¿Por qué ninguna universidad española se encuentra entre las 200 mejores del mundo?

23 septiembre 2013

uniParece indudable que cuando Harold Hotelling escribió uno de los papers más influyentes del siglo XX no conocía el sistema universitario español. De lo contrario no hubiera tenido que recurrir al clásico ejemplo de dos acuíferos en su artículo «Stability in Competition» (Economic Journal, 1929). El modelo de Hotelling predice que si una buena parte de los consumidores consume un número mínimo de los productos ofrecidos, con unos precios fijados por una autoridad externa, nadie tendrá incentivos para diferenciarse, ni en productos ni en ubicación. Por consiguiente, las universidades se han conformado como comodities homogéneas sin apenas diferenciación, ni creatividad, ni innovación. Bajo estas premisas difícilmente podremos encontrar a alguna universidad española entre las mejores del mundo.

El matemático francés Cournot ya utilizó en 1838 el caso de dos propietarios de matinales de agua mineral para explicar que ambas empresas mantendrán fija su oferta de agua para evitar ahogarse en el mercado. Cincuenta años más tarde, Bertrand (y también Edgeworth) en su “objection péremptoire”, argumentó que las plantas embotelladoras deberían competir en cantidades, ya cualquiera de los dos oligopolistas arrasaría el mercado con una ligera bajada de precios. Transcurrido otro medio siglo, el economista y matemático Hotelling reconcilió ambos argumentos y estableció el principio de mínima diferenciación, visible hoy en día en la configuración de muchas áreas de nuestra sociedad, especialmente en la universidad.

Hábilmente, Hotelling se percató de las consecuencias de la gradualidad en el cambio de consumidores. En la vida real tan solo una pequeña parte de consumidores cambian de agua ante variaciones de precios. Los hábitos, las preferencias personales así como posibles costes de cambio hacen que una mayor parte de nosotros sigamos bebiendo la misma marca agua sin apenas comparar precios, especialmente cuando varían poco.

Además, la mayoría de las empresas no se encuentran atadas a un manantial y pueden situarse donde les convenga. Imaginemos, en vez de agua mineral, dos universidades que compiten por todos los estudiantes de un país. Con precios y planes de estudios similares, Hotelling predice que ambas universidades se situarían justo en el centro de país y se repartirían por igual los estudiantes.

Sería más beneficioso para la sociedad que ambas se situaran un poco más arriba y abajo, aunque solo fuera por minimizar los desplazamientos totales de los estudiantes. Pero a cada universidad le gustaría moverse hacia el centro para atraer a más alumnos en detrimento de la otra; hasta encontrarse, digamos que en Madrid. Por ello, nuestras ciudades son incómodamente grandes y las empresas se concentran en vez de dispersarse.

boloniaAunque la mayoría de las universidades se concentran en Madrid, es un hecho incontestable, aunque haya quien lo dude, que se imparten clases universitarias en otras provincias. En el caso de que ya exista una diferenciación física, Hotelling amplía su razonamiento a cualquier otra característica empresarial. Las universidades, en vez de poder moverse hacia un mismo punto en el espacio convergen hacia un mismo producto indiferenciado. Por ello, todos los móviles se parecen y para el disgusto de Hotelling, la sidra es igual de insulsa vayamos donde vayamos… y la universidades también.

La diferenciación es posible cuando no concurre alguna de las dos premisas de Hotelling. Es decir, se compite por un número reducido de alumnos a un precio fijo o se compite por una mayor base a un precio libre. Si desciende el número de alumnos, los centros educativos se esforzarán por encontrar nuevos nichos de estudios. Si no se fijara el importe de las matrículas por ley, las universidades podrían competir modificando los precios. En este caso, a las universidades les interesaría alejarse lo más posible de las demás para esquivar la competencia.

La diferenciación  incentiva la innovación y la calidad. Lo podemos observar en los ámbitos educativos donde existe una competencia efectiva por un reducido número de alumnos. Por ejemplo, las escuelas de negocios españolas suelen destacar en los principales rankings internacionales. Por el contrario, la universidad española es demasiado homogénea à la Hotelling para que ninguna pueda sobresalir entre las entre las 200 mejores.

Sobre el autor:

Jordi Paniagua Soriano

Profesor de economía en la Universidad Católica de Valencia.

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Artículo escrito por Colaboración

2 Comentarios

  1. Raul

    Mas claro, el agua… Genial!

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  2. Carlos

    Hablas de las 200 mejores Universidades del mundo, imagino que te refieres al ranking Shanghái, que valora el número de publicaciones y premios por lo que contra más grande sea la universidad, más publicaciones y por tanto es mejor, por esos las dos mejores de España son la de Barcelona y de autónoma Madrid, si miras otros ranking donde se valoran otras cosas que creo son más importantes, la metodología, la facilidad para encontrar un trabajo, etc .. veras que si aparecen dos Españolas entre las mejores del mundo, el IESE y el IE Universidad y curiosamente no están ni en Barcelona ni en Madrid, una está en Pamplona y la otra en Segovia.

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