones en las que, a lo largo de estos últimos años, hemos intercambiado opiniones sobre las materias que aquí se exponen.

Autores:

Iñigo Irizar (@inigoirizar), economista, MBA por IESE y Executive certificate por MIT

Julián de Juan (@estrategiapi) es Doctor en Química-Física. Es un experto en Propiedad Industrial.

Artículo escrito por Colaboración

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