«¿Quién soy?”: el diálogo y batalla interior del líder consigo mismo

20 marzo 2012
Todo líder debe responder a la pregunta: ¿Quién soy?

Existen pocos debates tan sempiternos y manidos como el que alude a si el líder nace o se hace. Mientras desde la medicina y la neurociencia se buscan genes que liguen genética y liderazgo, el ejemplo de los grandes emprendedores hechos a sí mismos reflejan la importancia de forjarse a uno mismo como líder. Desde Steve Jobs y Bill Gates a Richard Branson y Amancio Ortega, emprendimiento es el verdadero nombre del liderazgo, sobre todo para estos grandes empresarios pulidos a sí mismos desde la juventud, que supieron sin duda responder a las preguntas sobre su propia identidad: “¿quién soy?” y “¿quién quiero ser?”.

Esa pregunta, tan directa como autobiográfica, resulta, sin embargo, el mayor desafío al que se enfrentan muchos directivos, numerosos líderes, y no solo en su perfil del líder sino en su esencia como personas y seres humanos. Esa pregunta sobre el quién marca la forja del líder, su esencia, pues el líder, el directivo como persona, es el quién del management, el sujeto y protagonista absoluto de la dirección de empresas, pese a que a ese sujeto aparezca en este momento palidecido como consecuencia de la crisis mundial.

Se cuentan por miles los libros de gestión que dedican sus páginas a clasificar las principales cualidades de los líderes. No solo los libros sino las propias cualidades que se enumeran, puesto que prácticamente ningún líder atesora en su persona todas esas competencias; de ahí la necesaria posterior clasificación de diferentes estilos de liderazgo. Ahora bien, poco se ha escrito en la literatura de empresa sobre ese protagonista del management, el líder como persona y la persona del líder. Parece menor este aspecto. Nada más lejos de la realidad, no obstante, pues la persona es el inicio y fin último de la dirección y de la propia empresa.

En este punto aparece la pregunta a uno mismo sobre ese quién: “¿Quién soy?”. La pregunta, sin embargo, lejos de ser un simple ejercicio biográfico-descriptivo, se presenta como un interrogatorio, lucha o batalla con uno mismo, de la que uno mismo como persona y directivo debe salir vencedor para emerger como líder. De hecho, si hay una verdad ineludible en la dirección de empresas es la que sostiene que el liderazgo es verdad y persona en sí misma, aunque históricamente se hayan disociado de forma sórdida. La crisis de los últimos años ha querido sesgar de raíz esta verdad y entronizar en el puesto del líder a la especulación y el desenfreno, al materialismo extremo. Baste acercarse someramente a la historia empresarial de la última década, en la que se suceden, desde la caída de Enron, los casos de desgobierno corporativo y liderazgo irresponsable, esto es, la ausencia total de auténtico liderazgo.

Si el liderazgo es, por tanto, persona, el líder deberá emerger como persona, lo cual le exige conocerse o RE-conocerse como tal. Y este punto lleva a esa cuestionamiento de uno mismo, esa lucha con uno mismo en forma de monólogo interior, un monólogo que tiene al líder frente al espejo para despojarse de toda su pose o disfraz, liberarse de sus miedos y tensiones –de sí mismo- y renacer a la empresa como persona auténtica, responsable, cabal y, sobre todo, honesta.

El directivo debe preguntarse sobre su origen, su identidad; buscarse dentro de sí para conocerse desde dentro; mirarse a los ojos e identificarse como persona, pues, si por algo se han caracterizado los últimos escándalos financieros, ha sido por la despersonificación de ese líder, corrompido de raíz como persona y caído en desgracia víctima de la obsesión por el poder, dinero, codicia y ambición sin límites.

Frente a esa caricatura de sí mismos en la que han caído numerosos dirigentes empresariales durante la crisis (unos, disfrazados de supermanes o prohombres y el resto, engañados así mismos), se presenta como un ejercicio más que necesario de recuperar la verdadera esencia del liderazgo, el ser del líder, que, como ser que es, no es otro que la persona.

El líder debe aspirar a vivir ese regalo hecho liderazgo como lo que es y, por tanto, a entregarse a él en cuerpo y alma, con pasión, y, ante todo, de forma apasionada desde su propia persona, desde el sujeto, desde el quién.

Porque, en el fondo, el liderazgo es ese quién identificado como tal y reconocido o renacido al mundo como líder a partir de la propia persona de este. En esto consiste el liderazgo, en tejerse, pulirse y esculpirse a uno mismo; hacerse a sí mismo como persona, autorrealizarse. Ese es el equilibrio al que debe tender todo líder: el equilibrio de la persona, esto es, ser uno mismo (hecho a sí mismo).

Así las cosas, resulta en apariencia sencillo el proceso de autoidentificación o autoconstrucción de la persona del líder, protagonista del management desde su ser (por eso es el ser del management). No obstante, como se ha dicho, el desafío resulta harto complicado, pues ese líder, la persona, como ser humano que es, es imperfecto y, por ende, teme demasiado a menudo situarse ante el microscopio. Teme prestarse voluntario para realizar una radiografía de sí mismo, y, por tanto, para decirse a sí mismo sus verdades más íntimas, sus ultimate questions, de las que puede salir mal parado. No es para menos. A más de uno le sobresalta el simple hecho de ver reflejados sus más profundos complejos, miedos, deficiencias e ineficiencias, pues chocan frontalmente contra esa pose hercúlea de superhombre y superdirectivo triunfador, que ha llegado a la cúspide de su carrera profesional, con prestigio, cargo, poder y, aun así, vacío como persona. “El fin justifica los medios”, han contestado bastantes en los últimos años, pero los medios elegidos, a la postre, han casi arruinado el fin, el todo, el propio sistema capitalista.

De forma más o menos consciente, todas las personas viven en su interior una intensa batalla entre sensaciones y sentimientos no ya diferentes sino opuestos, como el poder y el estatus, por un lado, frente a la integridad y la coherencia o mesura, por otro. La persona del directivo está repleta de contradicciones y debates internos, como una suerte de ángel y demonio que libran una batalla sin cuartel para apoderarse de ese ser del directivo. Pues bien, el monólogo interior, ese diálogo sincero, franco, directo, y sin miramientos del líder consigo mismo debe buscar dar una respuesta cabal a esa lucha interna, como la lucha que debió vivir en su fuero interno Greg Smith, el ya exdirectivo de Goldman Sachs, los días –horas- previos a escribir su carta de dimisión de la firma para que la trabajaba. No debió ser simple ese debate: el dinero y poder de un gran puesto en el gigante financiero, frente a la honestidad –y de paso, crítica y escarnio-. Pero ante todo, honestidad consigo mismo ante la sociedad, caiga quien caiga. Esa honestidad debe presidir al quién, al ser del líder como persona.

El renacimiento desde uno mismo se presenta entonces como la auténtica innovación disruptiva del líder como persona, una disrupción en la que el líder se RE-conoce de nuevo como tal, se RE-hace a sí mismo, y por tanto se presenta renovado por dentro y con una mirada al mundo que debe expresar en forma de liderazgo responsable. A la postre, ese mero ejercicio de escultura de uno mismo representa la esencia del liderazgo, ya que este comienza, ante todo, por el autoliderazgo. ¿Cómo liderar a otros, si el directivo es incapaz de autoliderarse –y no solo esto, sino autoconocerse-? Autoconocerse implica conocer ese ser, esa persona, la esencia del líder como ser humano; porque hablaban de liderazgo, pero en el fondo era la persona, ese ser, pues es el ser, la persona, el principio y fin último del liderazgo.

Sobre el Autor:

Juanma Roca, autor de El líder que llevas dentro, libro publicado Alienta Editorial en mayo de 2012.

Artículo escrito por Colaboración

2 Comentarios

  1. Maria Esperanza de la cruz Rodríguez

    Cómo ponernos metas para querer llegar donde queremos y sobretodo la onestidad de cada persona y la confianza de uno mismo

    Responder

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