Casado con el panadero

11 junio 2013

Uno de los innumerables libros sobre “management” que apareció hace unos años fue “Seis sombreros para pensar”. Su autor, Edward de Bono, intentaba, como tantos otros, presentar de forma fácil y accesible un nuevo paradigma en la forma en que afrontamos los problemas, especialmente los laborales. Logró mucha menos difusión que el “Quién se ha llevado mi queso” de Spencer Johnson aunque recogía una utilidad similar, que yo valoro en cercana a cero. De Bono, a grandes rasgos proponía que generásemos un condicionamiento externo que modificase nuestros procesos mentales. En concreto, suponía que ponernos un sombrero que asociásemos a un tipo de pensamiento, por ejemplo el creativo, podría estimular esa forma de discurrir.

Hoy quiero que hagamos un ejercicio similar, que no igual, y nos pongamos en los zapatos de otro. Concretamente en los del empleador. Pensar en forma de incentivos consiste precisamente en eso. Ponerse en los zapatos del otro e imaginar qué motivaciones tendrá cuando cambie una circunstancia. Las curvas de oferta y de demanda no son sino una abstracción de ese pensamiento: cuanto más bajo el precio, a más demandantes les merecerá la pena realizar la compra; cuanto más alto el precio, a más oferentes les merecerá la pena ofrecer el bien. Les merecerá la pena significa precisamente tener incentivos suficientes como para pasar a la acción y comprar o vender.

Las relaciones laborales por parte del empleador

Para este ejercicio, traslademos la normativa laboral y apliquémosla (al revés) a un mercado al que todos accedamos habitualmente: la panadería. El panadero ofrece su producto, el pan, y para acceder a él usted tendrá que aceptar unas condiciones que marca la ley.

Imagínese que se compra piso y tras trasladarse comienza a visitar las tiendas del nuevo barrio para comprobar qué se ofrece en ellas, qué ambiente hay, cómo de amables son los tenderos… Al primer vistazo ya lo tiene claro; la compra del mes se hará en el hipermercado. Con esos precios se dejaría un pico en el barrio (las tiendas son más caras), y además tendría que dedicar mucho más tiempo todas las semanas que el que tardaría una vez al mes en el híper.

El marco normativo

Y llega su primera sorpresa. Usted puede curiosear, sí, no hay problema con ello, pero si quiere comprar algo tendrá que atenerse a unas normas dictadas por el bien de todos. Le dan una lista (probablemente le cobren por ello) y usted se asusta: ¿dónde he venido yo a vivir?

Hay un impuesto a pagar cada vez que traiga el maletero lleno, con lo que la diferencia de precios no parece tan grande…. ¿Un impuesto por traer la leche del híper? ¿Qué sentido tiene eso? ¿La leche no sale siempre de las vacas? Usted no ha visto vacas en el barrio, así que no ve la diferencia ni el motivo para que una tenga ese impuesto y otra no… Como hasta ahora siempre ha comprado leche de oferta.

Sin capacidad de decisión; Atado por el marco normativo

Pero bueno, deja eso por ahora y pasa a repasar las pequeñas compras habituales como el pan o el periódico. Elige panadería, y ve que ha de acudir a la misma durante dos años como máximo, porque si no es para toda la vida. ¿El mismo panadero de por vida? Sí. De por vida, o hasta que el panadero decida cerrar la tienda, o que no quiere venderle pan. ¿Me está diciendo que si le compro pan durante unos años, tengo que seguir haciéndolo hasta que el panadero quiera?

El efecto distorsionador de los impuestos

Pero esas no son las cosas más raras que ocurren en la panadería. El precio de la barra es un euro, eso está claro. Pero usted ha de entregar al panadero solo noventa céntimos y, tras coger el pan, pasar al local de al lado y poner los otros diez céntimos… junto con otro medio euro. El recaudador de impuestos a la salida de la panadería se lleva sesenta céntimos, aunque el precio de la barra de pan era de un euro… Usted no lo entiende, y cuando pregunta a otros vecinos le comentan que resulta imposible hacer entender al panadero que el coste de una barra no es de un euro, sino de un euro y medio.

Ahí no acaban las sorpresas. Resulta que una semana cada tres meses ha de pagar el mismo euro y medio por no recibir pan. ¿Por no recibir pan? Sí. Resulta que el panadero tiene derecho a estar con su familia, descansar y recuperarse, y a usted le parece bien, pero no entiende por qué ha de pagar usted si esa semana no tiene el pan que está recibiendo.

Incertidumbre de régimen

Otro punto de la lista le tiene desconcertado. “La autoridad competente informará en el tablón de anuncios cuándo sube el pan y cuánto lo hace”. Quién lo decide y sobre todo cómo lo hace no está claro, y a usted le causa rechazo atarse a la compra de pan sin poder retirarse después ni saber a qué precio estará el pan en el futuro. “Del mismo modo se podrán modificar y comunicar cambios en cualesquiera normas en el mercado de pan del barrio”. Usted se frota los ojos porque no puede creer lo que lee.

Perr no acaban ahí las sorpresas. Hay reglas sobre cómo hay que ir a por el pan: vestido, calzado, actitud, educación… Se acabó el ponerse un chándal los domingos encima del pijama e ir de cualquier manera. Se acabaron las señoras bajando en bata y zapatillas, a la carrera porque se le pasa el guiso. “En beneficio de todos” habrá que acceder a la panadería recién duchado, perfumado y con las uñas recortadas.

¡Pues el día que no me apetezca todo eso no voy a la panadería! ¿Seguro? Si usted no va a por el pan lo paga igualmente. Igualmente aunque con recargo, que ni el panadero ni el señor de los impuestos están ahí para nada y retrasarse en el pago del pan, aunque no lo reciba, no es admisible. Es decir, que si por una u otra razón no quiere o no puede comer pan o ir a recogerlo, ¿lo paga igual pero más caro? Por supuesto.

Adaptabilidad a un futuro incierto

Pero, pero, pero… Sus hijos están en la universidad y su padre ya es mayor, así que es posible que en unos años sean menos de familia y necesite menos pan al día. Da igual. Ha de comprar las mismas barras que antes. La única manera de reducir el consumo de pan una vez establecido es pagar dos años de las barras que va a dejar de comprar.

Una última cosa. Si decide cambiar de vecindario en el futuro ha de pagar dos años de pan sin recibirlo, pero antes tiene que buscar a alguien que compre en el futuro el pan que usted venía consumiendo.

Deslocalización, desinversión, cierre y salida

Todavía con la lista de reglas en la mano y sin poder creerse lo que ven sus ojos toma una decisión. Los vecinos serán encantadores, las aceras estarán limpias y bien cuidadas, y el pan puede ser el mejor del mundo, pero está seguro de que todo ese conjunto de normas no le conviene.

Esta es su decisión: Venderá su casa, perdiendo dinero si hace falta, y se trasladará a un vecindario en que las panaderías le aten menos. No le merece la pena casarse con su panadero. ¡Vecindario de locos!

Disclaimer o luego-no-me-vengas-riñendo-que-ya-te-he-advertido: Actualmente no tengo empresa ni empleados, pero entiendo perfectamente a quienes, panaderos o clientes, deciden cambiar de vecindario.

Artículo escrito por Simón González de la Riva

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