El inquietante papel de los bancos centrales en la crisis financiera global

24 junio 2012

Hace unos días llegó a mis manos una magnífica conferencia de Mohamed A. El-Erian, CEO y co-CIO de PIMCO, una gran gestora internacional de inversiones. La conferencia, cuyo título es «Evolution, Impact and Limitations of Unusual Central Bank Policy Activism» («Evolución, impacto y limitaciones de la política monetaria no convencional de los Bancos Centrales»), plantea que el activísimo papel jugado por los bancos centrales para combatir la crisis durante los últimos años ha generado una serie de importantes desequilibrios, de tal forma que hoy nos hallamos ante un frontera peligrosa. Persistir en esta línea de acción puede significar tender puentes hacia ninguna parte y comprometer seriamente el sistema financiero. La acción de los bancos centrales debe ser complementada de forma enérgica por el resto de agentes económicos. Como muy originalmente expresa el autor:

«En los últimos tres años, los bancos centrales no han tenido casi otra opción que hacer lo insostenible para sostener lo insostenible hasta que otros hagan lo sostenible para restaurar la sostenibilidad».

Los bancos centrales, en efecto, han desarrollado dos tipos de acciones distintas pero interrelacionadas desde el estallido de la crisis financiera. En primer lugar, la propia gestión de la crisis, evitando un colapso en la liquidez del sistema, lo que hubiera agravado la depresión; en segundo lugar, el intento por favorecer el regreso al crecimiento, la creación de empleo y la contención de la inflación.

Pero aunque los bancos centrales sean capaces (y así lo han hecho) de estabilizar situaciones críticas, poco pueden hacer, según El-Erian, para corregir siete grandes disfunciones presentes en las economías avanzadas:

  • 1. Propiciar un desapalancamiento seguro del sector privado mediante un crecimiento alto pero sostenible.
  • 2. Disminuir de forma segura el riesgo del sector financiero.
  • 3. Despejar o reemplazar los canales crediticios.
  • 4. Facilitar un funcionamiento sostenible de las finanzas públicas.
  • 5. Mejorar el funcionamiento del mercado de trabajo.
  • 6. Compensar las carencias pasadas de inversión en capital humano, capacidad productiva e infraestructura.
  • 7. Ajustar los desequilibrios de importantes economías emergentes (incluyendo Brasil, China, India e Indonesia).

En esta titánica labor, los bancos centrales han estado muy desasistidos por el resto de agentes económicos, especialmente gobiernos, cuyas políticas han resultado ineficaces y del todo fallidas en la coordinación tanto global como regional. Como muy bien comenta el ponente:

«La política de señalar con el dedo ha sustituido la armonía conseguida en el G-20 durante su reunión de abril de 2009 en Londres».

Asimismo, el FMI se halla «estructuralmente impedido» para ser un partícipe válido en la solución. El-Erian es especialmente crítico con Europa, atascada en un proceso de armonización soberana que conduce a un lento, engorroso y disfuncional proceso decisorio, primero entre los 17 miembros de la Eurozona y después entre el resto de la Unión Europea. Todos se hallan sometidos a la trampa de la «inercia activa»: ante un cambio de paradigma, se trata de responder, pero con medios y patrones obsoletos.

Además, la excesiva intervención de los bancos centrales ha provocado inquietantes daños colaterales y consecuencias inesperadas. A continuación mencionaremos someramente alguna de ellas:

  • Enormes inyecciones de liquidez dirigidas y absorbidas por el sector bancario, sin alcanzar a los sectores más necesitados de recursos financieros.
  • Distorsión en los precios de los activos financieros.
  • Distorsión en el análisis de dichos activos. La compra masiva de deuda interfiere en el equilibrio existente ente activos «seguros» y activos de riesgo.
  • Disfunciones en la orientación temporal de los mercados, dirigidos ahora hacia el corto plazo, lo que compromete los necesarios flujos de inversión en el largo.
  • Subida indirecta de los precios de las materias primas, lo que incide a su vez en el consumo, la inversión, el crecimiento y la creación de empleo.
  • Desequilibrios en las balanzas de pago, generando flujos indeseables de capital hacia las economías emergentes, presionando sus monedas, con lo que crece el riesgo de una guerra de divisas (ver «Guerra de divisas: monedas como misiles»).
  • Empeoramiento sustancial en la distribución de la riqueza. Los ricos se han beneficiado desproporcionadamente más que los pobres.

Por consiguiente, ya poco más es lo que pueden hacer los bancos centrales sin empeorar los desequilibrios descritos. En el caso europeo, la acción política resulta urgente. A este respecto El-Erian expone:

«O bien los líderes europeos son capaces de retomar el control de la situación y situar el proyecto europeo sobre bases estructurales y financieras mucho más robustas, o corren el riesgo de perder completamente el control y contemplar cómo esta importante construcción común se fragmenta de forma desordenada, con costes muy significativos no sólo para Europa, sino para prácticamente cualquier país del mundo».

La alternativa a una acción coordinada a nivel global es un confuso mundo multipolar de incierto funcionamiento. Esperamos que cunda la cordura y no nos vemos abocados a ese caos.

Artículo escrito por Sebastián Puig

Analista del Ministerio de Defensa

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