¿El emprendedor nace o se hace?

25 julio 2013

De un tiempo a esta parte, tras explotar la crisis económica y, en especial, una vez ha implosionado colectivamente nuestro estado de ánimo, instalándose la recesión en el inconsciente como un colateral inherente al estado de las cosas, como algo totalmente inevitable, la desesperación ha dado paso a la resignación y juntas han ido calando en la sociedad de forma lenta, como una fría lluvia de invierno.

Durante este peligroso proceso, curiosamente, venimos asistiendo a un sobrecalentamiento del término “emprendedor”, en gran medida instado desde las administraciones públicas. En términos económicos, “emprendedor” muestra un alto índice de inflación, debido en parte al exceso de demanda y a la baja calidad con que se muestra la oferta. Existe una importante necesidad de creación de nuevas empresas, pero no todos los que se dan en llamar emprendedores se encuentran realmente preparados para lograrlo con unas mínimas garantías de éxito. 

No hago referencia a la formación explícita o al apoyo institucional. No incido en la virtud de un sistema normativo de carácter nacional que simplifique a nivel administrativo la creación de empresas o que incentive fiscalmente la inversión de los business angels. Trato de significar algo incluso anterior, me refiero a la semilla que hace posible la existencia del proyecto empresarial y su desarrollo virtuoso, cuando más tarde es cultivado (aceleradoras) y regado (capital riesgo) en un  suelo suficientemente abonado (formación en management y capacitación en el ámbito de dominio técnico del propio emprendedor). 

La palabra emprendedor ha sido tan utilizada que ha terminado por perder su verdadero significado. 

Emprender supone iniciar, pero etimológicamente el verbo emprender nos remite al verbo atrapar (del latín, prenhedere), en el sentido de buscar y tratar de alcanzar algo, tras perseguirlo desde un lugar hacia otro, como un estudiante persigue el conocimiento. 

El verbo emprender implica, pues, dar comienzo a un conjunto de acciones fundamentadas en la persecución de un proceso de crecimiento, de avance personal, y todo ello en el concurso de un viaje sin fin y -si seguimos la conocida metáfora de la caverna de Platón- sin posibilidad alguna de retorno. 

El hecho mismo de emprender se incardina a la esencia filosófica de la definición del logro, y de la plenitud en la Vida, desde el esfuerzo y con la acción. 

Para Vivir, con mayúsculas, resulta una condición sine qua non aprovechar la libertad individual, eligiendo -en este orden- si debemos o no reflexionar sobre algo, de qué modo hacerlo, qué deseamos sentir al respecto y cómo vamos actuar en nuestro entorno y con nosotros mismos. 

No obstante, para poder Vivir primero hay que desearlo de veras, y antes de eso se debe estar dispuesto a luchar con extenuación -aun perdiendo-, desde una idea, por un objetivo, como un modo real de afrontar la vida. 

Peligrosos incentivos 

Reflexionar en todo ello me trae a la memoria un tweet del profesor Benito Arruñada (@B_Arrunada): 

“La generación mejor preparada da toda la impresión de haber tenido mayordomo” 

Quizá en el fondo de la afirmación encontremos cierta parte de esta sociedad dopada con una tarjeta de crédito (léase cultura del endeudamiento) o directamente acomodada a una profusa red de subsidios que no contribuyen a abandonar esa tradición de aversión al riesgo tan endémica de nuestro país donde el hijo pródigo aspiraba a vivir cómodamente de la Función Pública o en un puesto de trabajo costumbrista dentro de una caja de ahorros. 

La sociedad en su conjunto comprueba ahora cómo su ideal clásico se desmorona por momentos. La zona de confort individual se muestra ahora como un ghetto de enormes dimensiones. 

Es bien cierto que la afirmación del profesor Arruñada aporta un titular y que, como tal, implica  cierta generalización. Pero no es menos cierto que todos aquellos lectores que no se sientan identificados con esta afirmación deben convenir en que el sustrato existe y cuenta con proporciones considerables. Gran parte de los ciudadanos de nuestro país, en su día a día, luchan cada punto del partido como lo hace Rafa Nadal, ya sean emprendedores o no. Estén ganando el set o estén perdiendo el partido. Porque sólo luchando como si pudiéramos ganar, logramos al final vencer. Muchos de ellos, para mayor desgracia de nuestro país, ya han salido allende nuestras fronteras y su retorno por el momento no se espera. 

Avanzar con paso firme 

El espíritu emprendedor, la cultura del esfuerzo, debería encuadrarse en el currículo de nuestros alumnos de primaria. Debería hundir sus raíces en la educación infantil. Pero de igual modo que ocurre con el estudio de la disciplina musical, el desarrollo de una suerte de método Sukuki para los más jóvenes emprendedores es algo que no queda incluido en el sistema público de enseñanza, ni en los primeros niveles, ni en los superiores. 

Las capacidades fundamentadas en la motivación y en atributos como la confianza, autonomía, responsabilidad y tenacidad del emprendedor resultan inherentes a su perfil de éxito. Este conjunto de actitudes ante el entorno y frente al proyecto empresarial, vertebrado como una potente caja de habilidades informales resulta relevante en el contexto de las startup y en el desarrollo de un ecosistema emprendedor eficiente. 

Los principales elementos explicativos se sitúan en torno la fluidez (creatividad y confianza), la visión (autonomía, responsabilidad y tenacidad) y el nivel de aversión al riesgo que muestra el individuo. Todas estas variables condensadas en estos tres factores principales resultan plenamente modelables desde los primeros meses de vida. 

A fecha de hoy, es la iniciativa privada (véase aquí) la que se ve obligada a proveer a nuestra sociedad de este valor en activo. 

En tanto que el debate público se sitúa en estos momentos en torno al umbral fijado por la autoridad en materia de educación a efectos de la concesión de becas o en la programación de unas u otras asignaturas, a mi modo de ver, bien haría el conjunto de la ciudadanía en concentrar sus esfuerzos en hacer posible que la enseñanza reglada, en sus diferentes niveles, terminara por integrar un conjunto de procesos de adaptación curricular a raíz de los cuales estos objetivos que se antojan como razonables fueran cristalizando paulatinamente, mediante los correspondientes proyectos educativos. 

Si deseamos cambiar nuestro futuro, hemos de aplicarnos en la redefinición de nuestro presente. 

No hablamos únicamente de fijar los cimientos para la creación de futuros empresarios (recuérdense ejemplos como Sillicon Valley o Israel), sino de formar masivamente a personas comprometidas y valientes, individuos sin miedo a afrontar retos, y nada acomodadizos, con las dosis de estímulo suficientes  que les lleven a buscar nuevas metas de una forma proactiva. 

Nos referimos a personas creativas en la solución de problemas y resolutivas en la toma de decisiones. Amantes del consenso, pero con vocación de liderazgo. Que estén capacitadas, en suma, para coger las riendas de sus propias vidas. Y por agregación, de ese conjunto, que sea posible (y realista) exigir a la sociedad los principios de madurez y corresponsabilidad. 

Dice el filósofo Javier Gomá que la genialidad ha ido tomando protagonismo en nuestra sociedad contemporánea al punto de llegar a constituir quizá el rasgo identitario más destacable del individuo moderno. La autenticidad del emprendedor define su verdadera esencia. Más allá del logro, en la búsqueda, todos -docentes, instituciones, inversores privados y otros agentes públicos- debemos urdir mecanismos indirectos de prospección y extracción, de potenciación de las cualidades innatas del emprendedor. Parafraseando a Píndaro, nuestra misión debe ser hacer posible que cada individuo llegue a ser el que tiene que ser. 

El ecosistema emprendedor 

España precisa de un conjunto de actores públicos y privados que coadyuven en la construcción de un verdadero ecosistema emprendedor, mucho más allá de un sistema educativo facilitador y que potencie desde la infancia estos atributos y sus aproximaciones actitudinales, se vuelve fundamental el diseño de unas instituciones públicas y privadas de tipo inclusivo (aquí también debemos citar a los profesores Acemoglu y Robinson) que fomenten este tipo de inercias, evitando los círculos viciosos -propios de la captura de rentas- que se encuentran subsumidos en el performance, si no en su propia razón de ser, de muchas startups. 

El modo de interrelación eficiente de esta participación público-privada en el estímulo de las nuevas startups basadas en la innovación ha sido analizado en el caso español (a mayor concreción, de la Comunidad Valenciana) desde el enfoque de los recursos por los profesores Belso, Molina y Mas de las universidades Miguel Hernández de Elche, Jaume I de Castellón y Politécnica de Valencia en un reciente trabajo publicado en la Journal of Business Research (Belso-Martínez, Molina-Morales y Mas-Verdú, 2013). 

Aún podemos estar a tiempo de fomentar el espíritu emprendedor en una gran mayoría de los casos. Escuelas de Negocios, aceleradoras y ciertos organismos públicos pueden contribuir a incentivar el desarrollo de actitudes proactivas. No obstante, debemos reparar en el ingente número de pasiones frustradas que nunca llegarán a desarrollarse. De poco o nada sirve concentrar el stock de capital en torno a ideas de negocio que pueden ser rentables si la viabilidad última se encuentra comprometida  con anterioridad a la puesta en marcha de la empresa. 

Hace apenas unas semanas, en un desayuno de trabajo celebrado en ESIC en torno al papel de las Escuelas de Negocio en la articulación del ecosistema emprendedor, Enrique Penichet (Business Booster y Sinensis Capital, SCR) establecía una interesante alegoría. El business angel vendría a asimilarse a un armador de barcos y su deseo pasaría por lograr que su flota se encontrara faenando en las mejores condiciones, durante el máximo período de tiempo posible. Pero para ello el armador (inversor) precisa en cada una de sus naves de un capitán (emprendedor) plenamente capacitado. 

La confianza mutua es fundamental. Y el entendimiento. Una formación básica en management por parte del emprendedor contribuye a que ambos puedan hablar el mismo idioma. Pero al margen de ello resulta fundamental que el capitán no se derrumbe ante las dificultades, y sepa cómo hacer frente a la adversidad. Es por ello que los tres conjuntos de variables (fluidez, visión y grado de aversión al riesgo) puedan constituir los factores determinantes para la supervivencia y el éxito empresarial. 

Con todo, como bien dice Richard Huguet, fundador de Invenio, “algo estamos haciendo mal con nuestro actual modelo educativo, puesto que los niños entran a la escuela queriendo ser astronautas y salen queriendo ser funcionarios”. 

Dando el primer paso 

Cuando en una sesión formativa me encuentro ante futuros emprendedores suelo decir a los asistentes que la pasividad conformista es algo propio de losers. Y ellos evidentemente no lo son, ya que por ese motivo han llegado hasta allí. 

Con el mejor de los ánimos, y con grandes dosis de vehemencia, trato de persuadirles de que cada uno de ellos debe levantarse por la mañana, mirarse al espejo y lanzarse a la lucha. Tanto da que  sean emprendedores o intraemprendedores. Esa actitud mantenida en el tiempo termina por conformar la diferencia que crea una gran diferencia. 

William James, influyente representante del pragmatismo, acostumbraba a decir que “el creer origina la realidad”. Y son muchos los ejemplos que nos devuelven la veracidad de esta afirmación desde su aplicación práctica: la cultura del esfuerzo (Juan Roig), una batalla contra la tradición endémica del subsidio (Marc Vidal) o la abnegación y lucha por una idea (Pau García Milá), cumpliendo sueños y no objetivos (Clara Soler) mientras, poco a poco, uno se va bebiendo la vida a sorbos, con valentía y con decisión, desde la acción (Luzu), al más puro estilo de William Ernest Henley. 

El placer está en el camino, no en la meta en sí misma, y no hay nada más estimulante que batirse contra uno mismo. Levantarse por la mañana, preguntándose por qué seguir y, contestada la pregunta, lanzarse a la carrera, llevando las ideas un poco más al límite aún, empujando el proyecto empresarial más allá de los obstáculos, una vez más, como cada día. 

En estos tiempos en que continuamente hablamos de buscar alternativas para salir de la crisis y de la importancia que cobra para esa difícil labor el hecho de crear y desarrollar un ecosistema emprendedor óptimo, quizá -para poder comprobar frutos a medio y largo plazo- deberíamos focalizar gran parte de los esfuerzos en la esencia misma de nuestros futuros emprendedores. Deberíamos centrarnos en desarrollar y optimizar el kairós emprendedor.

Sobre el Autor: 

Fernando Castelló

Economista. Consultor de empresas.

Profesor universitario e investigador.

Síguelo en Twitter

web: https://www.castello.pro

Artículo escrito por Fernando Castelló

1 Comentario

  1. emprendedor

    Excelente artículo el emprendedor logra sus objetivos y brinda desarrollo o progreso en su entorno.

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