De los aburridos coeficientes de Gini a la “revolución Piketty”

5 junio 2014

El año 2014 ha traído consigo uno de los fenómenos editoriales más sorprendentes y difíciles de pronosticar de los últimos tiempos: un economista francés de fuertes inclinaciones progresistas ha escrito un voluminoso libro sobre la desigualdad económica que se ha convertido en un fenómeno cultural tanto en Europa como Estados Unidos, alcanzando el primer puesto de ventas en Amazon y escalando puestos en los demás rankings. El libro se titula “El Capital en el Siglo XXI” y su autor es Thomas Piketty, un prestigioso investigador afincado en París con experiencia académica en importantes instituciones anglosajonas. Pero lo más relevante del fenómeno es que el impacto se ha producido a ambos lados del espectro ideológico.

La izquierda parece haber visto en él al portavoz perfecto para articular muchas de sus preocupaciones, mientras la derecha ha identificado una fortísima amenaza a sus líneas habituales de argumentación. ¿Cómo ha sido posible que un simple libro logre hacer emerger con tanta fuerza el problema de la desigualdad? ¿Por qué la desigualdad había recibido hasta entonces un tratamiento menos relevante en los debates académicos? Para comprender estas cuestiones, debemos retroceder en el tiempo varias décadas.

En 1974, el filósofo estadounidense John Rawls consiguió devolver a la actualidad el debate sobre la desigualdad con su obra “Una Teoría de la Justicia”. Aunque su tesis ha sido ampliamente rebatida, contiene un poderoso ideal de justicia que ha perdurado hasta nuestros días y se condensa en la siguiente pregunta: si usted hubiera de nacer de nuevo en su mismo país pero en un lugar y familia aleatorias, ¿qué grado de redistribución y generosidad en el gasto social preferiría? Rawls suponía que la evaluación a priori de las distintas suertes que un individuo puede correr llevaría a la amplia mayoría a reconocer la necesidad de un alto grado de redistribución en toda sociedad. Y una posible interpretación de dicha premisa es que el grado de justicia de un país ha de ser evaluado por la calidad de vida de sus individuos más desfavorecidos.

Una respuesta habitual a este tipo de argumentos es que el grado de justicia de un país ha de evaluarse a partir de la capacidad de una sociedad de hacer posible la movilidad entre sus grupos de renta. ¿Qué posibilidades tiene una persona nacida en el seno de una familia pobre de prosperar y alcanzar un nivel alto de vida? ¿Es posible en nuestro país que un individuo brillante y trabajador estudie y realice una gran carrera profesional? Cuando se comparan las mayores fortunas mundiales actuales con las de hace un siglo, se observa una baja correlación entre ambas: muy pocos de los actuales multimillonarios deben su fortuna a las herencias.

Pero estos argumentos pecan de una indudable insensibilidad hacia la situación económica de la mayoría de las rentas bajas de cualquier país, ya que los individuos brillantes e inteligentes escasean en todos los estratos sociales. La amplia mayoría de la población nace con unas capacidades cercanas a la media, y las menores oportunidades de las rentas bajas hacen muy difícil que dichos individuos prosperen. ¿Merecen menos aquellos que no han nacido especialmente dotados y capaces de labrarse un porvenir brillante a pesar de las dificultades familiares? ¿Qué importa la probabilidad de que un individuo brillante nacido en un hogar humilde se enriquezca cuando la mayoría de los mismos jamás podrá soñar dicha posibilidad al no tener una capacidad por encima de la media?

A pesar de que las discusiones sobre la desigualdad y la justicia perduraron, el debate se mantuvo relativamente estancado durante las últimas décadas debido a varios motivos. En primer lugar, la recuperación de la estanflación de finales de los 70 trajo una cierta prosperidad general que acalló las críticas hacia un posible crecimiento de la desigualdad dentro de los países.

En segundo lugar, el enorme crecimiento de los países emergentes trajo una radical disminución de la pobreza y redujo considerablemente la desigualdad entre los distintos países del mundo. Y, en tercer lugar, la recopilación de estadísticas de desigualdad dentro de los países rara vez fue considerada como una prioridad absoluta, hasta el punto de que era difícil encontrar series completas y homogéneas de desigualdad de la renta incluso para los países desarrollados. Y, para mayor dificultad, la medida más extendida de desigualdad era el índice de Gini, una medida abstracta y difícil de interpretar. Por ejemplo, cuando se produce un cambio en dicho índice, éste no indica en qué parte de la distribución se están produciendo los movimientos: el índice de Gini puede variar del mismo modo tanto si un 10% de los trabajadores pierden su trabajo como si el 1% más rico pasa a disfrutar de un porcentaje mucho mayor de la renta.

Pero, a principios del presente siglo, comenzó a gestarse una pequeña revolución en la forma de recopilar y entender los datos sobre desigualdad. Thomas Piketty y Emmanuel Saez, tras coincidir como profesor y alumno en el MIT a mediados de los 90, comenzaron a extender para Estados Unidos las series estadísticas de desigualdad de la renta y la riqueza que el primero había construido previamente para Francia. El objetivo de su proyecto consistía en reconstruir la distribución de la renta de los países a partir de los registros fiscales para así tener una imagen detallada y de largo plazo de la evolución de la desigualdad en los países desarrollados –aquellos para los cuales existían las suficientes fuentes estadísticas-. Poco a poco fueron sumándose otros economistas relevantes al proyecto y comenzaron a disponerse de series para un mayor número de países, y Piketty logró dar, desde la Paris School of Economics, el impulso definitivo a los proyectos “Luxembourg Income Study” y la “World Top Incomes Database”, los cuales recopilan dicha información para ponerla a disposición de cualquier investigador.

Piketty_Desigualdad_Ricos_Pobres

Piketty y sus coautores creían que, para hacer evidente la evolución histórica de la desigualdad, era necesario trabajar con medidas de concentración de la renta en los distintos estratos de la sociedad. Y, aunque las medidas relativas a la proporción de renta del 1% más rico han alcanzado una gran popularidad durante los últimos años, el porcentaje de la renta del 10% más rico ilustra a la perfección la magnitud de los fenómenos sucedidos durante el siglo XX. El gráfico muestra tres períodos claramente diferenciados:

..En el primero, la desigualdad entre las rentas altas y el resto de la sociedad es elevada, pues las primeras controlan el 45% de la renta tanto en Estados Unidos como en Francia. Incluso un país con unos valores claramente igualitarios, como es el caso de Suecia, presenta la mayor desigualdad de su historia reciente.

..El inicio de la Segunda Guerra Mundial trae una tremenda caída en la concentración de la renta en todos los países con registros. Tras la guerra, el porcentaje de la renta que disfruta el 10% más rico oscila entre el 30% y el 35%. Es la época denominada “Les Trente Glorieuses”, las tres décadas que van desde el final de la guerra hasta la crisis del petróleo que se inicia en 1975, en los cuales la mayoría de las economías desarrolladas experimentaron un larguísimo período de crecimiento, estabilidad y bajo desempleo. El progreso tecnológico comienza a alcanzar a todos los estratos de la sociedad y todos los grupos de renta experimentan fuertes aumentos en su renta disponible.

.. Pero, a partir de la crisis del petróleo, un nuevo paradigma parece emerger al observar los datos de desigualdad. Algunos países, como Francia España -para el cual existen registros desde 1981- mantienen un nivel de desigualdad similar y en la media del resto de países. Pero muchos otros países, especialmente Estados Unidos y el Reino Unido, experimentan un notable repunte de la desigualdad, hasta el punto de que Estados Unidos ha superado la desigualdad registrada en el período anterior a la Segunda Guerra Mundial.

El Capital en el Siglo XXI

El análisis detallado de estos fenómenos suscitó en Thomas Piketty –tras un breve escarceo con la política como asesor económico de Ségolène Royal- la necesidad de escribir una detallada tesis acerca de los movimientos de la desigualdad, sus causas y sus consecuencias.

Parapetado tras su enorme recopilación de datos, Piketty argumenta que la reducción de la desigualdad durante las tres décadas prodigiosas constituye un accidente histórico debido a eventos como la destrucción de capital producida durante las guerras mundiales, los reequilibrios del poder político o el boom demográfico de la postguerra. Tras este accidente histórico, la concentración del capital ha vuelto a revertir dicha tendencia igualitarista y la desigualdad se encuentra de nuevo en auge.

Según la predicción más atrevida de Piketty, esto seguirá sucediendo ya que la tasa de retorno del capital ha superado históricamente a la tasa de crecimiento de la economía; mientras siga dándose este fenómeno, la desigualdad continuará acentuándose. ¿Y cual es el problema fundamental de esta nueva realidad y de dicho posible futuro? Que la desigualdad creciente socave el papel de la meritocracia en los países desarrollados, en los que los individuos con más posibilidades económicas podrían orientar su vida hacia el ocio y la gestión patrimonial ante su mayor ventaja comparativa respecto al trabajo y al esfuerzo.

¿Se cumplirán los oscuros pronósticos de Piketty? El mundo académico está debatiendo con fuerza las tesis que el profesor francés expone en su libro, en el cual existen algunos saltos al vacío. Quizás la tasa de rendimiento del capital descienda al aumentar su abundancia relativa y conforme empiece a escasear el factor trabajo. O quizás el crecimiento económico sea más intenso del previsto gracias a la nueva revolución digital. Pero quizás Piketty tenga razón y el mundo necesite una rápida acción colectiva para frenar el desprestigio de las instituciones democráticas debido a una desigualdad imparablemente creciente. Solo el tiempo lo dirá.

Artículo escrito por Abel Fernández

2 Comentarios

  1. Jesus Zamora Bonilla

    La movilidad social hay que considerarla de la manera más objetiva posible. P.ej., no tiene sentido coger las 100 mayores fortunas de hace un siglo y compararlas con las de hoy, porque es un conjunto de población estadísticamente despreciable, y porque el impacto que tuvieron las dos guerras mundiales y la crisis del 29 sobre los grandes patrimonios fue brutal.
    Lo que tenemos que plantearnos son cosas como las siguientes: ¿cuál es la probabilidad de que una persona cuya familia estaba en la decila o quintil X de riqueza cuando él nació, esté en la decila o el quintil X+/-Y una generación después?
    Por lo que muestran los datos, esa probabilidad es muy baja en la mayor parte de los países, incluso en los más avanzados: la parte más alta de la distribución está copada en un noventa y tantos por ciento por personas cuyos padres ya estaban en esa misma zona de la distribución, y así en el resto.
    La cuestión es, obviamente, si queremos una sociedad así de inmovilista.

    Responder
  2. Jesús

    La movilidad social hay que considerarla de la manera más objetiva posible. P.ej., no tiene sentido coger las 100 mayores fortunas de hace un siglo y compararlas con las de hoy, porque es un conjunto de población estadísticamente despreciable, y porque el impacto que tuvieron las dos guerras mundiales y la crisis del 29 sobre los grandes patrimonios fue brutal.
    Lo que tenemos que plantearnos son cosas como las siguientes: ¿cuál es la probabilidad de que una persona cuya familia estaba en la decila o quintil X de riqueza cuando él nació, esté en la decila o el quintil X+/-Y una generación después?
    Por lo que muestran los datos, esa probabilidad es muy baja en la mayor parte de los países, incluso en los más avanzados: la parte más alta de la distribución está copada en un noventa y tantos por ciento por personas cuyos padres ya estaban en esa misma zona de la distribución, y así en el resto.
    La cuestión es, obviamente, si queremos una sociedad así de inmovilista.

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